La composición del calendario, unida a lo suculentas que son las exhibiciones, pone al límite a los tenistas, obligados a jugar para cobrar y ganar puntos
11 oct 2025 . Actualizado a las 18:41 h.«Un día nos van a matar», aseguró Carlos Alcaraz en una de sus mayores y más gráficas quejas sobre la saturación de partidos con el calendario actual. Los tenistas actúan como autónomos, si no juegan no cobran, pero es que además se ven obligados a seguir una hoja de ruta que no para de añadir días de competición y que está basada en la defensa de puntos para sostener las mejores plazas en el ránking ATP.
El éxito de hoy puede ser un problema para el año que viene. Para entender el porqué de este debate en torno al calendario hay que desgranar el aumento progresivo de los torneos en los últimos años. Siete de los nueve Masters 1000 son ya eventos de dos semanas, en lugar de una como sucedía antaño; los grand slams, a excepción de Wimbledon, se componen de quince días de competición, en lugar de catorce; mientras que todos los tenistas tienen que participar en, como mínimo, cuatro torneos ATP 500 a lo largo de la temporada.
Además, los Masters 1.000 son de participación obligatoria, excepto Montecarlo, y no presentarse a ellos, sea por lesión o no, como le ha ocurrido a Alcaraz en Madrid, Canadá y Shanghái, implica perder un dinero importante en bonus a final de temporada.
«Yo estoy en contra de la extensión de la duración de los Masters 1.000 desde que estaba en el Consejo de Jugadores. No es bueno para los tenistas. Por mi edad, tener días de descanso en los torneos es bueno, pero en general, a los tenistas les quita días del calendario», aseguró Novak Djokovic, uno de los vocales del Consejo de Jugadores y uno de los pocos que puede saltarse Masters 1.000 sin penalización por su veteranía en el circuito.
¿El descanso o los premios?
El serbio, además, lanzó un dardo a Alcaraz: «Veo que hay tenistas que hablan de las reglas impuestas, etc... pero esas reglas solo computan para los bonus de dinero. Así que puedes renunciar a ello y jugar un poco menos. Sin embargo luego se apuntan a exhibiciones, así que es un poco contradictorio». Exhibiciones que reportan un buen pellizco a los bolsillos de los tenistas.
El murciano disputa la próxima semana el Six Kings Slam, donde ya estuvo el año pasado y donde puede llevarse a casa cinco millones de euros, más que por ganar cualquier otro torneo del calendario. Será la tercera exhibición del curso tras Melbourne y La Batalla de las Leyendas en Puerto Rico, y todavía le quedará al menos una más en Charlotte junto a Frances Tiafoe, Amanda Anisimova y Emma Raducanu.
De cara al año que viene, ya ha anunciado que estará en el Million Dollar One Point Slam, en el que amateurs y profesionales competirán por medio millón de euros. Esta sucesión de eventos abre una pregunta dentro y fuera del circuito: ¿qué quieren los tenistas, menos partidos o más premios? La respuesta puede encontrarse en las medidas de presión que han llevado a cabo los mejores del mundo en los últimos tiempos.
El pasado mes de abril, los veinte mejores tenistas del ranking ATP y WTA firmaron de forma conjunta una carta dirigida a los grand slams pidiendo más dinero por su concurso. No pedían jugar menos, pedían más ganancias, porque entienden que el porcentaje de lo que ingresa un Grand Slam, respecto a lo que se destina a los premios de los tenistas, es escaso en relación a otros deportes, que reinvierten casi la mitad de lo que generan en sus propios jugadores, que son los actores protagonistas.
Un problema que se acrecienta en ránkings más bajos
En marzo de este año, Djokovic, a través de su sindicato, demandó de forma colectiva a los organismos principales del tenis por las condiciones en las que hacen trabajar a los tenistas. Ver en Shanghái a Jannik Sinner apoyado en su raqueta como si fuera un bastón, a Djokovic quedarse fuera de la final ante el monegasco Valentin Vacherot, 204 del mundo, con evidentes problemas de movilidad, o a Holger Rune exclamar «¿Queréis que muera alguien en la pista?» son los últimos episodios rocambolescos en un deporte al que no le importa el frío, el calor o la humedad que haya en la pista.
«Hasta el día que pase algo...», dejó caer el español Alejandro Davidovich hace unos meses, recordando las condiciones extremas a las que se enfrentan en lugares como Washington y Melbourne, donde el calor y la humedad complican todo.
¿Y los más modestos? Esto, a estas alturas del año, cuando son muchos los tenistas que ya han jugado más de cincuenta encuentros y que acumulan kilómetros y kilómetros de viajes en avión a sus espaldas, solo hace empeorar la situación y convierte el problema del calendario en algo global que no entiende de ránking.
Las condiciones climáticas, los horarios, el cambio constante de pelotas que favorece las lesiones de muñeca y codo, el sistema de ranking o los controles antidopaje invasivos son algunos de los factores que los tenistas querrían mejorar.
Y si estos afectan a los Alcaraz, Djokovic o Sinner, cuyas vidas están solucionadas con sus millonarias ganancias, el problema es mucho mayor para todos aquellos tenistas fuera del top 100 y que necesitan jugar sí o sí cada semana para mantenerse en el ranking y ganar dinero. Estos tenistas, profesionales pero no tan cerca de la élite de la raqueta, muchas veces se ven obligados a jugar infiltrados, con lesiones y con escasa preparación, descanso y medios.