Con un discurso cuidado, humilde y ambicioso a un tiempo, hilado en respuestas en cinco idiomas, el entrenador catalán se ganó a la afición bávara ya en su presentación. Trabajador obsesivo, sus próximos aseguran que no hay nada impostado en su imagen respetuosa y sensata
30 jun 2013 . Actualizado a las 17:24 h.Un papelito con su teléfono apuntado abrió el cortejo de Pep Guardiola al Bayern de Múnich, que coronó el lunes con su primera gran puesta en escena en la capital bávara. En su presentación ante 200 periodistas encandiló ya gracias a su gusto por los detalles. Gestos que forman su sello y acompañan su currículo como entrenador. Domina fondo y forma. Compareció acompañado por su familia y, en un discurso ambicioso y humilde a un tiempo, usó un alemán correctísimo fruto de su aprendizaje durante los últimos meses. Ya ha marcado el primer gol.
Para muchos Guardiola es un seductor. Muestra una imagen de entrenador, hijo, pareja y padre perfecto. No hubo chequera en la Premier League británica, el torneo más rico del mundo, que lo llenase. Prefirió seducir a un club histórico, desde que el 26 de julio del 2011 en una sala del Allianz Arena se acercó a Uli Hoeness y Karl Heinz Rummenigge, los dos máximos responsables del Bayern, para sugerirles que era capaz de imaginarse «algún día entrenando aquí».
Guardiola, que ganó 14 títulos de 19 posibles en el Barça, se comprometió a finales del año pasado con el Bayern, cuando aún no había logrado el triplete con Jupp Heynckes en el banquillo. Pero maneja de tal forma los tiempos que no se entiende como una usurpación de su puesto. «Perdonad mi alemán», se excusó antes de encandilar con un discurso cuidado, fruto de las cuatro horas diarias de clases que recibe desde diciembre. También habló en inglés, italiano, español y catalán.
No se suele inmutar ni ante provocaciones. «A lo mejor soy irónico, desafiante, crecido, meo colonia... A lo mejor es así», admitió sin molestarse hace tres años. Ese buenismo del que lo acusan sus críticos no es impostado, según sus próximos. El exentrenador del Dépor, Miguel Ángel Lotina, sintió varias veces la cercanía de Guardiola. En el 2010, tras un partido del Camp Nou, le invitó a un rioja en su despacho para confesarle dudas y temores. «Le gusta escuchar tus opiniones y hablar de fútbol, y eso no es muy habitual. Entre los entrenadores hay un cierto reparo a hablar entre nosotros. Él te cuenta sus miedos y preocupaciones, y se pone a tu altura, algo de agradecer en una persona que ganó todo y algo poco habitual en este mundillo. La imagen que transmite es su imagen natural», considera el entrenador de Meñaka.
Lotina, que trabajó la parte motivacional y de comunicación con el psicólogo Joaquín Dosil, destaca la capacidad de Guardiola para transmitir. «Es algo muy importante hoy en día, para llegar al aficionado y que se sienta orgulloso. Ya lo consiguió en el Bayern, un club que lo ganó todo y donde no se discute su llegada. En eso es el número uno. Y también demostró en el Barcelona cómo supo llevar el vestuario pese a que cuando llegó empezaba a haber problemas», añade.
Desde ese vestuario también recibió críticas, pero contadas. «Filósofo», le llamó Ibrahimovic al dejar Barcelona. José Mourinho buscó varias veces el enfrentamiento, y consiguió crisparlo: «Saca lo peor de mí».
El vigués Jorge Otero fue su compañero en la selección, cuando ya apuntaba el perfil de un futuro entrenador. «Ya era muy perfeccionista. Se pasaba dos días analizando un partido. Quería hablarlo todo para solucionar los errores, se implicaba, daba órdenes. Igual que como entrenador», explica el excéltico. «Un entrenador tiene que comunicar bien. No me sorprende su dominio del alemán. Al futbolista hay que llegarle en su idioma, si puede ser», añade al tiempo que considera natural su empatía con la prensa y la afición. «Tiene un autocontrol tremendo para manejar el vestuario y la relación con los medios. Transmite serenidad», considera Otero.
Cobrará 17 millones de euros anuales, pero insiste en su papel menor. «Yo soy el que tengo que adaptarme a los jugadores, porque el fútbol pertenece a los futbolistas y no al entrenador», razonó en su presentación. Obseso por la discreción, consiguió tapar la larga negociación con el Bayern en una historia en la que se incluyen viajes secretos y coches con las lunas tintadas.