Antes y después del bufido

Manuel García Reigosa
M. G. Reigosa EL PERISCOPIO

DEPORTES

22 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Los equipos de fútbol son ecosistemas tan frágiles que a veces basta un bufido para romper el equilibrio e incluso provocar un trasvase. Aquella extraña celebración del Balón de Oro en boca de Cristiano Ronaldo fue como el beso de los cuentos infantiles que despertó al príncipe Messi de un extraño y largo letargo, incluido el Mundial, por más que se llevase el mayor reconocimiento individual en una de esas decisiones detrás de las cuales hay más mercadotecnia que fútbol. Al fin y al cabo, el llamado deporte rey es un negocio fabuloso para unos pocos que se sostiene por la pasión que le ponen muchos millones, millones de aficionados.

Lo que toca esta noche en el Camp Nou es la pasión, la emoción y la rivalidad entre dos de los mejores equipos del mundo. En noviembre las apuestas pintaban blancas, con un Ronaldo que era un tornado y un Messi tocado por la melancolía. Ahora el portugués corre pero no vuela, y lo que es peor, apenas marca, mientras que el argentino planea sobre el juego como un águila real.

En el clásico del Bernabéu Luis Enrique estrenó su tripleta de estiletes y Ancelotti no pudo disponer de la suya por la lesión de Bale. Empezó mejor el Barça, pero en cuanto el Madrid ocupó con criterio los espacios en el centro del campo y se hizo con el balón, el partido cambió de signo.

De entonces a hoy, el entrenador merengue no ha dejado de insistir con la BBC, a pesar de que se rompe el equilibrio en el repliegue que tanto demanda. Y por el camino se quedó sin tres piezas básicas: Ramos, Modric y James. Los dos primeros han vuelto, pero llegan con pocos minutos de competición. El técnico azulgrana, en cambio, ha encontrado su once tipo, ha entendido que a los genios como Messi es mejor no ponerles bridas, y poco a poco ha ensamblado un colectivo que se parece a lo que él quiere, vertical y atrevido. Con balón, probablemente sea hoy el mejor del mundo.

Pero al fútbol se juega también sin balón, y ahí el Barça no es tan fuerte. Si el Madrid es capaz de discutirle la posesión y de amenazar la espalda de la defensa azulgrana con la velocidad de sus puntas, el partido será uno. Si se maneja en la contención como viene haciéndolo en las últimas jornadas, regalando metros entre la línea de cobertura y los tres de arriba, saldrá zarandeado.

Decía Di Stéfano que «ningún jugador es tan bueno como todos juntos». Por ahí se explica, en gran medida, la evolución del Barça desde el anterior clásico y la involución blanca. Y, a la par, por el cambio de Messi y Ronaldo tras aquel bufido de oro.