La trágica historia de Judith Barsi, la pequeña actriz de Hollywood a la que su padre asesinó por celos
CULTURA

La muerte de la niña, que protagonizó películas como «Tiburón» y prestó su voz a uno de los personajes más entrañables de «En busca del valle encantado», expuso las fallas del sistema de protección infantil en California. Su último trabajo fue la película animada «Todos los perros van al cielo»
03 ago 2025 . Actualizado a las 20:04 h.La semana pasada se cumplieron 37 años del asesinato de Judith Barsi, la pequeña actriz de 10 años que murió de un tiro en la cabeza. ¿El agresor? Su propio padre. El trágico suceso ocurrió el 25 de julio de 1988 en la casa familiar de West Hills, en Los Ángeles. Consumido por los celos y el resentimiento hacia el éxito de su hija, József Barsi cogió un arma, se dirigió a la habitación en la que dormía la niña y le disparó a sangre fría. Previamente había disparado a su mujer, a la que se cruzó en un pasillo.
Judith Eva Barsi nació en California el 6 de junio de 1978 y desde muy temprana edad demostró tener capacidades para la actuación, por lo que se convirtió rápidamente en una de las actrices infantiles más destacadas de los ochenta. Su gran oportunidad llegó en 1987, cuando fue elegida para interpretar a la pequeña Thea Brody en Tiburón: La Venganza. Poco después le prestó la voz a Patito, uno de los personajes más entrañables de En busca del valle encantado.
Su último papel fue como Anne-Marie en la película animada Todos los perros van al cielo, que contó con la participación del legendario Burt Reynolds. Durante su corta carrera la menor apareció en decenas de anuncios y películas para televisión y en series como Los problemas crecen, Cheers, Remington Steele y Cagney y Lacey.
Un alcohólico frustrado celoso de la carrera de su hija
El éxito de la estrella infantil otorgó a su familia una gran estabilidad económica. Su salario de más de 100.000 dólares al año les permitió comprar una casa en West Hills. Y fue precisamente eso lo que desató la furia del padre de la pequeña. József Barsi, que padecía alcoholismo y era sumamente violento, no soportaba que la niña ganase más dinero que él. Según trascendió durante la investigación del doble crimen, el hombre desarrolló una obsesión por el éxito de su hija. Su ira aumentaba a la misma velocidad que el éxito de la pequeña. Los celos enfermizos lo llevaron a amenazar de muerte a su mujer y a la niña. En una ocasión, mientras la actriz se preparaba para viajar a Las Bahamas donde se rodarían las escenas de Tiburón, le puso un cuchillo en la garganta y le dijo que la iba a matar si no volvía en cuanto terminara el rodaje.
Meses antes de su asesinato, Judith había compartido su preocupación con varios familiares. Según se publicó en Los Ángeles Times, la niña había manifestado sus temores: «Tengo miedo de regresar a casa, mi papá está muy mal. Está borracho todos los días y sé que quiere matar a mi madre». Pero nadie hizo nada.
Una denuncia fallida
La madre, María Barsi, también confesó sus temores a los amigos cercanos, a los que les contó que su marido estaba cada vez más desquiciado. A finales de 1986 decidió denunciar a su pareja por malos tratos, pero el caso se cerró porque las autoridades no encontraron signos físicos de violencia. Este intento fallido por salir de aquella dura situación provocó un ataque de pánico en la pequeña, que comenzó a arrancarse las pestañas. Según vecinos y familiares, la mujer había decidido marcharse junto a su hija y había alquilado un departamento en un barrio cercano, pero no consiguió escapar del infierno en el que vivían.

El 25 de julio de 1988, tras años de coerción emocional, amenazas y violencia, József llevó a cabo sus terribles advertencias. Primero mató a su esposa en el pasillo de la vivienda, luego disparó a Judith mientras dormía en su cama. El 27 de julio, dos días después de cometer el doble crimen, roció los cuerpos de gasolina y prendió fuego a la casa. Luego se encerró en el garaje y se suicidó.
El asesinato de Judith Barsi evidenció las graves carencias del sistema de protección infantil frente al abuso emocional y los daños invisibles de la violencia familiar. Pese a que el caso conmocionó a la opinión pública, las reformas en protocolos de intervención para actuar incluso ante amenazas psicosociales sin evidencia física de maltrato, llegaron mucho después. Aún así, la tragedia se convirtió en un ejemplo recurrente en estudios y debates sobre negligencia institucional y la necesidad de fortalecer la prevención.