El terror «mainstream» de «It» o de «Black Phone», hibernando entre franquicias

JOSÉ LUIS LOSA SITGES / E. LA VOZ

CULTURA

Fotograma de «Black Phone 2»
Fotograma de «Black Phone 2» Universal Pictures

El universo de la novela de Stephen King anuncia serie de televisión con una precuela que recupera al payaso Pennywise

18 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace tiempo que el cine de terror norteamericano destinado al gran público vive momificado entre franquicias. Estas se ceban en la denominación de origen que —se supone— en algún momento tuvo éxito o fue ocurrente. Y la retuercen o la estrujan en toda la gama de posibilidades que van hacia adelante ?las secuelas- o se cocinan en un retrovisor hacia el pasado que se excusa como esclarecedora y que se correspondería con el neologismo precuela.

No es un fenómeno nuevo. Es más, pertenece a los orígenes de Hollywood y el cine de fórmula. ¿Qué otra cosa eran que una franquicia las aventuras de Abbot y Costello o las rutas a los destinos más exóticos del imaginario de la pacata Norteamérica de los 50 que repetían Bob Hope, Bing Crosby y Dorothy Lamour? Por centrarnos en el cine de género, las segundas partes se producían cuando el origen se entendía realmente como un acontecimiento artístico, de taquilla o ambas cosas. El cine satánico fue en esto una avanzadilla. Tras el impacto de El exorcista como película-evento llegó El exorcista II, con firma autoral de John Boorman. Después de La profecía de Richard Donner, a Gregory Peck y Lee Remick le tomaron el relevo nada menos que William Holden y Lee Grant en su extensión titulada La maldición de Damien.

En décadas sucesivas, asistimos a la prolongación de algunas sagas que ya forman parte de la cultura pop en secuelas que llegaban en algunos casos a los dos dígitos: hitos como La noche de Halloween, Viernes 13 o Pesadilla en Elm Street. Es decir, que tenías que poseer cuando menos carrocería industrial de vehículo fílmico de lujo en la taquilla para adquirir el derecho a una secuela. A día de hoy las cosas han cambiado: todavía no se ha estrenado el último subproducto de terror ratonero y ya están planificándose sus partes II, III y IV. Es el taylorismo del cine del susto, que ya deviene mueca. Así, este festival ha sido en su penúltima jornada un perfecto expositor de este estado de las cosas.

Sobre un mini éxito denominado Black Phone y dirigido en 2021 por Scott Derrickson nos han hecho entrega de su segunda parte. Que es un paquete. En la original, minúscula pero no despreciable al ciento por ciento, el gancho era un monstruo que se hacía de nuevas, un hombre del saco que escondía a sus víctimas infantiles en un sótano del miedo desde el cual recibían llamadas telefónicas de todos los críos crujidos en el pasado por un asesino serial que no era otro que Ethan Hawke. Se ataviaba de una forma entre el sombrerero de Alicia y un Johnny Depp pasado de rosca, con una vis entre cadavérica y diabólica. Veías este Black Phone y te olvidabas de ella y de su matador pelagatos al doblar la esquina.

Pero ya tenemos aquí, embalado como suceso de renombre, su segunda parte. En Black Phone 2 se mantiene a todo el equipo creativo. Y la montaña parió un ratón. La acción se deriva de aquel subsuelo que remitía a lo pesadillesco, el único acierto atmosférico del original al invierno y la selva blanca de Colorado. No recuerdas a quienes se presentan aquí como los legendarios supervivientes de la primera parte pero se da por hecho que no has hecho otra cosa que soñar con ellos cada noche desde el 2021.

El guion es la decantación de la nada: en realidad se puede ver como un pésimo plagio, pasmoso en su desvergüenza y gratuidad, de las buenas artes del Freddy Krueger de Pesadilla en Elm Street. Aunque en Black Phone 2 no hay un solo asomo de trabajo de guion o de estilo con el mundo del inconsciente o el onirismo de los filmes de Wes Craven. Todo es una carcasa vacía de ideas, de personajes, de respeto a la creación de un clima o de una narración mínimamente adulta. Y luego está, por ver si salva las naves, Ethan Hawke. Es un actor prodigioso que se ha ganado a pulso su carisma de profesional independiente en cosas como su trilogía del romance viajero de Richard Linklater, para quien también se implicó durante años en la existencial Boyhood. Ha protagonizado Hawke dos thrillers memorables como Training Day o Antes de que el diablo sepa que hayas muerto, el largo adiós del imprescindible Sidney Lumet. Y todavía lo vimos en la Berlinale de este año en su fastuosa composición del letrista de musicales Lorenzo Hart para el filme Blue Moon. Lo dirige de nuevo Linklater y podrán disfrutarlo muy pronto en salas comerciales. Es un trabajo cumbre de un intérprete ya en una madurez de la que hay que esperar registros magníficos.

Pero estamos en un tiempo en que la trituradora industrial de Hollywood compra prestigios al peso. En Black Phone, Hawke se prestaba ya a ejercer de monstruo dandista a golpe de talonario. Como la película recaudó sus dólares, ahora han poco menos que comprado a Ethan Hawke su nombre. Porque en la pantalla no lo vemos. Esto es, aparece como unos diez o quince minutos pero embozado en una máscara detrás de la cual igual podría estar su cuñado. Sus ojos solo se atisban unos segundos, cuando le han reventado su disfraz de sucedáneo infumable de Freddy Krueger. No me atrevería a jurar que en Black Phone 2 actúe de verdad este Ethan Hawke tan admirado. Debe de ser la última modalidad del mercado, amigos. Vendes tu nombre, figuras en los créditos. Y perjuras que tú has estado en el rodaje. Así las cosas, cuando estrenen esto de Black Phone 2, si tienen tiempo no vayan.

Y en esta sesión continua de franquicias asistimos también en esta penúltima jornada del festival a la botadura de la serie televisiva sobre It, la novela de Stephen King, después de las dos infames traslaciones fílmicas dirigidas por el argentino Andy Muschietti. Reventaban por dentro cualquier semejanza espiritual con la novela de Stephen King, uno de sus textos mayores. Y, por tanto, una cúspide de la literatura de terror universal. Es infinitamente más respetuosa con el original la versión de presupuesto pobre de 1990 que firmó Tommy Lee Wallace y en España se estrenó vía vídeoclubes. Este vendemotos llamado Muschietti también se encarga de la serie que acaba de presentar en Sitges. It: Bienvenidos a Derrick, se verá en dos semanas en una plataforma. La acción se remonta a 1962, en plena crisis de los misiles, en una de las recurrentes apariciones del payaso Pennywise.De ella Muschetti ha exhibido con un aire de misterio apenas unos minutos, como si tuviera entre manos los Papeles del Pentágono. Qué se puede esperar de este banalizador de It más que otro estropicio que no haga rehenes a costa de la cosmogonía Stephen King. Qué brillo de dólar ves brillar en sus pupilas cuando te cuenta muy ufano, que ya están previstas hasta tres temporadas. Debería entrar ahí el derecho laboral. Y condenar a Muschetti por explotación laboral del trabajo infantil. Y por esclavización embrutecida del clown del averno Pennywise.

Sin quinielas en un festival con querencia por la sorpresa

Hay festivales donde cabe esbozar candidaturas favoritas a la palma, el oso o el león. En Sitges para hacer una quiniela de probables ganadores ya hace falta ser ludópata. Hay nada menos que 33 películas a concurso. Decisiones cabales serían destacar películas eminentes como La vida de Chuck (que sería, de paso, honrar el universo mancillado de Stephen King), la tailandesa Un fantasma útil, la argentina La Vírgen de la tosquera, las norteamericanas Obsession y If I Had Legs, I Kick You o la animación del coruñés Alberto Vázquez Decorado. Es altamente improbable. El palmarés de este querido festival, fiel a su género, suele ser una invitación al jump scare. Al sobresalto.