
El 23 de septiembre de 1988 se celebró la primera edición del Pantín Classic
11 abr 2016 . Actualizado a las 15:49 h.Hoy se ha convertido en un evento que atrae cada verano a miles de personas a la playa de Pantín, donde el campeonato despliega una infraestructura exuberante. Drones sobrevolando una costa de una belleza conmovedora. Verde, azul y crema entremezclados en un paraje que ha logrado escapar al hombre, que todavía vive en libertad. Cámaras persiguiendo a algunos de los mejores surfistas del planeta para que esas imágenes lleguen a través de la red de redes a todos los rincones del mundo. Pero todo esto es producto de un sueño que nació un verano de 1987 y no en Pantín, sino a ocho kilómetros en medio de la arena un día sin olas.
«En febrero había abierto la tienda Aqua Surf en el centro de Ferrol y en verano decidí hacer un campeonato en la playa de Valdoviño, pero de repente nos quedamos sin olas y decidimos llevárnoslo a Pantín, donde entra más oleaje y recuerdo que en ese momento a Vicente [Irisarri], que me estaba echando una mano, se le encendió la bombilla y me dijo: ?Aquí hay que hacer un campeonato internacional?». Quien habla es Carlos Bremón, uno de los pioneros del surf en Galicia y también una de las personas que dieron forma a aquel proyecto. En otoño comenzaron las reuniones para fundar el Océano Surf Club. «La vocación del club era la organización de este tipo de campeonatos», comenta Vicente Irisarri. Y a partir de ahí todo fue muy rápido. Oficialmente se constituyó en mayo y en septiembre ya se puso en marcha la primera edición de la legendaria prueba. Arrancó con 50.000 pesetas en premios. «El presupuesto total era de más o menos 100.000», comenta Irisarri, quien presidió el Océano durante 18 años y fue, al mismo tiempo, coordinador general del campeonato.
«Una de nuestras primeras dificultades -recalca Irisarri- fue la oposición de los surfistas de Coruña, a que el campeonato tuviese ese carácter abierto, creían que debía estar enfocado hacia gente más local. Y solo vino Fernando Adarraga, que tenía un carácter súper competitivo». De hecho, Adarraga se convertiría en uno de los protagonistas de aquella primera edición. Él tuvo el honor de coger la primera ola en un Pantín Classic. Era un día con bastante mar. Líneas de más de dos metros barrían el pico. La mayor parte rompía como de costumbre, desde el islote hacia el medio de la playa, eran esas derechas imponentes que acabaron dando prestigio a la playa. Pero, de pronto, Adarraga se puso de pie en una izquierda extraordinaria, un auténtico muro de agua salada. «Tuvimos muchísima suerte, porque, aunque el campeonato había nacido con vocación de futuro, que incluso reflejamos a la hora de ponerle ese apellido de Classic, en la primera edición todo salió redondo y eso nos animó a seguir adelante», apunta Irisarri. «En aquellos años nos apoyábamos mucho en la caseta de socorrismo. Allí se ubicaban los jueces. Y el primer bar del Pantín fue una mesa con bocadillos de salchichón... También la megafonía era con un equipo de música prestado y todo lo que había eran unas cuantas sillas de plástico... Nada que ver con lo que te encuentras ahora en los días del campeonato», destaca Carlos Bremón mientras esboza una sonrisa.
Adarraga no solo surfeó la primera ola. Fue progresando hasta colarse en la final. El vasco Jorge Imbert, Balbi Irisarri y el brasileño Roberto Zilles -quien, junto al sudafricano Cordoni, el australiano Rosser y el norteamericano Sunway, empezó a impregnar el Pantín de ese espíritu de crisol de culturas que sus organizadores quisieron transmitirle- le esperaban en la ronda decisiva. El triunfo fue para Imbert, «al que era una delicia ver surfear en esas olas grandes y potentes»; segundo fue Adarraga; tercero Balbi; y cuarto, Zilles.
«Por el Pantín Classic -asegura Vicente Irisarri- hicimos auténticas burradas. Desde avalar personalmente los premios hasta dedicarle cientos y cientos de horas... la revista que hacíamos nos llevaba casi tanto tiempo como la organización del campeonato. Mucha gente dice que es como mi tercer hijo [tiene dos hijos: Pablo y Cristina], que le he dedicado tanto tiempo como a mi familia y creo que tienen razón... para mí es algo muy importante... algo que jamás dejaría morir».
Después de dos décadas organizándolo de forma amateur -18 bajo la presidencia de Vicente y dos con Jesús Busto al frente-, el volumen de trabajo que generaba era insostenible para ese modelo altruista. Y dejaron paso a la profesionalización. Cedieron los derechos al club Praia de Pantín. «Fuimos los últimos en esa transición, pero era necesaria. Los tiempos han cambiado».