El pelotón de la ronda francesa convirtió la etapa en un paseo para protestar por la prohibición del pinganillo
15 jul 2009 . Actualizado a las 17:28 h.Ni pinganillo ni espectáculo. El Tour se mantuvo firme en su pulso con el pelotón, pero por mucho que garabatee, los corredores son los que escriben el guión. Y el guión no cambió. Era una etapa con un perfil afín a los velocistas, un antídoto contra los ataques importantes. Al final, ganó Mark Cavendish en un esprint masivo. El británico superó con autoridad al noruego Thor Hushovd para conquistar su tercera victoria en esta edición de la grande boucle . Fue un duelo sin emoción, acorde con el transcurrir plúmbeo de una jornada en la que los ciclistas avanzaron hacia la localidad desde Limoges a Issoudun a unos cuarenta kilómetros por hora en señal de protesta por la supresión del pinganillo. Hasta Lance Armstrong admitió que el de ayer quizás haya sido el día más tranquilo de sus diez Tours.
A los corredores les dolió que los mismos que situaron el Tourmalet a 70 kilómetros de la meta y sin más puertos a la vista les arrancaran el auricular en aras del espectáculo. La mayoría de los directores deportivos, contrarios a los experimentos, apoyaban a sus pupilos. No querían ser cobayas de lujo en el experimento de la Unión Ciclista Internacional (UCI) y los organizadores de la ronda francesa. Y como el Tour hizo caso omiso de la misiva en la que 14 formaciones pedían que se reconsiderara la cuestión, el boicot llegó a la carretera.
Boicots en las grandes
Los ciclistas protagonizaron un viejo ritual de la carretera. El de la desaceleración convertida en protesta. Nada nuevo bajo el sol de las grandes vueltas. En el Tour del 2007 la tercera etapa se hizo eterna. Los participantes interpretaron que los 236,5 kilómetros que supuestamente iba de Waregem a Compiegne en realidad no conducían a ninguna parte. Tardaron más de seis horas y media en llegar a la meta. Aunque el último pataleo sonado fue contra el Giro. Lance Armstrong, en una metamorfosis puntual, aparcó su papel de patrón para ondear la bandera de la rebeldía. El americano sufría por primera vez en sus carnes las tortuosas llegadas de la ronda italiana. El grave accidente de Pedro Horrillo y la peligrosidad del circuito de Milán dieron argumentos al mito. En la ciudad lombarda el pelotón protagonizó un plante que enfureció a Angelo Zomengnan, el patrón del Giro.
Ayer el papel de despechado lo interpretó Christian Prudhomme. Al director del Tour le aguaron la fiesta nacional. El ruso Mijail Ignatiev y los franceses Thierry Hupond, Benoït Vaugrenard y Samuel Dumoulin protagonizaron la infructuosa escapada del día. Fue un vano intento. Ignatiev no colaboró con sus compañeros, que intentaban celebrar a su modo el 14 de julio. Los fugados, que alcanzaron ventajas pobres, fueron cazados por un pelotón al que le escocía un triunfo de los franceses, alineados con el Tour en la guerra del pinganillo.
En la general, Rinaldo Nocentini se mantiene al frente de la clasificación, con Alberto Contador y Armstrong a rueda, esperan divisar los Alpes en el horizonte para arreglar sobre la bicicleta todas sus diferencias.
Leipheimer cedió tiempo
La única novedad en el día sin pinganillo fue que un puñado de corredores importantes cedieron 15 segundos en meta debido a un corte en el pelotón. Levi Leipheimer uno de los perjudicados. El estadounidense ha descendido al sexto puesto de la clasificación. Ahora está situado justo detrás de Kloden. Más especias para la salsa del Astana. Denis Menchov, que ha aprovechado cualquier oportunidad, por mínima que fuera, para donar generosamente segundos a sus rivales en la general de este Tour, también perdió tiempo. Igual que Mikel Astarloza, Haimar Zubeldia y el anterior líder, el suizo Fabian Cancellara.
En principio, salvo rectificación del Tour y de la UCI, el pelotón volverá a rodar sin auriculares el próximo viernes, como estaba previsto. Si los corredores mantienen su pulso con la organización quizás una jornada de media montaña quede reducida a cero.