El marfileño que llegó en patera y con tesón se hizo empresario en A Estrada

Rocío García Martínez
rocío garcía A ESTRADA / LA VOZ

A ESTRADA

Miguel Souto

Adama Traore da trabajo en su negocio de andamiaje a otros inmigrantes

03 oct 2025 . Actualizado a las 22:39 h.

La historia de Adama Traore es pura esperanza. Es la confirmación de que, a veces, con mucho empeño y más trabajo todavía, se le puede dar la vuelta al destino. Adama —que ahora tiene 29 años, vive en A Estrada y ha formado una familia— nació en Costa de Marfil, un país africano tan hermoso como empobrecido. Como toda la gente de su pueblo, hombres y mujeres, Adama trabajó desde bien joven en las minas de oro, con jornadas interminables, a veces a 35 metros bajo tierra. Así fue como el marfileño consiguió los ingresos necesarios para ponerse en ruta hacia una vida mejor.

Adama sabía que la travesía no sería fácil. Pero fue mucho más dura de lo que esperaba. Tanto que en más de una ocasión pensó en tirar la toalla y en regresar a su pueblo. El marfileño no lleva ni la cuenta de cuántos kilómetros tuvo que recorrer hasta llegar a Galicia. «Fueron dos años y medio de viaje», explica. «Salí de Costa de Marfil caminando y fui conociendo otra gente que estaba intentando lo mismo que yo. Llegamos a ser más de cien, pero algunos abandonaron porque no podían más. Es un camino muy difícil, a veces sin agua y con muchos obstáculos. Nos metieron en la cárcel varias veces», cuenta.

Adama fue avanzando como pudo de Costa de Marfil a Mali. De allí cruzó a Níger y luego llegó a Libia, donde vivió la peor pesadilla de todo el viaje. Un artículo de periódico no es suficiente para relatar la epopeya del marfileño. «En Libia era difícil entrar, pero era el triple de difícil salir», cuenta. «El país estaba en guerra civil. No había trabajo, los niños andaban armados por la calle y la gente se dedicaba a meterte en la cárcel para pedir un rescate a tu familia», explica.

«Cuando lo recuerdo aún se me pone la piel de gallina», cuenta. Y aclara: «No son cárceles del gobierno ni de la policía ni te encierran porque hayas hecho nada malo. Es gente que tiene habitaciones en sus casas con puertas de hierro y te encierran semanas allí hasta que tu familia le paga». « Mi familia pagó 300 euros, que para Libia es muchísimo dinero, y me soltaron. Pero no llevaba ni 40 minutos en la calle cuando me capturó otra persona que tenía a más de 50 prisioneros», relata. Obviamente, las condiciones del encierro eran infrahumanas. «No había agua para asearse ni para beber. Nos daban agua salada para beber y un pan al día. Y solo había un ventanuco por el que entraba la luz. Cuando yo estuve no murió nadie, pero sé de gente que murió en esas cárceles», lamenta.

La segunda vez que la familia de Adama pagó el rescate, el marfileño tomó precauciones. «No salí a la calle hasta que me vino a recoger un coche que me llevó a una especie de centro de refugiados en Trípoli donde había mucha gente de color que llevaba allí tiempo», explica.

La idea era embarcar rumbo a Italia, pero aquello no salió bien. «Le pagamos a una persona para salir en una embarcación y una hora después de estar navegando la misma persona nos atrapó en el mar y nos encerraron otra vez en una de sus cárceles», cuenta.

Aquello fue demasiado. «Al salir, decidí volver a mi país, pero tampoco era fácil. Empecé a viajar de una ciudad a otra y, después de varias cárceles más, conseguí llegar a Argelia. Ya había desistido de venir a Europa, pero quería quedarme a aprender una profesión en Argelia para volver a mi país con un oficio. Trabajé de albañil», explica Adama.

«En dos días facturo el doble de lo que me pagaban antes al mes»

El marfileño ya iba a volver a su país cuando conoció por Internet a una joven que estaba en Marruecos y le habló de las pateras a España. «Me convenció. Llegué a Tánger y allí solo estuve tres días. Al segundo día ya conocí a otros chicos y chicas de Costa de Marfil, Mali y Guinea Conakry. Éramos ocho. Pusimos 50 euros cada uno y compramos una lancha hinchable. Salimos en ella a las tres de la mañana y a las seis le dimos nuestra posición a una chica de Cruz Roja y nos vinieron a buscar», explica.

Adama pisó suelo español el 5 de junio del 2017, en Tarifa. Ahí empezó una nueva odisea por el permiso de residencia que lo llevó por Barcelona, Alicante y Andalucía. «Hice cursos e intenté integrarme. Antes de la pandemia trabajé como montador de escenarios para espectáculos. Con el confinamiento me quedé sin trabajo y busqué en Internet. Me contrataron montando andamios, primero en Santiago y luego en A Estrada», explica.

A fuerza de sudor, Adama consiguió el permiso de residencia, pero sufrió las penurias de la explotación laboral. «Me pedían cada día más. Me decían ocho horas y eran diez y no me pagaban horas extra. Cuando me fui me dejaron a deber 4.000 euros», cuenta.

Viendo el panorama y conociendo el sector, Adama se lanzó a emprender. El 3 de febrero echó a andar su propia empresa, Fama Missiman Andamios, que lleva el nombre de su pueblo. Ahora, es él el que da trabajo a otros inmigrantes. «Tengo una nave alquilada en A Estrada, mi propio material, dos camiones y varios empleados», cuenta. No puede estar más satisfecho. «El otro día me contrató mi antiguo jefe. En dos días de trabajo para él facturé el doble de lo que antes cobraba en un mes», cuenta.

El marfileño está felizmente instalado en A Estrada. «Estoy encantado. Aquí hay de todo. La gente es amable, te ayuda en cualquier trámite y todo se hace más fácil. Estoy intentando comprarme una casa aquí», anuncia feliz.