Es la pesadilla del periodista en rueda de prensa. O quizás la del polemista. Pues que el tópico cambie de bando. De los árbitros... Prefiero no hablar. A fin de cuentas, todavía hay discusión sobre si lo de Llull contra el Andorra era campo atrás.
Dicho esto, no deja de tener gracia que la Copa del Rey coincida con el All Star de la NBA. Las estrellas de la liga americana dando saltos hipnóticos ante supuestos defensores reduciendo el baloncesto a que una pelota entre por el aro mientras al otro lado del Atlántico, en la que dicen segunda mejor competición del mundo, Barcelona y Real Madrid se dejan hasta la última gota de sudor para frenarse mutuamente. Evidentemente, el All Star de competición tiene poco, pero sí sirve de ejemplo para dos idiosincrasias muy distintas. Mientras América siente auténtica pasión por el ataque, en España nos defendemos. Así lleva siendo desde que se hundió el Maine. Como mínimo.
Tal vez su filosofía sea la correcta. Al fin y al cabo, ellos son los que han tenido éxito colando su espectáculo en los televisores de todo el mundo. Pero los niños que prefieren ser Kevin Durant antes que Sergio Llull tienen en el partido de ayer un argumento para trasnochar menos. En una Copa de las de antes -siete de los participantes levantaron el trofeo en al menos una ocasión- vimos al mejor taponador taponado, a defensores desagradables, como el chicle que se pega en la suela del zapato, agarrones de camisetas, gigantes chocar en el aire por una pelota, rebotes celebrados como triples, jugadores sangrando por la cabeza, calambres antes de empezar el cuarto decisivo y a leyendas saliendo a gatas del parqué. Aún si no les entra en el adjetivo de «bonito», fue un gran baloncesto.
Los jugadores de la NBA son mejores. Tienen un físico y una habilidad a la que Europa no llega. Pero ayer, varios jugadores que llegaron de esa gran liga todopoderosa sufrieron como perros.