Lalo Schifrin, el compositor que convirtió el jazz en una pieza de acción

Javier Becerra
JAVIER BECERRA REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Lalo Schifrin, durante una presentación en Nueva York en el año 2005.
Lalo Schifrin, durante una presentación en Nueva York en el año 2005. Rogers & Cowan EFE

Autor de «Mission: Imposible», definió la música del cine de espías en los años sesenta y setenta

27 jun 2025 . Actualizado a las 19:28 h.

Es una de las grandes piezas de la cultura popular de los sesenta, cuando las sintonías eran exuberantes y buscaban impresionar al espectador que adoraba la pequeña pantalla. Con Mission: Impossible, Lalo Schifrin introdujo en los hogares de medio mundo la tensión de las películas de acción del modo más lujoso posible. Esa pieza cortante y repetitiva sacudía al televidente con trompetas avasalladoras y percusiones jazzísticas. Su acelerado dinamismo transmitía misterio, peligro y sensación de vértigo. La música perfecta para preceder a las peripecias del agente Ethan Hunt en la Fuerza de Misiones Imposibles.

Al trascender la muerte del compositor argentino a los 93 años, esa pieza magistral sonó en miles de hogares, trasladando al oyente a la era en la que una generación de músicos, como Henry Mancini, Jerry Goldsmith, Quincy Jones y él, crearon esas melodías tan imposibles como la misiones de Hunt. Fusionaron géneros hasta entonces antagónicos. Musicaron el cine hasta el punto de fundirse con la imagen. E hicieron soñar al oyente. En el caso de Lalo Schifrin, creó un híbrido fascinante de música sinfónica, jazz y ritmos latinos servidos con una big band. Un triángulo que plasmaba perfectamente su origen y formación.

Nacido en Buenos Aires en 1932 en una casa muy musical —su padre era violinista concertino de orquesta—, se formó de niño al piano con Enrique Baremboim, padre del pianista y director de orquesta Daniel Baremboim. Ya joven, viajó a Europa. Estudió en el Conservatorio de París, donde, por el día, aprendía composición y dirección orquestal. Por las noches, se introdujo en la escena jazzística de la capital francesa. A la vuelta, conoció al trompetista Dizzy Gillespie y terminó tocando con él y otro estudiante de París, Astor Piazzolla. Lo latino, lo clásico y lo jazzístico ya estaban entrelazados.

En los años sesenta se afincó en Nueva York y su talento se desplegó. Primero, se unió como pianista al quinteto de Gillespie. Luego, se enfocó en la dirección y composición dentro del jazz latino y la bossa pasada por el filtro anglosajón. Y, por supuesto, se introdujo en el séptimo arte, con un estilo que definió el género policial y de espías. Hizo bandas sonoras para filmes como Bullitt (1968), Harry el sucio (1971), Operación Dragón (1973) y La morada del miedo (1979). También musicó series icónicas. Además de la mentada Misión Imposible (1966), en su currículo figuran Mannix (1967) y Starsky y Hutch (1975-76).

Toda esta actividad discurría en paralelo a su faceta de compositor jazz. Compuso la célebre suite Gillespiana (1960), que mezclaba jazz moderno, elementos sinfónicos y ritmos latinos. También es suya The New Continent (1962), otra suite para big band con influencias de la música clásica. Y debe destacarse, por insólita, Jazz Mass (1965), una misa católica en lenguaje jazz. También, Black Widow (1975), su aproximación a la música funk, el disco del que luego tirarían diferentes músicos de hip-hop para extraer samplers. Además, dirigió diferentes orquestas, siendo director musical de la Sinfónica de Glendale (California) entre 1989 y 1995.

Schifrin estuvo seis veces nominado al Óscar, aunque no lo logró nunca. No obstante, en el 2019 recibió el óscar honorífico (Governor's Award). Sí ganó cuatro Grammys. Pero, sobre todo, obtuvo un lugar como creador de música, el que da la eternidad y lo otorga el público, al integrar su obra en las fantasías colectivas: esas en las que se bebe relajado un dry martini con la amenaza de un peligro que siempre se va a superar.