El Manchester City no está para los partidos de postín. El Madrid y el Liverpool le acaban de enseñar la puerta en las dos grandes competiciones de la temporada. Aún en el mes de febrero, este es el único camino que aguarda al campeón de la Champions del 2023. El equipo de la familia gobernante de Abu Dabi no se puede sentar a la mesa de los ricos, donde se resuelven los grandes títulos de la temporada, entre ellos quién se llevará a sus vitrinas la próxima orejona y quién el título de la Premier. Solo le queda seguir avanzando en la FA Cup, el segundo trofeo inglés, en el que está clasificado para los octavos de final, donde le ha tocado en suerte el Plymouth, el único superviviente de la segunda categoría (pero, ojo, que viene de eliminar al Liverpool).
Al final, el fútbol de élite se resume en disponer de los mejores futbolistas, una selecta colección de cromos en la que Pep Guardiola siempre abrió más sobres que nadie. Así ha engordado un palmarés envidiable, mientras establecía un punto de inflexión en el fútbol, con esos esquemas y tácticas ahora imitadas hasta por los equipos infantiles. Nadie desde el banquillo ha entendido el deporte rey tan bien y tan bonito como él. Por eso, llama la atención que su descalabro actual se origine en la lesión de Rodri. No porque la baja del segundo Balón de Oro español, por detrás de Luis Suárez, no sea lo suficientemente importante, sino porque su falta haya destapado un vestuario con más batallitas que realidades y al que ya le cuesta creerse los movimientos de varita del mago de Santpedor.
Ni siquiera un nuevo mercado de fichajes repleto de ceros en la cuenta cityzen, con la llegada, entre otros, de un coruñés y estudiante a arquitecto del fútbol como Nico González, ha evitado que quede patente que el club de Mánchester ha descendido un escalón. Y ahí está Guardiola, obligado a inventar el fútbol de nuevo.