Carlos Lalín: «He llevado a cabo más de 850 recuperaciones y las recuerdo todas»

DEPORTES

ANGEL MANSO

Tras pasar por el Dépor, el Madrid, el Manchester United, el Tottenham y el Roma, entre otros, ahora se toma un año de descanso en A Coruña

05 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

A finales de los años ochenta, el actual decano del INEF Galicia, Rafael Martín Acero, parió en el Deportivo un área que reunía a los médicos, preparadores físicos y fisioterapeutas del club, algo inédito en España. Bajo las siglas de SARF (Servicio de Apoyo al Rendimiento Físico) creó un entramado en el que se inventó la figura del readaptador físico. Esa persona que no era ni el preparador físico ni el fisioterapeuta ni el médico, e iba a seguir al lesionado desde el primer día hasta su regreso a la disciplina de grupo. Ahí emergió la figura de Carlos Lalín Novoa (Caracas, 1970), un licenciado en Ciencias del Deporte y la Actividad Física con apenas experiencia, pero enorme conocimiento y grandes ganas de ejercer.

Tras más de un cuarto de siglo, el currículo de este venezolano de nacimiento pero lalinense de crianza acumula Ligas, Copas, Supercopas, Conference y Liga Europa con algunos de los mejores clubes del mundo. Dieciséis años después de abandonar el Deportivo para enrolarse en el Real Madrid, en donde conoció a José Mourinho —el profesional portugués rápido captó su capacidad y lo incorporó a su staff técnico—, el readaptador se toma un año de descanso en A Coruña con su familia. Pero no es un período sabático, sino de más trabajo, aunque de aprendizaje de negocios y puesta en marcha de una start-up dirigida a la que es su área de actuación, la preparación física.

—¿Por qué ahora esta desconexión?

—Todo tiene un recorrido en la vida y hay un momento en el que las personas tomamos decisiones por criterios, factores o porque las cosas solo tienen una duración. Hay buscar nuevos proyectos y caminos.

—¿Separar el suyo del de Mourinho tras 14 años trabajando con él significa algo?

—No, la respuesta que le acabo de dar. Tuve de entrenadores a Irureta, Lotina, Caparrós, Schuster, Juande, Pellegrini y Mourinho. Unos fueron más jefes y otros más líderes. Por el que pregunta se convirtió en mi jefe, compañero y amigo de viaje. Pero es un auténtico líder y contribuyó mucho a que yo ahora mismo sea también un líder.

—¿Trató de convencerlo?

—Digamos que dejamos las puertas abiertas, pero entendimos que era un buen momento para que cada uno siguiera su camino. Seguimos teniendo relación y nos mensajeamos, dentro de lo que sus ocupaciones le permiten. Ahora no es mi jefe, pero sigue siendo mi amigo.

—¿Sería capaz de decirme aproximadamente, cuántos jugadores han pasado por sus manos?

—He llevado a cabo más de 850 recuperaciones y las recuerdo todas. Desde la de Fran, con un problema de rodilla que tuvo, que fue el primero, hasta Pellegrini, el último, ya en el Roma. No necesito apuntes, puedo hablar de todas ellas: de los aciertos y, por qué no, también de los fracasos.

—¿Cuál es de la que se siente más orgulloso?

—No me gusta ni debo hablar de casos particulares. Pero he de decirle que he aprendido más de los fracasos, que también los hubo, que de los éxitos. Recuerdo un error por falta de comunicación que hubo con un futbolista. Tenía una lesión de gemelo y no se me indicó adecuadamente. El caso es que lo puse a hacer ejercicios que no debía. Me enfadó mucho. Sobre todo, porque tú puedes fallar, pero no por falta de comunicación.

—¿Alguna vez se ha visto obligado a dar el o.?k. a algún jugador que no estaba preparado?

—A ver, aquí hay tres situaciones. Nosotros, con todos los conocimientos y pruebas que hacemos, trabajamos con un semáforo. Si todo nos marca que rojo, ahí da igual que lo diga el entrenador o el club, que el futbolista no juega. Si está en amarillo, es cuando entran en juego otros factores. Indica que hay un riesgo de lesión y debemos evaluar si compensa. Qué partido es, qué tipo de lesión, qué hay en juego... Pero, al final, quien decide, aparte del entrenador, siempre es el jugador. Si él no quiere, no actúa. Y, cuando está en verde, puede haber un mínimo porcentaje de fracaso. Pero esto no es una ciencia infalible. Ahí todos convenimos en que es apto. Aunque siempre existe ese riesgo. La certeza absoluta de que alguien no recaiga es imposible de tener.

«Fran nos ayudó mucho a crecer y aprender»

Fue el primer futbolista al que tuvo que sufrir y con el que asegura que aprendió mucho.

—Con lo testarudo que es, no sé yo si la mejor forma de comenzar es tratando a Fran.

—(Se ríe). Era exigente. Y esa exigencia nos permitió desde el primer momento crear unos estándares de exigencia y excelencia nuevos. Eso es algo vital para cualquier desempeño. Tengo que reconocer que Fran nos ayudó mucho a crecer y aprender.

—Ha tenido grandes padrinos, como Rafael Martín Acero o José Mourinho. Eso no es fácil.

—Son gente que ha alcanzado la excelencia. También le debo mucho a Moncho Barral y al doctor Arriaza. Y, por supuesto, aprendí mucho, no solo del trabajo, sino de la vida, con Rui Faria [ayudante de Mourinho]. Me quedo con algo que siempre me decía este último, que me hablaba de la importancia que tenía saber ser y también saber estar. Y volvemos un poco a lo que hablábamos antes, Mou era un jefe, pero sobre todo un líder, en el trabajo; y, fuera, pues acabó convirtiéndose en amigo.

—Usted fue pionero en España en esta disciplina.

—Yo tuve la suerte de que el presidente y el director del SARF me dieron la oportunidad. No fui el primer readaptador. El Madrid y el Barça ya tenían una persona que lo hacía. Pero aquí supimos darle esa estructura, nombre e importancia que luego nos permitió crear la titulación en la federación española de fútbol.

«Cuando llegué al Madrid, ya sabía lo que era trabajar con campeones del Mundo»

«Era mayo del año 2008 cuando recibí una llamada del Real Madrid. Me invitaban a acudir a la capital de España con la excusa de un curso. Me sorprendió, pero acepté. Era un pequeño engaño, porque cuando llegué allí lo que hicieron fue ofrecerme la posibilidad de fichar por el club blanco. Ahí se me abría un camino con el que no contaba, pero que no podía rechazar». De esta manera relata Carlos Lalín cómo fue su desembarco en el club de la capital de España.

—¿No le dio vértigo dar el salto por el nivel de jugadores que se iba a encontrar?

—No, porque para mí no era tanta la diferencia. Es más a nivel mediático que por los interiores, y yo trabajaba ahí sin salir a la luz. En cuanto a la relación con los jugadores, pues es posible que alguno tuviera un palmarés mayor que los de aquí. Pero no podemos olvidarnos de que cuando llegué al Madrid, ya sabía lo que era trabajar con campeones del Mundo. Yo había estado con Mauro Silva, con César Sampaio, con Diego Tristán, con Capdevila, con Makaay... Eran campeones de Liga y el Madrid llevaba años sin ganar la Liga. Eran campeones de Copa, de la Supercopa, semifinalistas de la Champions. Ya le digo que para mí eran iguales, y en el trato así lo fueron.

—Puede presumir de haber conquistado 14 títulos en su carrera, ¿con cuál se queda y por qué?

—Me quedo más con las experiencias que con las conquistas. Esas son para los jugadores. Sí es cierto que me hubiera gustado poder ganar una Champions, porque me quedé en semifinales. Y, bueno, del Mundial también es muy bonito el trofeo. Lo trajo alguien cuando estábamos en el Tottenham. Pero, ya le digo, soy más de sensaciones.

—Estuvo a las puertas de una final de Champions con el Dépor, ¿cree que aún le queda tiempo o su vida se enfoca ahora por otros caminos?

—Estoy en un año sabático, haciendo un MBA en big data y negocio analítico. Hay gente que aún cree que sigo en el mismo staff. Supongo que con el tiempo tendré que buscar algo y también me saldrán cosas. No renuncio a nada. En cuanto a la semifinal con el Dépor, de aquel partido y del que jugamos contra el Milan hablé con Mou y con Kaká. Este estaba convencido de que los nuestros estaban dopados. Y el técnico me dijo que estaba seguro del triunfo. Es un entrenador de finales y la de Riazor era para él. Le hablaba de sensaciones, le voy a contar la mía personal. Antes del 4-0 al Milan, el vestuario estaba eufórico; antes del 0-1 contra el Oporto, estaba cargado de responsabilidad.