
Van solo cuatro jornadas, pero todo apunta a que a los árbitros de Primera División les espera un infierno esta temporada. No tanto a los de Segunda, en la que también hay VAR y sin embargo la polémica no es tanta.
La diferencia está, sobre todo, en el Real Madrid y en el Barcelona. Los blancos aceleran en su cruzada de denunciar cada decisión en la que se sienten perjudicados. Por lo que se ha visto este fin de semana, incluso acudiendo a la FIFA, como los niños mal criados que se quejan a mamá o a papá cuando algo les molesta. Siempre con el altavoz de su propia televisión dispuesto a amplificar el lamento y la denuncia, que no es lo mismo que el debate. Y solo en las competiciones nacionales, porque en las internacionales el grado de crítica y de crispación no es el mismo. El propio Huijsen también fue expulsado en el Mundial de Clubes, ante el Borussia Dortmund y, aunque en aquel caso la acción fue dentro del área, no hubo tanto ruido. Se podría argumentar si el central toca antes la pelota y el delantero exagera la caída al notar contacto.
Al Barcelona, le guste o no, le persigue el caso Negreira. Incluso cuando se resuelva, si algún día se resuelve e independientemente de cómo se resuelva, quedarán dudas y rescoldos. Porque más allá de lo que acaben dictaminando las leyes, desde el punto de vista ético los pagos durante años a Enríquez Negreira, siendo miembro del Comité Técnico de Árbitros, son injustificables. En qué grado pudo influir en los arbitrajes, entre mucho y nada, es indemostrable. Que nunca debió haber esa relación entre un club y un dirigente del estamento de los trencillas parece incuestionable. Esa es una sombra muy incómoda que planea y enturbia.
Así están las cosas para los árbitros en una campaña que tiene muy mala pinta. Porque a ellos nadie los defiende. Ni siquiera ellos mismos. Están muy solos en un feo laberinto.