Algo debe cambiar para que todo siga igual. Si la gran aportación de Vicente del Bosque al grupo que conquistó la Eurocopa del 2008 fue la continuidad, si acaso algún leve matiz, casi siempre relacionados con su templanza personal y alejados de la volcánica personalidad de su predecesor, ahora le ha tocado cerrar el círculo, más cerca de la clausura de una generación extraordinaria que de poner los primeros cimientos del fútbol que viene. Y está dispuesto a hacerlo sin apenas variar el rumbo. Ni la convocatoria ni los mensajes de los últimos días han alterado el plácido discurrir de una concentración que parece la continuidad de la triunfal despedida de la última Eurocopa.
El estado de forma y la versatilidad de Javi Martínez parece por delante del dudoso estado de forma de Piqué y el gran momento de Silva le otorga, ahora sí, la titularidad desde el inicio, aún a costa de Pedro, una de las debilidades del seleccionador. En cualquier caso, solo leves reformas sobre el mismo discurso. Permanece la idea y apenas cambian los peones.
Otro asunto sería poner en duda la jerarquía de Xavi, pero el arquitecto del fútbol español está en Brasil para hacer su último servicio a la causa, de lo contrario no hubiera viajado. Otra cosa es que el técnico dosifique en mayor medida que en anteriores ocasiones al que está considerado el símbolo de un equipo que ha ganado dos Eurocopas y un Mundial. Si no funciona, tiene a mano al emergente Koke; una lesión dejó en casa a Thiago, la otra alternativa. Pese a todo, Vicente del Bosque tiene más certezas que dudas, confía en los que le han acompañado durante la más hermosa aventura del fútbol español y con ellos buscará el más difícil todavía.
La única duda, en realidad el solitario matiz que el seleccionador ha introducido en su convocatoria hace referencia a Diego Costa, un jugador distinto, un goleador en su mejor momento -al margen del estado físico- y la alternativa a la poesía. En el hispano brasileño cree haber encontrado un remedio para la falta de gol, una referencia para luchar a cara descubierta con unos rivales que, en buena medida, han aprendido con el tiempo a atrincherarse frente al rondo infinito. Diego Costa es el antídoto frente a lo previsible, un fajador para combatir en los espacios abiertos y romper lo previsible. Si la mezcla con el toque funciona, a Del Bosque habrá que atribuirle el descubrimiento de una nueva vía. Un nuevo matiz. Para que todo siga igual.