Hace muchos años que nos conocemos, quizá 35 temporadas llenas de afecto y de respeto. Vicente siempre fue respetuoso con la humanidad y esta le devolvió con creces las dosis recíprocas aliñadas con cariño. Adquirió tal cartel de buena persona que llegaron a olvidar que la razón de su fama no era particular sino futbolística. Hubo quienes casi quisieron convertirlo simplemente en una buena persona porque jamás daba voces, no regalaba titulares brillantes y no se plegaba ante nadie, aunque tampoco tuvo necesidad de levantar la voz en ningún escenario.
Vicente había ganado mucho como futbolista y como entrenador antes de ganarse el puesto de seleccionador. Llegó a la federación en el momento más difícil, cuando ganar se había convertido en una amalgama de esperanza y obligación. Cogió un país con mentalidad de nuevo rico en el fútbol y de medio pobre en la vida socioeconómica. Y realizó su mejor obra. Siempre rodeado por Tony Grande y Javier Miñano, sus excepcionales trabajadores de confianza, tomó las riendas de la España recién victoriosa en el Prater de Viena y puso rumbo al sueño de la historia, que implicaba también la historia de todos nuestros sueños. Con él, todos ganamos la Copa del Mundo, en aquella noche de los alquimistas que convirtieron el fútbol en oro sobre las minas de Johannesburgo, entre la riqueza de Mandela Square y el impresionante distrito de Soweto, que alberga la miseria ultramundana y las casas de dos Nobel de la Paz: Desmond Tutu y Nelson Mandela. Vicente fue nuestro último alquimista.
Para quienes no apreciaban sus condiciones de entrenador, el Mundial despejó las dudas, que no se eliminaron antes por la modestia y la prudencia de carácter de este salmantino de la mitad del siglo pasado. Pero no confundamos bondad o prudencia con falta de firmeza. No le tiembla el pulso para tomar decisiones, es reflexivo, sereno y contundente. Aunque ejerce con guante de seda, quienes lo conocen saben que su puño es de hierro. Y así se plantó en Polonia, en las orillas bálticas de un país singular, azotado por todas las guerras, invadido por todos los imperios. Y en aquel crisol de Gdansk, España ganó con autoridad su traslado a Ucrania, a la región del Donbass, allí donde ahora resuenan las bombas y los misiles de la sinrazón.
Vicente siguió ganando mientras algunos de sus críticos pasaban necesidades. En el Olímpico de Kiev, España vivió su gran noche con goleada y un huracán de fútbol y derrotó a Italia por cuatro a cero. Estábamos en la cima y advirtió que no podríamos ganar siempre. Pidió comprensión para ese momento y a la vuelta de Brasil, ejemplo de que todo puede suceder, España sigue fiel a este hombre que se ha ganado la lealtad y la fidelidad de un pueblo. Yo le agradezco cuanto me ha permitido vivir en todos los estadios del planeta.