Woody Allen se despide de Diane Keaton: «Un mundo que no la incluye es un mundo más triste»

LA VOZ REDACCIÓN

CULTURA

Woody Allen y Diane Keaton en un fotograma de «Annie Hall»
Woody Allen y Diane Keaton en un fotograma de «Annie Hall» Rollins-Joffe Productions / Entertainment Pictures | Europa Press

El director de «Annie Hall» destaca el infalible juicio estético de la que fue su musa y su pareja: «Siempre he hecho mis películas para una audiencia de una sola persona: Diane Keaton»

13 oct 2025 . Actualizado a las 19:56 h.

«Es gramaticalmente incorrecto decir "la más única", pero cualquier regla de la gramática, y creo que cualquier otra, quedan suspendidas cuando hablamos de Diane Keaton», comienza la emocionante, y siempre ingeniosa, despedida que Woody Allen le ha dedicado a la que fue una de las grandes mujeres de su vida, fallecida a los 79 años. Hay, en cambio, reglas que jamás se rompen. El propio director tiene una de ellas: el criterio artístico de la actriz, fallecida a los 79 años. Desde la primera película que rodó como director, todas la tenían a ella como crítica de excepción.

En aquel entonces, cuando Allen le presentó Toma el dinero y corre, eran ya amantes. «Le mostré mi primera película en privado, y la preparé para el desastre, el fracaso total, que estaba a punto de ver. Pero dijo que era una película muy divertida y original», rememora el director sobre su primer largometraje, que acabó siendo un éxito. «Nunca volví a dudar de su juicio», ha expresado en su artículo en The Free Press, «con el tiempo, hacía películas para una audiencia de una sola persona: Diane Keaton». Por ella, lo mantenía todo o le daba una vuelta, sin atender a ningún otro crítico cinematográfico profesional. «Si le gustaba, consideraba la película un éxito artístico. Si estaba menos entusiasmada, intentaba usar sus críticas para reeditar y obtener algo que ella viera mejor», confiesa sobre el juicio de la actriz, capaz de criticar al mismísimo Shakespeare «si sentía que se había equivocado».

El talento crítico de Keaton no solo servía para el cine, como destaca Allen. Bailaba, escribía libros, hacía fotografía, creaba collages, decoraba casas y dirigía películas; además de convertirse en todo un icono de la moda. Ella, tan sofisticada y estilosa, pero que era, en el fondo, era «una campesina, una ingenua, una paleta». Son palabras del propio Allen, que descubrió sus orígenes familiares al conocer a su familia en el condado de Orange en Acción de Gracias. Allí, con su padre, su madre, su hermana y hermano, con sus abuelas y «un hombrecillo extraño e inexplicable que había conseguido el pavo gratis gracias a su sindicato», echaron una partida al póker. «Era increíble que esta campesina hermosa se convirtiera en una actriz galardonada y un icono de la moda sofisticada», reflexiona.

Pero lo hizo. Y él ya lo veía venir. Desde el primer momento en el que se conocieron, cuando se la recomendaron como actriz para su obra de teatro Tócala otra vez, Sam. «Entró, leyó para nosotros y nos dejó boquiabiertos», expresa. Era algo que le sucedía siempre. «Diferente a cualquier persona que el planeta haya conocido o probablemente vuelva a ver, su rostro y su risa iluminaban cualquier espacio al que entraba», destaca sobre ella. 

El único inconveniente para la obra de teatro era el hecho aparente de desafiar, entonces, las convenciones de la época. A primera vista, Diane Keaton parecía más alta que Woody Allen. «Como dos escolares, nos pusimos espalda con espalda y, afortunadamente, éramos de la misma altura y David Merrick la contrató», recuerda.

El flechazo fue inmediato por ambas partes, aunque no hubo comunicación entre ellos hasta mucho después, cuando, por casualidad, tomaron un descanso al mismo tiempo y se fueron a tomar algo a un local de comida rápida en la Octava Avenida. «Era tan encantadora, tan hermosa, tan mágica, que me cuestioné mi cordura. Pensé: "¿Se puede uno enamorar tan rápido?"».

Lo que no fue capaz de percibir entonces Allen fue el desorden alimenticio que padecía su pareja. Había muchos indicios que no vio, en buena medida porque desconocía el concepto de bulimia. «Devoraba un solomillo, patatas fritas, tarta de queso y café. Luego llegábamos a casa, y momentos después estaba tostando gofres o preparando un taco enorme con cerdo. Yo me quedaba allí, atónito», rememora. Fue consciente años después: «Cuando escribió sus memorias, describió su trastorno alimenticio, pero cuando lo vivía, solo podía pensar que nunca había visto a nadie comer así fuera de un documental sobre ballenas».

La relación se acabó años después. «Solo Dios y Freud podrían descifrar por qué nos separamos», indica sobre el enigma de su ruptura. «Después, ella salió con varios hombres emocionantes, todos más fascinantes que yo. Yo seguí intentando hacer esa gran obra maestra que todavía se me resiste. Bromeé con Keaton diciendo que terminaríamos, ella como Norma Desmond, yo como Erich von Stroheim; antes su director, ahora su chófer».

Woody Allen termina su artículo recordando lo que supone su pérdida: «El mundo se redefine constantemente, y con la partida de Keaton, se redefine una vez más. Hace unos días, el mundo era un lugar que incluía a Diane Keaton. Ahora, es un mundo que no la incluye. Por tanto, es un mundo más triste. Aun así, están sus películas. Y su gran risa aún resuena en mi cabeza».