Un campeón histórico que reina en las estadísticas, pero sin el aura de otros mitos de la fórmula 1

AFP

DEPORTES

24 dic 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Michael Schumacher dejó huella conquistando casi todos los récords posibles, pero, a pesar de sus incontestables estadísticas, nunca tuvo el aura que rodeaba a algunos de sus predecesores.

Schumacher no volvió del mundo de los muertos, como Niki Lauda, ni se despidió del de los vivos en el pináculo de la gloria como Jim Clark. Tampoco posee la mística de Ayrton Senna, ni la madera de héroe de Juan Manuel Fangio. Menos aún la sencillez de Keke Rosberg y está muy lejos de la clase so british de Jackie Stewart. No comparte el temperamento de Nigel Mansell ni el humor de Nelson Piquet. Sin embargo, desde el punto de vista estadístico, es el piloto más grande de todos los tiempos.

Schumacher hizo su aprendizaje en kart , fórmula Ford y F-3, para después integrar el júnior team de Mercedes junto a Heinz-Harald Frentzen y Karl Wendlinger. En 1989, llamó la atención con un prototipo Mercedes en Macao y Fuji. Y, finalmente, en 1991 llegó a la fórmula 1 en Spa-Francorchamps con un monoplaza Jordan. Apenas había dado unas vueltas al tobogán belga cuando Flavio Briatore, entonces patrón de Benetton, se fijó en él. Solo tres años más tarde logró su primer título.

Algunos consideran que heredó «accidentalmente» la condición de mejor piloto a causa de la muerte de Ayrton Senna. «Si Senna hubiera estado en el 94 y en el 95, yo no habría sido campeón», confiesa el propio piloto alemán.

Bajo la dirección de Jean Todt, su padre deportivo, Michael Schumacher consiguió lo que ni siquiera Alain Prost pudo hacer, volver a ubicar a Ferrari en lo más alto. Schumi tiñó de rojo el campeonato desde el 2000 hasta el 2004 incluido.

Pero en el 2005 llegó la revolución azul de Fernando Alonso y Renault, que bajaron del pedestal a Schumacher. El alemán se despidió sin poder sumar otro título. Quizás vuelva para enmendarlo. Y darle más aura a su leyenda.