Sin gas ruso, las empresas alemanas tendrán que consumir un 26 % menos

Cristina Porteiro
c. porteiro REDACCIÓN / LA VOZ

ECONOMÍA

ANNEGRET HILSE | REUTERS

El precio de sus exportaciones ya crece al mayor ritmo desde el año 1974

02 sep 2022 . Actualizado a las 20:54 h.

Las reservas de gas de la Unión Europea ya están al 80 % de su capacidad, el objetivo que fijaron las cancillerías para arrancar el mes de noviembre con suficiente hidrocarburo para sobrevivir al invierno.

España sobrepasa el 84 %. Y no prevé escasez, pero el panorama es bien distinto al norte. En Alemania, donde los almacenes están al 83,6 %, el volumen almacenado será insuficiente para mantener iluminados los hogares y en funcionamiento las fábricas sin tener que racionar el consumo. Es más, aun con las reservas al 100 %, si Rusia corta todo el suministro, el país solo tendría hidrocarburo para dos meses este invierno, y no podría atender toda la demanda, según calculan analistas de Bruegel.

Podría ocurrir. Ayer Gazprom cerró la llave de paso del gasoducto Nord Stream, que abastece al país germano —ya estaba funcionando al 20 % de su capacidad—. Aunque está previsto que reanude el bombeo este sábado, Berlín tiene dudas de que eso ocurra. El gigante ruso había manifestado su intención de cumplir con las entregas a los países europeos y, sin embargo, se frenaron en seco desde la invasión de Ucrania. Las importaciones en la última semana se encontraban un 68,5 % por debajo del nivel de hace un año. Una cifra que contrasta con el aumento en un 60 % de las entregas a China en lo que va del 2022.

Y, ¿si no vuelve a fluir el gas? Según estimaciones de Bruegel, la industria alemana tendrá que reducir su consumo en un 26 % hasta abril del 2023 o buscar alternativas. Desde Bruegel apuntan que algunos sectores, como el químico, consumen un 13 % del gas total que compra el país y apenas aportan el 1 % del valor añadido a la economía. Una opción que se baraja es la de comprar materiales básicos que requieren mucha energía en su producción a terceros países. «Esto conduce a una caída en la producción de las fábricas domésticas, pero evita efectos en cascada en las industrias y reduce el consumo de gas en invierno», señalan los expertos.

Las empresas han empezado a echar cuentas. La química H&R asegura que puede reemplazar un 25 % de su consumo de gas con petróleo o carbón. El fabricante de cervezas Veltins podría «en cuestión de horas» cambiar gas por fueloil. Arcelor-Mittal importará materiales desde su planta de Canadá y Audi asegura que sus factorías pueden funcionar con un 20 % menos de hidrocarburo.

Los preparativos están en marcha. No solo por el riesgo de apagones en la actividad, también porque vienen meses de nuevas subidas. Lo anticipó ayer el presidente de Gazprom, quien prevé un «rali de precios» que podría impulsar la cotización del gas un 33 % antes de acabar el 2022, quintuplicando su precio respecto a hace un año.

Competitividad en peligro

«Los días de la energía barata se han acabado», señalan los analistas de Bruegel. Y eso ya está teniendo consecuencias para la competitividad de la principal economía del euro.

En el mes de julio, la electricidad le costó a las empresas alemanas cuatro veces más que un año antes. Su precio aumentó casi un 42 % en cuestión de un mes, encareciendo los costes de producción en las factorías y, por ende, su coste final en mercados fuera de la UE, donde las ventas retrocedieron un 7,6 % ese mes.

El precio de exportación ha repuntado un 17 % interanual, un ritmo que no se veía desde el año 1974, durante la crisis del petróleo, según datos de la Oficina Federal de Estadística (Destatis).

Hungría pide más gas

Mientras Gazprom cortaba ayer el flujo de gas a Alemania, los responsables de la compañía rusa firmaban con el Gobierno húngaro un acuerdo para aumentar las entregas al país magiar a partir de este viernes —más del doble que de lo que venía importando en agosto—. El Gobierno del ultranacionalista Viktor Orbán, justificó la decisión alegando que es «imposible» garantizar el abastecimiento energético sin gas ruso. Una tarea que el resto de socios europeos sí se afana en subsanar.