El humor de Eduardo Mendoza, Premio Princesa de Asturias de las Letras

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Un hombre feliz. Mendoza, bromeando feliz este miércoles antes de valorar la concesión del Premio Princesa de Asturias.
Un hombre feliz. Mendoza, bromeando feliz este miércoles antes de valorar la concesión del Premio Princesa de Asturias. Kike Rincón | Europa Press

Es «un proveedor de felicidad para los lectores», elogia el jurado al escritor barcelonés, que quiso compartir el galardón con la generación de Juan Marsé y Manuel Vázquez Montalbán

15 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Que en el 2015 Eduardo Mendoza se convirtiese en el primer autor español en recibir el premio Kafka debe querer decir algo, sobre todo, en un país de quijotes como este. Él —que se ha confesado cervantino hasta el tuétano—, sabedor y amador del poder relativizador y la lente crítica que procura el absurdo. Cervantino, sí, como pocos. Y no es, además, de los que presumen de haber leído las andanzas del ingenioso hidalgo una y otra vez desde su más tierna infancia. Fue un lector tardío, de madurez. Lo dijo sin solemnidad alguna en el más solemne de los escenarios, el paraninfo de la Universidad de Alcalá, nada menos, cuando recogió el premio Cervantes en abril del 2017. Solo le faltó dejar caer los pantalones y quedarse en calzoncillos en presencia de los reyes de España, como le ocurrió siete años antes al escritor José Emilio Pacheco —«un buen argumento contra la vanidad», arguyó este entonces—. Al igual que su colega el poeta mexicano, Mendoza, como creador, es enemigo de la vanidad, «una forma de llegar a necio dando un rodeo», explicó el autor catalán en aquella primavera madrileña en la que proclamó que «la esencia de la novela moderna está en el poder transformador del humor».

Estas mismas claves fundamentan el fallo del jurado del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2025, que este miércoles distinguió a Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) con los otros laureles mayores de las letras hispánicas por la «decisiva aportación» creativa realizada en la última media centuria. Su obra es «un conjunto de novelas que combinan la voluntad de innovación con la capacidad de llegar a un público muy amplio, y que gozan de extenso reconocimiento internacional», ensalzó el jurado presidido por el director de la Real Academia Española (RAE), Santiago Muñoz Machado, que refrendó así la propuesta efectuada por el director del Museo Nacional de Escultura, Alejandro Nuevo Gómez.

Leída en Oviedo por Muñoz Machado, el acta habla de la «prosa clara» de Mendoza que «engloba tanto el lenguaje popular como los cultismos más inesperados». Todo para hacer aflorar en sus libros «el sentido del humor y la visión desenfadada y humanista de la existencia». Mendoza, incide el dictamen, es «un proveedor de felicidad para los lectores, y su obra tiene el mérito de llegar a todas las generaciones, que hoy se reconocen en sus luminosas páginas».

El aludido juzga esto una exageración —«si acaso he sido un proveedor de felicidad para mí mismo»—, pero proclama una alegría que quiso compartir como «el recuerdo a una generación» que se extingue, la de Juan Marsé y Manuel Vázquez Montalbán, que en una «época gris y triste» demostró valentía y «unas ciertas ganas de vivir y de pasarlo bien literariamente». Entre otras cosas, explicó, «incorporando el humor, también la novela negra, que no existía, con Vázquez Montalbán con Carvalho, Marsé en algunas obras, Andreu Martín, Juan Madrid y Alicia Giménez Bartlett, una generación que no solo recuperó géneros, sino que también hizo una narrativa más costumbrista, de vuelta a la infancia recuperada».

Afónico, Mendoza asumió este miércoles el Princesa de Asturias como «un estímulo» y «un gran efecto de satisfacción, la de pensar que, cincuenta años después de publicar la primera novela [La verdad sobre el caso Savolta]», todavía lo aprecian y no lo han mandado «al cuarto de los trastos». Con su humildad y su inveterada socarronería, nada más tener noticia del galardón, Mendoza confesó: «Me he dedicado toda la vida a hacer lo que más me gusta, escribir y hacer el vago, y al final me lo premian de esta manera».

Sin embargo, también cree ser consciente de haber aportado algo en el respeto en España hacia la seriedad y el valor del humor, «un género que siempre ha existido, pero que en novela, sobre todo, estaba en horas bajas, aunque estuviera presente en el teatro y la televisión».

En tal sentido, hizo memoria para contar que empezó con «una novela seria, con toques de humor», y que después apostó fuerte al decidir abrir una sucursal dedicada exclusivamente al humor, una postura que conlleva riesgos, porque, apunta, de fracasar en el intento, no hay salvación. De algún modo, con esta filosofía, sin hacer ruido, inauguró una ilusionante etapa de la narrativa española durante los años de la Transición. Así, y tras él, sostiene, se han animado otros que han construido una literatura digna y hoy perfectamente naturalizada. Porque la clave del humor —advierte el autor de El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008)— «es no bajar el listón, no pensar que cualquier chocarrería vale». El humor de calidad, lo ha repetido en muchas ocasiones, es aquel que viaja en paralelo a la narración y demanda la complicidad del lector.

Un «gentleman» que se alejó del ruido de Cataluña

Las obras de Eduardo Mendoza, sin el afilado sentido periodístico y político de Vázquez Montalbán, han retratado a su modo la España de su tiempo. Teniendo en cuenta su fina ironía, su humor, su sentido de la parodia, hasta podría afirmarse que de algún modo ha hecho novela histórica. Suya es una de las grandes novelas sobre Barcelona, La ciudad de los prodigios, que escribió cuando vivía en Nueva York (trabajó como traductor de la ONU entre 1973 y 1982) y es el mayor hito en su rol de cronista sui géneris de una ciudad que —admite— no reconoce hoy como el lugar acogedor de su juventud debido a factores como la excesiva turistificación. El deseo de volver al anonimato lo condujo a Londres —ya en 1966 había vivido allí con una beca para estudiar Sociología—, donde se hizo con un apartamento en el 2009, y que considera su paraíso de ciudadano de a pie, un gentleman, un hombre sabio, bueno y generoso que pasa gozosamente inadvertido en las calles de la metrópoli. Tampoco el proceso soberanista lo ayudó a reconciliarse con Barcelona, un sombrío desconcierto que reflejó en el libro Qué está pasando en Cataluña.

SEIS HITOS DE UNA NARRATIVA EXCEPCIONAL

«LA VERDAD SOBRE EL CASO SAVOLTA» (1975)

La censura. Titulada de inicio «Los soldados de Cataluña», la censura aplazó el éxito hasta después de muerto Franco.

«EL MISTERIO DE LA CRIPTA EMBRUJADA» (1978)

Un detective anónimo. Inaugura la serie protagonizada por un detective anónimo y medio demente.

«LA CIUDAD DE LOS PRODIGIOS» (1986)

La gran novela de Barcelona. Peculiar retrato de Barcelona entre las exposiciones universales de 1888 y 1929.

«SIN NOTICIAS DE GURB» (1991)

El extraterrestre. Mirada satírica de un alienígena sobre lo contemporáneo y la España olímpica.

«RIÑA DE GATOS. MADRID 1936» (2010)

El cuadro de Velázquez. Intriga en torno a un joven inglés experto en Velázquez en el Madrid de la guerra.

«TRES ENIGMAS PARA LA ORGANIZACIÓN» (2024)

Última obra. Novela negra y humor, con algo de historia, refrendan el sello de Mendoza en su última obra.