Las pastas de té que no podrás dejar de comer

Rocío García Martínez
rocío garcía A ESTRADA / LA VOZ

A ESTRADA

Miguel Souto

Las galletas estradenses A Liñara tienen solo cuatro ingredientes y un grave defecto: son adictivas

08 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Si Cristina García Constenla (A Estrada, 1989) hubiese perseguido su sueño infantil, nunca habrían existido la marca de dulces A Liñara ni sus exquisitas pastas de té, que solo llevan cuatro ingredientes y son la perdición de cualquiera. «La receta salió a base de hacer pruebas, cogiendo algo de aquí y algo de allá y experimentando», cuenta Cristina. «Quería que fueran artesanales, que tuvieran un sabor auténtico, pero que aguantaran el tiempo suficiente», explica. «Al final lo conseguí. No tienen conservantes de ningún tipo y aguantan un mes cerradas», dice orgullosa.

Las pastas de té A Liñara solo llevan mantequilla, azúcar, harina y huevos. Por eso saben a hogar y por eso en el obrador de Cristina huele que alimenta. «Buena parte del secreto del éxito está en las materias primas. La mantequilla me la sirve una cooperativa gallega. La harina es de trigo y la compro aquí en A Estrada y los huevos son de verdad. No uso huevina. Si pudiera, usaría los de casa. Pero eso no está permitido», constata.

La repostera tiene amasadora y laminadora, pero corta y decora a mano cada pieza y elabora una decena de pastas diferente. «Con coco, con chocolate, con cacahuete, con azúcar, almendra, fruta confitada...», enumera.

De su obrador salen unos cien kilos de crujientes pastas a la semana que se venden en el propio horno de la Avenida de Pontevedra (647 273 051), en la tienda de alimentación Artesa (A Estrada) o en los ultramarinos compostelanos Cepeda y Victoria. También llegan pedidos a veces a Pontevedra, Vigo, Boiro y hasta O Barco de Valdeorras.

De niña, a Cristina no le emocionaba experimentar en los fogones. «Sabía cocinar lo básico. Filete con patatas y poco más.», confiesa. «A veces mi abuela hacía un bizcocho o mi madre unos melindres y yo les echaba una mano», recuerda. «Nunca pensé en ser cocinera ni repostera. Con lo que soñaba era con ser misionera. De hecho, tenía la habitación llena de pegatinas religiosas», cuenta ahora riendo.

El giro hacia la cocina lo dio al acabar el instituto. Casi por casualidad. «Había pedido también Farmacia pero, como no entré, hice cocina en el CIFP Compostela. No era mi primera opción, pero pensé: ‘Si no me gusta, ya me cambiaré’», explica la repostera. Aquel ciclo incluía nociones de cocina, servicios y dos días de pastelería a la semana que le metieron a Cristina García el gusanillo del dulce en el cuerpo. Un par de trabajos y una intervención quirúrgica después, la estradense acabó matriculándose de nuevo en el CIFP Compostela para estudiar otro ciclo de panadería, pastelería y confitería.

Fue al terminar cuando se decidió a emprender. «Había estado trabajando un tiempo en la panadería A Fogaza y también en una pensión en Santiago en la que hacía helados, camas y un poco de todo. Decidí que había llegado el momento de emprender por mi cuenta», explica. Los medios eran los mínimos. «Empecé en casa de mi madre. Amasaba todo a mano y laminaba con rodillo. Mi madre, que tiene don de gentes, me hacía de comercial», recuerda Cristina. «Viene de una familia de comerciantes de toda la vida. Su familia tenía la tienda de telas y moquetas que había en la Plazoleta y ella tuvo muchos años la tienda de ropa infantil Chiqui en la Avenida de Pontevedra, en el mismo local que ahora yo tengo el obrador», explica. «Empecé haciendo las pastas de té y algún melindre, todo a mano. Los vendía en ultramarinos de toda la vida en la zona vieja de Santiago», cuenta Cristina recordando los duros inicios. «Aquello era un trabajo tremendo, pero la cosa iba saliendo. Hasta que al final le fundí el horno a mi madre. Eso y que acabé con los tendones destrozados de hacer todo a mano me llevaron a invertir en maquinaria y a buscar un local específico. Primero fue un bajo en la Rúa da Cultura y luego llegó el traslado al número 16 de la Avenida de Pontevedra», dice. Allí Cristina sigue felizmente amasando sus irresistibles pastas de té.