Guardiola llegará al City tras una etapa en el Bayern dorada en títulos, pero con la espina de Europa
23 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.¿Se puede atribuir un fracaso a un técnico que ganó siete títulos en tres años? «Tal vez», respondió Guardiola después de que el Atlético acabara con su última posibilidad de llegar con el Bayern a una final europea. La Liga de Campeones se convirtió en el primer objetivo del técnico desde que pisó Múnich... y su máximo fracaso. Tras una etapa gloriosa en el Barcelona y un año sabático en Nueva York, emigró a Alemania, donde Heynckes le había legado un equipo tricampeón (Bundesliga, Copa y Champions). Sin embargo, tres eliminaciones seguidas en semifinales, y frente a sendos adversarios españoles (el Madrid y el Barcelona antes del Atlético), acabaron por minar su consideración.
«La Champions es como una buena comida en un restaurante bonito. La Bundesliga es como comer hamburguesa o pizza todos los días», avisó en su primer año en Múnich. Esa idea restó brillo al dominio absoluto que el Bayern mantiene en Alemania, coronado el fin de semana con la victoria en los penaltis en la final de Copa frente al Borussia Dortmund. En su último partido, Guardiola dejó una nueva imagen para su álbum: cuando entró el lanzamiento definitivo, se tapó la cara y rompió a llorar. Ayer volvió a hacerlo en la celebración del equipo por las calles de Múnich.
Aunque su paso por el banquillo del Allianz Arena no le valdrá para reclamar un hueco propio en la historia del gran campeón alemán, al menos este último gesto humano cambió por completo la imagen que se tenía de él en aquel país. «Antes estaba haciendo su trabajo. Ahora pudo ser un ser humano», respondió el delantero Müller, con quien mantuvo una fría relación que le llevó a prescindir de él en el Calderón en la ida de las semifinales de Champions, cuando le preguntaron por la nueva cara del entrenador. Su comentario resume tres años de una relación no siempre fluida entre Guardiola y la opinión pública alemana.
Genio distante
Desde su llegada a Múnich en el 2013, el técnico se vio rodeado de un halo de genio distante. Ni sus siete títulos, ni su sabiduría futbolística parecían bastar para abrirle el corazón de hinchas y medios. Varios factores contribuyeron a esa distancia: su rechazo a generar relaciones personales con periodistas, su negativa a ofrecer entrevistas, su afán por explicar el fútbol de un modo más intelectual que pasional, el gesto tenso y cansado con el que afrontó diversas crisis internas y hasta las limitaciones de su alemán. Entonces llegó el inesperado llanto, una réplica de las lágrimas que se le habían escapado en el sextuplete con el Barcelona tras el Mundial de Clubes del 2009. Y la escena robó protagonismo a la conquista de la Copa en sí.
En Mánchester, donde estará arropado por Begiristain y Ferrán Soriano, secretario técnico y director financiero durante su etapa en el Barça, ahora director de fútbol y director ejecutivo del City, Guardiola partirá de una situación bien diferente. Su nuevo club, que viene de alcanzar por primera vez las semifinales europeas y se clasificó a trancas y barrancas para la próxima Champions, sueña con dar un nuevo salto. Allí la palabra fracaso aún está por estrenar.