
«Convergencias» es la primera exposición individual en el país vecino del escultor gallego, que dejó su carrera de marchante de arte a los 38 años
16 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.¿En qué momento lo estático cobra movimiento? ¿Cuándo el silencio adquiere un ritmo propio? Estas son algunas de las preguntas que uno se hace al entrar en el Centro da Memoria, instalación cultural de primer orden en la localidad portuguesa de Vila do Conde. De pronto, el espectador se ve envuelto por una danza de figuras. La luz cenital proyecta las sombras de la malla metálica del tejado, incide sobre las esculturas que, como espectros, se agitan sobre espejos y susurran algún tipo de conjuro. Cada pequeño movimiento del ojo las despabila, cobran vida y prolongan su abrazo perpetuo. «Son bestias de afecto», las define su autor, el escultor gallego Miguel Couto (Malpica, 1971), que viene de inaugurar «Convergencias», su primera exposición individual en Portugal, que se podrá visitar hasta finales de junio.
Couto se acerca a su trabajo, lo toca como si necesitara observarlo con los dedos. En el bronce fundido, patinado en un negro intenso, se destacan también brillos dorados, cortes abruptos y curvas sutiles, como lametazos, las marcas del cuchillo en la cera que sirvió de molde. El metal erosionado, su rigidez y la plasticidad de las formas consiguen la expresión de un rostro humano.
Couto explica el proceso de elaboración de estas sombras mientras las fases de su trabajo se proyectan en vídeo, en la sala contigua, que parece una antigua mazmorra. Todo se articula de una manera coherente y desafiante: el antiguo palacete barroco, la rusticidad de los metales, el bronce convertido en lava, los cuchillos, las rejas de las ventanas… Delatan una expresión gótica del ser humano, un poso de brutalidad que, sin embargo, se contraponen con la enorme ternura de la obra y la luminosidad de la sala. «Es el rastro que dejan las emociones; me pregunto e intento reflejar lo que queda de la emoción, de un abrazo, de un beso, de un encuentro», reflexiona Couto. Y esto, a su vez, explica que el espectador se sienta abrazado, acogido por estos seres que oscilan entre una naturaleza física y otra espiritual. Vivos. «Empecé trabajando con multitudes, jugando con sus formas y luego vaciándolas», dice. Es así como encontró un lenguaje propio, en el que seguirá trabajando «por mucho tiempo» y en el que se desarrolla desde que, hace ocho años, decidió trascender la escultura figurativa.
Buciños y la cera perdida
La evolución hacia lo abstracto fue igual de abrupta que el giro que la escultura supuso en su vida: a los 38 años, en el 2007, dejó una carrera de marchante de arte para dedicarse íntegramente a la escultura. «Buciños me enseñó a trabajar el bronce de principio a fin mediante la técnica de la cera perdida», explica Miguel Couto. Un laborioso proceso que exige moldear primero la arcilla y después la cera. Es eso lo que da a su trabajo un dramatismo conmovedor, una textura dinámica y una tensión emotiva más propia de la música. El bronce azabache absorbe la luz y se multiplica en los espejos, adquiere la forma de la «pasión en el espacio» y se extiende hacia la profundidad que eso deja en la memoria.
La exposición Convergencias puede visitarse hasta el próximo 29 de junio en el Centro da Memoria de Vila do Conde, ciudad situada a menos de 30 kilómetros al norte de Oporto.