Las meteduras de pata de la titular de Exteriores, sus serios problemas de dicción, su inseguridad y su falta de tacto la han convertido por méritos propios en un pimpampum
23 abr 2003 . Actualizado a las 07:00 h.Llegó a verse tan acorralada durante el conflicto que aseguró en el Congreso, sin que viniera a cuento, que su nombramiento había sido «una muestra de coraje político» por parte de Aznar. Cuando Aznar se decidió a relevar a Josep Piqué confió en una mujer conocida tan sólo por ser hermana mayor de Loyola de Palacio, pero que había hecho una buena labor como eurodiputada y tenía sólidos conocimientos de la realidad europea. Su tenaz lucha contra el cáncer y su decisión de no ocultar los efectos de la quimioterapia le habían valido la admiración general. Era conocida por tener una «energía atómica». Sin embargo, ahora le llueven los palos por todos los sitios, incluso dentro de su propio partido. Sus meteduras de pata, sus serios problemas de dicción, su inseguridad y su falta de tacto la han convertido por méritos propios en un pimpampum. De hecho, según una encuesta del Instituto Opina Ana de Palacio es el miembro del Gobierno peor valorado (3,56). Ana Palacio tiene defectos que muchos creen la incapacitan para ocupar el relevante cargo de ministro de Asuntos Exteriores. Fernando Lázaro Carreter, un autoridad indiscutible en la gramática, ha declarado que no se puede representar a un país en el exterior balbuceando el idioma como hace ella. Pero sus problemas no acaban en esa notable falta de articulación lingüística. Palacio carece del sentido de la oportunidad y de la diplomacia necesarios e imprescindibles para desempeñar su labor. Baste recordar dos ejemplos notorios. Primero, cuando se atrevió a decir que el inicio de la guerra había hecho que subieran las bolsas y bajara el petróleo. «Ya los ciudadanos pagan unos céntimos menos por la gasolina», aseguró mientras los daños colaterales se cebaban en los civiles iraquíes. Similar fue su apreciación de que la muerte del cámara José Couso carecía de «entidad» para condenar a Estados Unidos. La familia del fallecido le exigió una rectificación por estas declaraciones «execrables» e «imprudentes». En la escena internacional sus traspiés son también habituales. El último ocurrió el martes cuando afirmó en presencia del titular de Exteriores de Túnez que estaba en contra de la instauración de un régimen islamista en Irak. Advertido por un colaborador de que esa declaración podría molestar por ejemplo a aliados como Turquía, donde gobierna un partido moderado de ese tipo, volvió a los micrófonos para añadir que «hay gobiernos islamistas y gobiernos islamistas». La invasión angloamericana puso en el ojo del huracán a esta madrileña de 54 años a la que el diario Wall Street Journal incluyó en el 2001 entre las 15 personas más influyentes en el mundo de los negocios. Tan acosada llegó a sentirse durante el conflicto que en el pleno del Congreso aseguró, sin que viniera a cuento en ese momento y ante un perplejo López Garrido, que su nombramiento había sido «una muestra de coraje político» de Aznar. Palacio se estaba refiriendo al comentario del socialista valenciano Rubio, que había dicho que el cáncer había dejado «secuelas mentales» a la ministra y que por eso justificaba la guerra diciendo que había bajado la gasolina.