
Hace ocho días Rafa Nadal se ganó, una vez más, el reconocimiento unánime con su victoria más conmovedora, a sus 35 años. Y, aunque Carlos Alcaraz viene empujando con fuerza, no va a ser fácil el relevo. El balear va a dejar el listón muy alto.
Ese vértigo se puede trasladar a buena parte de las disciplinas deportivas y los jóvenes nacidos a finales del pasado siglo o principios del XXI pueden correr el riesgo de pensar que lo normal es ganar en la élite. Y nada más lejos de la realidad.
Para ellos la maldición de cuartos de final en el fútbol no existe. Han visto ganar dos veces seguidas la Eurocopa a la selección de España, y en medio un Mundial, el único. Repetir una generación como la de Casillas, Xavi, Iniesta, Sergio Ramos o Villa se antoja cercano a lo imposible. Lo mismo sucede en un baloncesto capaz de conquistar campeonatos continentales y mundiales, de subirse al podio en los Juegos e incluso de ponerle caro el oro al poderoso equipo americano con figuras NBA. Ya no están Calderón, ni Navarro, ni los hermanos Gasol, ni Felipe Reyes. Los más veteranos recordamos etapas anteriores en las que pisar el podio era toda una gesta, y pensar en el oro algo parecido al jugador de póker en el chiste de Eugenio. Con la fórmula 1 y Fernando Alonso fue como pasar del cero al infinito. Y no hay más que ver al propio piloto asturiano, que todavía sigue en liza, o a Carlos Sainz en Ferrari para convenir lo caros que están los tres primeros puestos, porque hablar del título ya empieza a quedar lejos.
La selección de balonmano es la que mejor está gestionando los cambios generacionales. Visto en perspectiva, probablemente sea la que mejor compite. El motociclismo también va encontrando relevos. Pero la sensación es que la gran fiesta ha llegado ya a los bises, que las mejores generaciones de la historia entregan el testigo. Es duro.