
El ecuatoriano se distancia en el último puerto, en que un acelerón de Del Toro descuelga al español y al esloveno
21 may 2025 . Actualizado a las 20:16 h.Richard Carapaz siempre está disponible. Tal vez no se encuentre ya en disposición de ganar una carrera tan exigente como el Giro, que quién sabe, pero tiene la energía suficiente y la valentía justa, sin rayar en la osadía, de seguir sumando. Es un extraordinario sabueso para elegir opciones ganadoras y reventar carreras cuando le conviene.
Ya se intuían algo sus competidores cuando el Education First, su equipo, apartó del camino al Lidl y al UAE, que trataba de controlar el caos que se genera en un final como el de la undécima etapa, junto a la Pietra de Bismantova, con sus 300 metros de altura que inspiran a los escaladores y los montañeros que han encontrado caminos menos arriesgados para subir que los cortados.
Allí disfrutan de sus privilegiadas vistas sobre el valle del Po, y en la distancia, las cimas de los Apeninos. Carapaz ya había diseccionado lo que ocurría en la carrera. «Era una etapa bastante difícil y con mucha gente sufriendo desde la primera subida». Sin encomendarse a nadie, el EF tomó a su cargo las operaciones de aproximación, cuando ya estaban a un par de pedaladas los cinco fugados, un grupo de ilustres, que durante muchos minutos soñaron con la posibilidad de llegar a la meta y jugársela entre ellos. Pero no hubo piedad con Pello Bilbao, Plapp, Fortunato, con el jersey de la montaña entre ceja y ceja, Poels y Nairo Quintana. Un quinteto duro de roer, nada similar a esos jornaleros de la gloria —José María García dixit— que suelen formar las avanzadillas de reclutas jóvenes e inexpertos que prueban fortuna y venden sus colores corporativos a través de las pantallas de televisión.
Llevaban dos minutos de ventaja, pero fue Pedersen, pedaleando como una mula, quien resumió la diferencia a unos pocos segundos, que se quedaron en nada con el ataque brutal de Richard Carapaz. En nada tomó la distancia suficiente como para disuadir a posibles perseguidores. «Tenía buenas piernas y aproveché la oportunidad para atacar en el instante adecuado. El grupo de atrás se rompió y con la arrancada me vi solo».
Unos porque no podían, otros porque no querían, y no les hacía falta, solo Isaac Del Toro, el portador de la maglia rosa, se animó a acelerar, y el suyo fue un movimiento tectónico, un terremoto de corta duración, pero de bastantes grados en la escala de Richter, porque dejó colgados de la brocha a su compañero Juan Ayuso, a su rival Primoz Roglic, y al resto de la tropa que jadeaba en la cuesta, la penúltima del día.
Pero el acelerón del líder sí que podía considerarse una temeridad, a ocho kilómetros de la meta. Así que cuando su ritmo se hizo más regular, empezaron a llegar desde atrás los demás, con Ayuso a su tren, y Roglic tal vez algo renqueante, pero entero. Se les empezaron a ver las costuras. Por supuesto, se pueden sacar muchas conclusiones del estirón de Del Toro y algunas de ellas no refuerzan la candidatura de su compañero Ayuso, ni la de Roglic, aunque en una carrera de tres semanas siempre hay días malos y peores, pero también se puede interpretar como un desgaste innecerio del líder. Cada cual lo ve a su manera.
Alarde de la magia rosa
Y mientras, Carapaz a lo suyo, aceleraba para coger mayor distancia posible con sus perseguidores. «Ha sido una contrarreloj hasta la meta», declaró el ecuatoriano. Llegó a tener a su favor medio minuto, una diferencia de seguridad suficiente en apariencia, y se dispuso a afrontar los kilómetros finales con un colchón para el kilómetro final, siempre en ascenso y en el que los segundos de ventaja se le escurrían a cada pedalada.
Sufría pensando en lo que quedaba, gozaba imaginando lo que le esperaba. Aunque escuchó tambores de guerra por detrás, nadie fue capaz de alcanzarlo antes de llegar a la meta. Conservó diez segundos sobre el grupo, que encabezó Del Toro en otro alarde para ganar seis segundos de bonificación, para resarcirse en parte de los que perdió en la contrarreloj.
Ayuso entró con el mismo tiempo, como Roglic, que con un equipo endeble, sabe que se las juega él solito. Carapaz, feliz, con la adrenalina por las nubes después de ganar en la meta de Castelnovo ne Monti, todavía tenía arrestos para proclamar a quien quisiera escucharle y disuadir a quien le recomendaba calma de aquí en adelante: «No pienso tomármelo con calma, voy a seguir luchando hasta el final del Giro».