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El legado de Bolt será inmenso también en la derrota. Durante una década había competido con la misma fiabilidad, con idéntico ritual desenfadado, con una sonrisa seductora con la que resultaba imposible no alinearse. No solo queríamos a Bolt por sus marcas, sino también por su forma de pasearse por el mundo. Ahora que ya no es invencible, deja una lección a la altura de su legado como deportista.
Se colgó el bronce sin renunciar a su complicidad con el público y al respeto a sus compañeros. Dejó escapar un par de muecas de tristeza, de incredulidad, de rabia contenida ?esta vez sí? durante esos instantes en los que parecía no querer creerse aún que había sido destronado.
Y ese primer momento, en el que afloró la sana sensación de la derrota, lo conecta directamente con todos los que, en el fondo, también necesitamos el encanto del fracaso. Ese amargo gesto en la cara del mito lo volvió más cercano antes de iniciar, ya destronado con el bronce, el mismo ritual festivo que si hubiese ganado.
«Si te encuentras con el Triunfo y la Derrota y a estos dos impostores los tratas de igual forma». Lo dejó escrito Kipling en su poema If, y la lección la cincelaron en los muros de Wimbledon, donde veneran como en ningún sitio la elegancia de la derrota. En la otra esquina de Londres completó ayer una torpe carrera Bolt. Y aunque el oro colgará del cuello el tramposo Gatlin, el público le recordó que su ganador siempre será otro.