«A miña ilusión era volver a Costa Rica xa xubilados, pero aquí estamos na gloria»
DEZA
El testimonio de vida de Amado Batán fue recogido por las fundaciones Jove y Lo Que De Verdad Importa
08 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Hay vidas que son un viaje continúo y luchas que no se acaban. Ayer, tras regresar de A Coruña, donde le entregaron el libro de su vida editado por las fundaciones María José Jove y Lo Que De Verdad Importa en colaboración con la Xunta y la Fundación San Rafael, el lalinense Amado Batán Carral, de Goiás, se mostraba muy contento con la experiencia.
Recuerda con viveza todos los detalles de su primer oficio en el curtido de pieles en Panamá. Allí llegó con 18 años y le llamó la atención «a rixidez que había no traballo. Dicíanme que ós obreiros había que esixirlle e pagarlle un soldo digno pero tiñan que producir». Un ambiente muy diferente, cuenta, al de otras curtidurías de España «onde os sindicatos acaban con todo».
En Panamá «levantábame ás 5.00 horas e tiña unha hora para chegar a traballar e outra para volver. Botei sete anos e cobraba 1.000 dólares cada mes», una fortuna para la época en la que en España, apunta, «aquí se cobraban 12.000 pesetas».
Después de eso, explica, lo mandaron a hacer un curso a Picusa, una empresa de Padrón, que por aquel entonces era la segunda más grande de Europa. Se alojaba en un hostal cerca de la casa de Rosalía de Castro y muy cerca de allí vivía Rita, su esposa. «Pasaba por alí todos os días empecei a falar con ela e pola festa do Pilar en Valga, había baile. Ela estaba coa irmá». Ahí empezó su idilio y tras un año de relaciones «chamoume o xefe para ir para Colombia a traballar nun aserradeiro. Casamos en febreiro e o 10 de maio fomos a coller o barco a Barcelona». En el viaje «separáronos e aínda que nos víamos ás comidas, eu acabei dunha liteira cun profesor e ela con outras mulleres». De camino «paramos en Tenerife, en Madeira «que me gustou bastante pero había moita miseria», en Guajira, Curaçao, la Guayaba francesa y desembarcaron en Barranquilla donde le esperaba una hermana de su mujer.
Estuvieron en Cartagena de Indias y después de vivir un tiempo en un hotel la compañía les alquiló un piso. En el aserradero «embarcábamos 300 metros cúbicos de madeira cada semana» que salían del puerto rumbo a Bonn, en Alemania; para Miami, Santander e incluso para Lalín, para la empresa Villamarín. Los dueños, dice, «mercaban grandes extensións de árbores ao goberno colombiano coa condición de replantar». Durante un tiempo vigiló las extracciones. «Eran árbores de 50 ou 60 metros de altura e o perigo eran as serpes. Había vixiantes por se aparecía algunha e dous médicos». Cuando estuvo en Panamá, desde allí se iba muchas semanas hasta Costa Rica. Fue de sus múltiples viajes el país que más le gustó «con moita diferenza». El coste de la vida era muy inferior y «alí a Primaria, a Secundaria e a Universidade eran de balde, a xente estaba toda preparadísima, podías atopar a un limpabotas con carreira universitaria, era súper amable e moi educada. O clima era boísimo, de verán todo o ano, as froitas exquisitas, os xardíns moi coidados e a flora e a fauna eran espectaculares». Cuando se jubilaron «a miña ilusión era volver a Costa Rica porque coas pensións que temos viviríamos como maraxás, pero Rita, que xa tiña algo de Alzhéimer empeorou cando morreu a nosa filla de covid no 2021 e xa non pudo ser, pero aquí estamos na gloria», apunta. Amado solo tiene elogios para el personal de la residencia de As Dores donde pasan el día y los cuidan con un cariño infinito. A las 19.30 horas de cada jornada regresan a su casa, donde Amado cuida con devoción de su mujer.
A lo largo de su vida, cuenta, «caeunos a desgraza por todos lados». Su única hija, Ana Belén, nació con un montón de problemas y discapacidad y por ella y procurando su bienestar acabaron regresando a Galicia y a Lalín, donde Amado amplió la explotación de vacas familiar, crio cerdos y montó una granja de cerdas con un socio. Los problemas de visión y múltiples complicaciones de vista le llevaron por médicos de media España y hasta al barco-hospital de Moscú. La familia se gastó una auténtica fortuna tanto en especialistas para su hija como para hacer frente a los problemas de visión de Amado y a cesáreas y consultas de su mujer. «Todo en consultas e clínicas de pago» porque en aquellos años reconoce que no se fiaba de la pública.
No tuvieron suerte con su deseo de tener más hijos. Su mujer estaba embarazada de 8 meses e «o neno acabou afogándose co cordón umbilical». Cuando Rita tenía 38 años «quedou embarazada de xemelgos, eran neno e nena». A los siete meses los pequeños murieron y achaca ambos embarazos frustrados a errores de los médicos.
Ahora, en la residencia de As Dores, «temos unhas coidadoras marabillosas, baile os martes pola mañá, lectura, clases de ximnasia, facemos de todo», afirma.