He tenido ocasión de leer en los últimos meses varias entrevistas con Fernando Vázquez, una de esas mentes brillantes que ofrece el mundo de los entrenadores de cuando en cuando. De sus palabras, se deduce que la moda consiste en renunciar a la experiencia y apostar por exjugadores recientes, que apenas rocen los cuarenta años y que tengan frescas las sensaciones del futbolista moderno.
Advierto en sus palabras cierta dosis de reflexión por el desprecio que esta reciente e implantada teoría supone hacia la experiencia, la sabiduría de los hechos vividos, las situaciones sufridas y adecuadamente resueltas, en beneficio de un mundo por venir donde la sensación de fuerza de la juventud adelanta cualquier otro conocimiento.
He vivido muy de cerca la consecución de éxitos de entrenadores jóvenes, sin apenas recorrido en el fútbol profesional, como Javier Clemente, que ganó dos ligas seguidas, la Copa del Rey y la Supercopa; Víctor Fernández, con una brillante Recopa en París; los recientes logros de Víctor Sánchez del Amo; los espectaculares números y niveles de juego de Arrigo Sacchi y el trabajo del propio Fernando Vázquez, hace veinte años, sacando conejos y palomas de una chistera llamada SAD Compostela y descubriendo futbolistas geniales en los archipiélagos y en la península.
Y también he vivido, desde dentro, cómo se ganan un Mundial y una Eurocopa de selecciones, con un entrenador de más de sesenta años, de vuelta de todo y con el cuajo preciso para dejar reposar las sensaciones y aprovechar más tarde la fuerza de su sabiduría. Del Bosque y Luis Aragonés son claros ejemplos de la experiencia, como Jupp Heynckes y tantos otros.
Un hombre de sesenta años está en lo más alto de su conocimiento mezclado con los hechos vividos y un principiante del banquillo con veinte menos puede contar con la reciedumbre de su actividad para comprender mejor al futbolista o manejar algunas situaciones. Nunca la juventud y la veteranía pueden resultar excluyentes sino necesariamente complementarias. Recuerdo que Javier Clemente llevaba siempre con él a Piru Gaínza, con setenta almanaques en su eterna gabardina.
Cualquier entrenador, cualquier profesor, es mejor a los sesenta años que a los cuarenta. Y más en estos tiempos que corren en los que, como bien define Fernando Vázquez, un entrenador es un director de pymes pues el futbolista no se dedica solo a jugar al fútbol sino a muchas actividades mercantiles más al mismo tiempo y cuenta con personal especializado, asesores, psicólogos, medidores, representantes, agentes, etcétera.
Lo difícil es ser bueno a la edad de Víctor y seguir mejorando hasta la edad de los grandes maestros, como Del Bosque. Y, para ello, hay personas como Fernando Vázquez, un hombre que aprende cien cosas nuevas cada mañana que el sol ilumina su Galicia del alma.