Una gran pista de baile de treinta y ocho kilómetros cuadrados. Epicentro, la fuente de Cuatro Caminos. Fue el efecto directo e inmediato de lo que sucedía segundos antes a seiscientos kilómetros del córner noroeste del gran campo de fútbol en que se convirtió España en la noche del 6 de marzo del 2002. A Coruña implosionó en la una de las fiestas más sonoras que se recuerdan en Marineda.
Fue la onda expansiva de un terremoto blanquiazul que se generó cuatro horas antes del comienzo del partido del Santiago Bernabéu. El coliseo blanco era realmente blanquiazul. La primera batalla estaba ganada.
La revista que La Voz regala el martes con la compra del periódico diario, 10 años del Centenariazo, recoge una crónica en la que los más fiesteros recordarán cómo celebraron el título blanquiazul, los veinte mil deportivistas que acudieron a Chamartín volverán a vivir las sensaciones de entonces, y los que tuvieron la mala fortuna de habérselo perdido podrán zanjar una deuda moral histórica.
Avión, coche, autobús (el ayuntamiento dispuso 152 para los aficionados deportivistas) y tren (el que puso La Voz salió a las once y media de la noche anterior al partido repleto hasta la bandera) fueron los medios de transporte utilizados por la marea blanquiazul para inundar Madrid.
Los aficionados del Deportivo agradecieron el título a los jugadores en el propio Bernabéu. Los futbolistas devolvieron el apoyo. Unos emprendieron viaje directo a A Coruña. A los otros, los esperaba una cena en común con los más allegados.
A la mañana siguiente, muchos de los que ocupaban un asiento en la grada del estadio madridista habían sacado plaza en el aeropuerto de Alvedro, donde alrededor de la una de la tarde aterrizaba el avión que portaba a la plantilla blanquiazul. Un autobús la llevó hasta el estadio de Riazor, donde aquel jueves 7 de marzo aguardaban cinco mil deportivistas que no habían parado de festejar su segunda Copa del Rey.