Dylan Groenewegen brinda en Dijon por su sexta victoria en el Tour de Francia

Jon Rivas COLPISA

DEPORTES

Stephane Mahe | REUTERS

El esloveno Tadej Pogacar continúa al frente de la general

04 jul 2024 . Actualizado a las 19:13 h.

Groenewegen es un apellido maldito para los titulares de los periódicos, y no solo por su longitud, que ocupa mucho espacio en las páginas de papel (no tanto en las virtuales), sino porque además es uno de esos nombres que, salvo en el idioma original, obliga al periodista a fijarse mucho a la hora de escribirlo.

Ya puede ganar muchas carreras el ciclista neerlandés, que siempre que se cruce en el camino de una crónica o un reportaje, obligará al torpe redactor a consultar cómo se escribe.

Y ganó en Dijon, en la Borgoña, después de circular entre los viñedos del reputado caldo francés, y se llevó el esprint por delante de Philipsen, que todavía no ha ganado, pero siempre ha sido primero y segundo en las últimas doce llegadas masivas que ha disputado en el Tour, una regularidad que todavía no ha tenido premio en la presente edición.

En la víspera fue Cavendish quien frustró su intento. «Le felicito, es un buen chico». Así despacha Eddy Merckx el récord que le arrebató Mark Cavendish, que ya tiene para siempre una victoria más en su historial que el Caníbal. Parco en palabras el campeonísimo belga, competitivo hasta el extremo, aunque hace décadas que dejó de correr.

La resaca por la nueva marca que consiguió el británico seguía siendo el centro de la conversación en el Tour. Quien fuera el chico malo del pelotón allá por sus primeros años, fue cogiendo poso según se iba convirtiendo en un veterano, y ahora, a los 39, es un tipo querido por sus compañeros.

No hubo mano de ciclista que no se alargara en su desfile hacia el podio, las primeras, las de Philipsen y Kristoff, los que más de cerca le disputaron la etapa. Aunque algún periódico belga se resistía a plegarse a la evidencia, hablando de un presunto sprint irregular, Merckx se queda sin récord y el trono le pertenece a Cavendish.

Pero tiene en el pecado la penitencia Mark, ya que la atención mediática que despertó por su récord, tiene su lado negativo, porque las cámaras de televisión le siguen allá donde va.

Si saludar a su familia es una imagen grata y en la que no le importa ser protagonista, no lo es tanto cuando pincha, se queda retrasado y la televisión está ahí, no tanto por captar la imagen concreta del incidente, que no es algo inusual, sino porque a escondidas es más fácil agarrarse a un coche para remontar, o ponerse a rebufo para lo mismo. Por eso protesta, y les pide a los reporteros que se alejen, y se enfada.

Todo eso sucede mientras en el pelotón, que ha sesteado hasta entonces, agrupado y disciplinado, rozando el peor tiempo propuesto por los organizadores, se percatan de que ha cambiado el viento, que ahora sopla de costado, y los más veteranos, e incluso los novatos, saben que eso significa que se puede liar una buena con los abanicos, así que aparece el Visma de Vingegaard y pone en fila al grupo, ajustado a la cuneta, para intentar hacer daño a sus rivales.

Tadej Pogacar, que se las sabe todas, está atento, pero cuando se rompe el grupo en dos partes, empieza a mirar a un lado y a otro y se da cuenta de que allí no hay nadie de su equipo; que todos se han despistado en los estrechos pasos de Montrachet, un pequeño pueblito con denominación de origen para sus vinos de la Borgoña.

Tira el Visma con fuerza mientras Pogacar se desgañita por el pinganillo y sus compañeros, que no se han dado cuenta de nada, y eso es un problema para el líder, empiezan a organizarse.

Pogacar y la fortuna

Pero para ganar el Tour también hace falta un poco de fortuna, y después de casi diez kilómetros con el líder aislado, cambia el viento. Se calma y empieza a soplar ligeramente a favor, así que el esfuerzo de los corredores del UAE de Pogacar consiguen enlazar y tranquilizar a su líder, y por si acaso, se colocan en cabeza para evitar males mayores.

Así que se tranquiliza el asunto y los llegadores empiezan a pensar que en la meta de Dijon será su momento, aunque Cavendish bastante tiene con pelearse con los cámaras de televisión mientras persigue al pelotón.

Y los favoritos también se ponen a cavilar sobre la etapa del día siguiente, una contrarreloj totalmente llana, de 25,3 kilómetros, todavía con las reservas de combustible en niveles aceptables, y en la que se observará el rendimiento de los favoritos. Es un trazado apetecible para Evenepoel, pero también para Roglic o Pogacar, y tal vez no tanto para un peso ligero como Vingegaard.

Así que todo queda a la espera de lo que sucede en la séptima etapa, entre los viñedos y los bosques de la Borgoña, una jornada que clarificará más el Tour. O lo enrevesará, quién sabe. Mientras, habrá que pararse una vez más para escribir Groenewegen, de nombre Dylan, aunque ya no son los tiempos de las máquinas de escribir, así que también es un buen recurso el copiar y pegar de los ordenadores.