
El sistema nacional de trasplantes es un motivo de orgullo para cualquiera. No llena plazas ni estadios como el fútbol, ni genera euforias ni odios ni rivalidades. Porque el modelo genera semejante consenso y tal nivel de confianza que es una de esas escasas y maravillosas rarezas que se da por hecho que triunfan en este país. Y lo hace, funciona de maravilla. Con una filosofía basada en el altruismo y la solidaridad. De forma que iguala a un fontanero de Sabadell y a un empresario de Chiclana. Así debe ser. Porque no toda actividad humana debe quedar al capricho del mercado. Para generar negocio ya está el fútbol.
Por eso provocan semejante alarma las grabaciones conocidas ayer. Porque, narradas por dos directos conocedores del proceso de donación que salvó la vida a Abidal, resultan repugnantes. De confirmarse los hechos, representarían el penúltimo desengaño alrededor de un deporte tan bello como el fútbol y manchado por una larga lista de sinvergüenzas. La podredumbre habría llegado también una historia tan bella como la de la curación de Abidal, como la de la curación de cualquiera.
En el caso del Barcelona, tan ejemplar en tantas cosas, la crónica negra no deja de abrirse paso desde el palco de autoridades. Núñez, Gaspart, Laporta, Rosell y Bartomeu, los presidentes de los últimos 40 años, han estado en distintos momentos imputados por su actividad empresarial o sus manejos en el fútbol. El Barcelona, como otros muchos clubes tan incontinente a la hora de comunicar nimiedades, debería dar una explicación detallada y convincente sobre el caso. Lo tiene fácil. Al fin y al cabo ahora Bartomeu es su presidente y Abidal su secretario técnico.