La selección pisó el acelerador después del descanso para superar a una muy exterior Nueva Zelanda
30 ago 2010 . Actualizado a las 03:08 h.El varapalo sufrido en la primera jornada contra Francia quedó enterrado ayer. La selección española saltó al parqué enrabietada , con ansias de liquidar la resistencia neozelandesa por la vía rápida. Pero el equipo de Scariolo volvió a ofrecer dudas y altibajos. De esta manera, no pudo meter la directa hacia el triunfo hasta el tercer cuarto. Pero acabó dándose un festival de puntería ante un rival que, por calidad, bastante hizo con sobrevivir hasta el descanso.
España cuajó una excelente puesta en escena. Con un 26-13 de salida, parecía que la sed de redención después del desliz de la jornada inaugural conduciría a la selección a un veloz triunfo. Pero el conjunto de Scariolo careció de la regularidad suficiente para asestar la estocada definitiva.
El combinado nacional hizo daño cuando el balón circuló con velocidad y cuando las torres dominaron las alturas para sacar petróleo ante una defensa neozelandesa que carecía de recursos y centímetros para frenarlas. Sin embargo, los males del conjunto de Scariolo aparecieron cuando las individualidades aparcaron el juego colectivo y, abusando del bote, se empeñaron en hacer la guerra por su cuenta.
Martilleo lejano
Nueva Zelanda se apoyó en el lanzamiento desde la larga distancia para abrir la defensa del rival. El acierto de Jones y Penney desde la línea de tres puntos obligó a los hombres de Scariolo a dejar agujeros en las cercanías del aro. Y ahí, a pesar de su inferioridad física, el saltarín Abercrombie compensó el baloncesto neozelandés.
España alcanzó el descanso con una escasa renta de cinco puntos. pero no había lugar a otro traspiés. La selección recompuso las ideas y, además de dar una vuelta de tuerca a la intensidad atrás, ordenó los conceptos en la parcela ofensiva para sentenciar en el tercer cuarto. Todo fue más fácil cuando Garbajosa y Navarro ampliaron el campo con su acierto desde la línea de 6,25. Y, en medio del diluvio, a los neozelandeses se les agotaron los argumentos.