La segunda generación regenta la panadería Luis Mella, que sumó hace poco las rosquillas
04 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Los minutos se derriten como si degustases una de sus deliciosas rosquillas, las últimas en llegar. Conversar con la familia Mella Villamayor resulta relajante y formativo a partes iguales. La charla se plaga de anécdotas, de vivencias, de un acerbo atesorado durante años, como el viejo Land Rover que aún conservan, con matrícula PO-79504, y que llegó con ellos a Silleda desde Cortegada hace medio siglo. Primero para alquilar A de Laro y después para abrir la suya, Panadería Luis Mella, en la avenida do Parque de Silleda.
Luis Mella y Alicia Villamayor parecían predestinados a este negocio, ahora en manos de la segunda generación, sus hijas María y Ana. Corrían los años 70 y pensaban emigrar a Francia, pero poco antes de marchar les dijeron si querían hacerse cargo de forma temporal de una panadería en Fiestras, en el municipio silledense, al enfermar su responsable. Y dijeron que sí, repartiendo en varias parroquias. Pero ambos ya contaban con antecedentes familiares vinculados a este negocio, Luis en Cortegada regentada por sus padres.y también Alicia.
Tras estar dos años en Fiestras, Luis regresaba al negocio familiar al irse su hermano José a cumplir el servicio militar, compartiendo después un tiempo juntos antes de emprender la definitiva aventura empresarial con su mujer. Hablamos de 1974, como remarca Alicia Villamayor, una mujer pizpireta y risueña, capaz de contarte vida y milagros de varias generaciones. Toda una Wikipedia local con alma como demuestra el cariño con que recuerda a sus clientes. Incluso aquellos que durante años dejaron Silleda y al regresar por cualquier motivo no dejan de acercarse a la panadería y preguntan por ella.
El matrimonio recibía la propuesta de los dueños de la panadería A de Laro, en la actual calle Progreso. Manuel y María iban a dejarla y les propusieron que la alquilasen. Dijeron que sí, pagaron por la entonces denominada «matrícula» para regentar el negocio y compraron todo tipo de enseres para cocer, desde la amasadora a las artesas, tinos o el tendal, ese mesado de madera donde se coloca el pan al sacarlo del horno. Una pieza que aún conservan tanto tiempo después.
Luis y Alicia recuerdan ahora entre risas aquel primer día con gripe y fiebre alta. Debían estar encamados pero cocieron en Cortegada y «cheos de frío subimos ao Land Rover para repartir aquel 17 de decembro de 1974». Entonces cubrían Silleda pero también parroquias como Ponte, Taboada, Vilar o San Fiz, junto a Fiestras, Graba o Xestoso, que ya tenían a su cargo de la panadería de Cortegada. Y se encontraron además con la fortuna de que el negocio de Aguirre dejó de repartir en el casco urbano silledense, captando ellos clientela en esos siempre difíciles comienzos de una empresa.
500.000 pesetas por un solar
Todo marchaba bien y con María ya recién nacida decidían en agosto de 1975 comprar el solar que ocupa ahora Panadería Luis Mella, además de construir la casa familiar. Fueron 500.000 de las antiguas pesetas a un interés de un 20 %, pero no se arredraron, contando con el aval de sus progenitores. Llegó Ana en 1976 y dos años después comenzaba la edificación con ayuda de los hermanos de Alicia, así como de ella misma y su marido por las tardes, para después irse a cocer y después a vender el pan. Tiempos casi de no dormir, pero que recuerdan con brillo en los ojos. Fue en 1980 cuando se trasladó la panadería en su actual emplazamiento, donde cocieron por primera vez un 29 de agosto.
Entre risas y mil anécdotas llegamos a otra fecha clave. Estamos en agosto de 1987 y Luis se marchaba a A Estrada en busca de comprar un coche. Pero ese primer intento, por suerte, fracasó porque el dinero que tenía le permitió llegar a un acuerdo con la propietaria del solar colindante con la panadería, que justo entonces le propuso adquirirlo. Pedía 3 millones de pesetas y solo tenían 1,5, pero la dueña le permitió ir pagando poco a poco el resto. Y unificaron ambos bajos en 1989, estrenando el tren de laboreo en pleno verano, «mala idea pero a experiencia vaise adquirindo cos anos».
«Tiñamos que traballar moito pero había moito humor e tempo para todo, ata para ir de festa a Cambados cuns bocadillos e despois marchar a cocer e repartir; o cando era a Semana Verde e pasaban tres días sen desfacer a cama», narran Luis y Alicia. Sus dos hijas nacieron en el negocio y, como sus padres, parecían predestinadas a seguir entre harinas y levaduras. Ellas llevan las riendas de una empresa que ha progresado con sentidiño, ahora con doce empleados en nómina incluyéndolas a ellas.
Una vida con mucho de vocacional y abnegada, no en vano desde ya muchos años abren los 365 días, al incorporar los domingos por la presión de la competencia. Casi, habría que matizar, pues no trabajan el 25 y 31 de diciembre. Reconocen que les toca trabajar mucho y hacer números por el volumen de nóminas, seguros,... pero ofrecer un producto de calidad y un producto artesano les posiciona en el mercado a pesar del pan congelado.
«Temos que ter un ritmo de traballo alto», matiza Ana, quien recuerda los agradecimientos durante la pandemia por seguir cociendo y repartir a domicilio.