
La última vez que estas obras se vieron juntas fue en 1928, en la sede de la «Revista de Occidente», en Madrid
15 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Cuando el Centro Botín inauguró el pasado 12 de abril en Santander la exposición «Maruja Mallo: máscara y compás. Pinturas y dibujos de 1924 a 1982», lo hizo con un hueco vacío en la pared y una promesa, la de volver a reunir las cinco emblemáticas Verbenas de la artista viveirense. Sus otras 90 obras eclipsaron aquel día de puesta de largo la ausencia, pero, al llegar a la sala más viva de todo el recorrido, algo fallaba. Faltaba un óleo de los cinco de la serie. Y es que tuvo que retrasar hasta ahora su llegada a esa mole en voladizo de vidrio y acero, revestida de escamas, porque su dueño, el Art Institute of Chicago, la estaba pavoneando ya en otra muestra de la que no podía desentenderse. El Mago/Pim Pam Pum (1926) ya está con sus cuatro lienzos hermanos, primera vez que se reencuentran tras 97 años separados. La última vez que estas obras se vieron juntas fue en 1928, en la sede de la Revista de Occidente, en Madrid.
El conjunto se entiende mejor así, al completo; su transgresión, su ironía y especialmente su modernidad, ya intuida, se define todavía más al cerrarse el círculo. El caos —barracas, espejos deformantes, tiovivos y norias, músicos e instrumentos, gigantes y cabezudos, marineros de permiso, mantones y aureolas, títeres y artefactos de feria— se ordena para ser comprendido, para mostrar lo que Mallo quiso en su día condensar: la más popular de las estampas. Aunque su apariencia es caótica, esta visión caleidoscópica está pensada y repensada, equilibradamente compuesta. La propia artista hizo referencia en su día a sus «medidas exactas», una corrección de la deshumanización de la vanguardia. Se acerca aquí al pueblo, a su fiesta y romería, a la raza, al paisaje, a la jarana y a la creencia.
La última pieza en unirse al jolgorio muestra dos espectáculos de feria yuxtapuestos. Al fondo, el pimpampum, unos muñecos de cartón piedra caracterizados como los «moros armados» que, con frecuencia, aparecían en la prensa de la época, cuando la larga guerra del Rif estaba a punto de alcanzar su final. Sin embargo, el decorado trasero y el murete anterior hacen que el espacio parezca más el escenario de un guiñol que un juego de feria, observan los responsables de la exposición. En primer plano, donde supuestamente debía estar el público lanzando las bolas contra los títeres, emerge el mago, un personaje ambiguo: el feriante que enseña el «tubo para ver las estrellas», el astrónomo también presente en las otras Verbenas y un trasunto del artista, del poeta, representado aquí con los rasgos de Valle-Inclán, reconocible por sus gafas y su barba, y por la ausencia de su brazo izquierdo.