Setién conoce como nadie las limitaciones de sus hombres. Dentro de su filosofía, existe una variante a la que se aferra, por encima de cualquier otra premisa. Sabe que quince jornadas sin encajar y siendo el segundo equipo menos goleador del campeonato (28), tras el Alcorcón (27), es el parámetro primordial para mantenerse. A falta de marcarlos, no encajarlos, y cuando la flauta suena en la meta adversaria, meter tres puntos en el zurrón es el premio gordo. La cosa no da para más. El Castilla respondió con creces a los temores previos, y el partido fue un calvario para nuestra defensa. Por eso, Setién antepuso el cierre de espacios a cualquier ambición. José Juan fue el último baluarte para detener las acometidas de los velocísimos delanteros blancos, y así evitó varios goles cantados. Por cierto, dirigidos magistralmente por otro crac en ciernes, José Rodríguez. Ahí tiene el Madrid a otro jugadorazo, dotado técnica y tácticamente, tan desequilibrante como vertical. Suyas fueron las mejores acciones de un partido, donde el Lugo regaló su parcela al rival y esperó. Con todo, los madrileños tuvieron oportunidades para abrir el marcador, aunque este lo estrenó el Lugo a balón parado y a la salida del primer córner. Balón largo al segundo palo y allí sorprende Iván Pérez con un testarazo cruzado que deja atónito a Pacheco. Lo más difícil ya estaba: ponerse por delante. Pero cuando se regalan balones en los reiterados pases en la salida, sucede lo inevitable. Rennella, en su peor versión, se dejó un balón, y De Tomás aprovechó el regalo. El Lugo se recompuso con rabia y se fue arriba. En uno de esos ataques, se pitó un penalti que Manu elevó demasiado y se perdió la última oportunidad de ganar tres puntos. Fue uno solo, pero visto lo visto, el mal menor, ante un rival superior en juego y calidad.