El público no gana los partidos porque los goles no se marcan desde el graderío. Es una afirmación cierta en contra de aquellos que afirman que con un campo lleno la victoria no podrá escaparse. Surge el tema porque ayer, en el programa matinal de Pablo Portabales, en Radio Voz, comentamos con Gabriel Barrós el importante triunfo (0-1) conseguido por el Barcelona en el abarrotado campo del Schalke, ante cerca de 65.000 aficionados que alentaron sin desmayo y desde el primero al último minuto al equipo alemán. Esa numerosa hinchada, que empujó inútilmente a sus jugadores hacia la victoria, no podía creer que su equipo había caído derrotado en su propio campo, en donde, según información posterior, nunca el Schalke 04 había perdido el partido de ida en sus catorce participaciones europeas anteriores.
El público ayuda, pero no decide de qué lado van a llegar los goles. Sobran los ejemplos. Desde la victoria (1-2) de Uruguay frente a Brasil en la final del Mundial-50, en Maracaná, con 200.000 brasileños en el campo, hasta la semifinal europea Deportivo-Oporto (0-1) o el Madrid-Deportivo (1-2) del centenariazo, sin olvidarnos del Valencia y el penalti de Djukic, o aquel Deportivo-Rayo (1-2) de 1983 en el que al Deportivo se le escapó un ascenso celebrado de antemano y cuya derrota aún no ha sido olvidada. Ni lo será. Los partidos los ganan los jugadores.