
El danés se cae con todo su equipo bajo la lluvia, vence a Ciccone en el esprint cuesta arriba de la segunda etapa y ya es el líder de La Vuelta
24 ago 2025 . Actualizado a las 19:34 h.El ciclismo mantiene su temor al sky. No el equipo que tiranizaba el Tour, sino la traducción al castellano. Al cielo. Se cierra, empapa el suelo y lo cambia todo. En un pelotón tranquilo y relajado que llevaba más de 300 kilómetros sin caídas nadie se siente seguro si llueve. Ni siquiera Vingegaard, el ciclista mejor rodeado de La Vuelta. Siete percherones a su servicio. Un escuadrón. Es igual. Una rotonda, un frenazo asustadizo, un ciclista del Israel al suelo. Cae un soldado amarillo. Y otro. Y otro. Y otro. También el danés. Todos menos uno. Ordenados hasta para tropezar.
A su compañero Axel Zingle parece que se le sale el hombro. Se sube a la ambulancia y vuelve a su sitio, el hombro y el ciclista. A proteger al gerifalte del Visma, un líder humano, que hace lo que todos cuando ocurre un contratiempo: tranquilizar a los de casa. Dedo pulgar hacia arriba y manda un beso al aire cuando vuelve al gran grupo, que le espera. Quedaban algo menos de 30 kilómetros. El chaparrón se quedó en aguacero, más liviano, y todo se decidió donde se esperaba. En los últimos metros.
Era un final en alto en Limone Piemonte, una cuesta más larga y tendida que dura (9,8 kilómetros de subida al 5,1% de desnivel medio). Ciccone giró en cabeza la última curva. Buscaba darle a Italia un triunfo en casa. Se le dan bien esos finales explosivos. «Tenía la sensación de que no le iba a superar», reconoce el danés. Pero en la agonía de la rampa final, Vingegaard gasta su energía extra, le adelanta y vuelve a levantar el brazo. Jadea entre los flashes de los fotógrafos, pero levanta el puño. Se interesa y celebra con los compañeros y hace lo de todos ante una buena noticia: llamar a casa para avisar. «Estoy muy feliz. Hacía mucho que no ganaba», dice con hambre. Más allá de un par de cronos y generales, no levantaba los brazos desde el Tour de Francia del año pasado. «Prefería coger el maillot de líder más tarde pero ves la oportunidad y no la puedes dejar pasar».
Lo dijo Landa. No dejan ni las migas. Ciccone firma una segunda posición amarga. La avala uno de los patrones de la localidad, San Secondo. Sigue esquivo a la hora de hablar de sus opciones para el podio. Prefiere ganar etapas. Tendrá más opciones el Lidl-Trek, el sábado mal colocados en el final y el domingo, con la miel en los labios y Pedersen asustado por un perro (atado) en el asfalto justo a la hora de lanzar el esprint intermedio. En tercera posición emerge Gaudu y cuarto Bernal. A dos segundos, el resto de favoritos, incluido Landa.
El nuevo maillot rojo, «feliz». «La caída ha sido por estar el suelo mojado. Me he caído fuerte, pero al ser tan resbaladizo he patinado y no he tenido ninguna herida», sonríe sobre el rodillo mientras supura una rozadura en el codo. En la salida de Alba se repartían trufas blancas, la especialidad del lugar, y roles entre los equipos. Muchos sentían opciones de victoria. Ninguno desde la fuga.
Glivar (Alpecin), Slock (Lotto), Otruba (Caja Rural), y Nico Denz (Red Bull-Bora) fueron los primeros y los únicos en atacar. Nadie les siguió. Pese a tener dos minutos y media de ventaja, Patxi Vila mandó parar a su corredor. «La idea era una fuga numerosa, con Nico y varios con opciones de ganar, pero así, pocas opciones de victoria». Su hueco en la fuga lo ocupó el asturiano Sinuhé Fernández (Burgos-Burpellet-BH), que iba para ingeniero forestal, y que enseguida cedió.
Al paso por la imponente Cuneo, la etapa gris empezó a oscurecerse más. Los ciclistas bajaban a por chubasqueros y lo que en un primer momento fue un amago, el cielo no pudo aguantar. Los focos de los coches y motos deslumbran a la lluvia, que se cobra el primer abandono. Guillaume Martín se fue largo en una curva. El sonido del miedo debe ser parecido al de los chirridos de los frenos de disco. Bajo la lluvia, al paso por Boves, a 31 kilómetros de meta, desde el coche del EF Education Juanma Gárate no repararía que de allí partía el angosto y duro Coletto del Moro, casi 3 kilómetros al 12% de media y rampas al 28%, por los que pasó el Giro en 2002 cuando Garzelli ganó en Limone.
Esa empinada tachuela podría haber añadido miga y cambiado el devenir de una jornada tan tranquila y sin más jugo que un sprint cuesta arriba. La caída no asustó a Vingegaard, que ordenó a Kelderman poner la marcha cuartelera tras las huellas de Fausto Coppi. El campeonísimo hacía la mili en esta zona y ejercía como mensajero en la subida hasta Limone, que lleva hasta Francia. Así aprovechaba para entrenar y batir el récord de la hora en una tregua de los ingleses bombardeando Milán. Después fue enviado a África a luchar, fue capturado y llevado a un campo de concentración donde le reconocieron y le dejaron una bicicleta.
Vingegaard aún está lejos de esa fama internacional. Necesita esta Vuelta que parte de Italia pero se decidirá en España. «Seguramente no se ganará La Vuelta por 12 segundos, pero es un buen inicio», se alegra el doble ganador del Tour. Sabe que sus rivales más temibles son los UAE. Soler fue el primero en probarlo a 600 metros, cuando las rampas llegaban al 7%. Kuss no tardó en secarle. Gall prendió la mecha, Almeida y Ayuso, entre jadeos, no podían mejorar más posiciones. Pero están ahí. A 12 segundos de Vingegaard, que solo deja descolgada a una de las esperanzas italianas, Antonio Tiberi, que queda a 31 segundos.