Bárcenas no acabará con Mariano Rajoy

Manuel Campo Vidal

ESPAÑA

30 jun 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Seguir la actualidad española en la prensa extranjera es sota, caballo y rey. La sota de la crisis, el caballo de la corrupción y el rey propiamente dicho, o los incidentes en torno a su familia. La imputación de la infanta Cristina, después retirada, nos sorprendió en México y narramos como, de madrugada, fueron alertados algunos responsables editoriales por sus equipos de guardia. Era, también para aquel país, una gran noticia. El año pasado en Quito, en una conferencia, una empresaria nos retó a opinar públicamente sobre la cacería de elefantes del rey en Botsuana, que acababa de conocerse, y le respondimos con el titulo de nuestra crónica de aquella semana: «Al príncipe Felipe no se lo ponen fácil».

El jueves nos alcanzó en América el encarcelamiento del extesorero del PP Luis Bárcenas. Sorprende comprobar como, en determinados ambientes de influencia política y empresarial, el propio Bárcenas es un auténtico personaje, siempre unido a la misma pregunta: «¿Acabará con Rajoy?» La respuesta es negativa por dos razones. La primera, porque en España no dimite nadie. Recuerden el chiste durante el cónclave cardenalicio según el cual elegirían con seguridad a un español como papa para asegurarse de que no dimitiría. La directora de la Agencia Tributaria sería excepción, pero de hecho no dimitió sino que Montoro entregó su cabeza. La segunda es que Rajoy es uno de los políticos vivos con más resistencia. De hecho, está ahí porque lo eligió Aznar, de lo que parece haberse arrepentido a juzgar por sus arremetidas, pero también por su resistencia ante la adversidad, desesperante para sus rivales. Que diga Barcenas lo que quiera, que se fuma un puro aunque le duela. O lo parece.

La detención de Bárcenas estaba cantada y casi amortizada. En el lamentable vodevil de la crisis bancaria y de la corrupción, no bastaba con el encarcelamiento del líder patronal Díaz Ferrán y con el episodio Blesa, dos casos no comparables, desde luego. Sin duda, Bárcenas era el exponente de la burbuja de la corrupción política con más números para ingresar en prisión. Ahora queda el suspense de si hablará -¿más aún?- o si guardará silencio como Correa. Su procesamiento se intuye interminable y, por tanto, con máximo poder de corrosión de imagen, interior y exterior. ¿No tendría sentido acelerar los juicios, limpiar a fondo y hablar de otras cosas importantes para el país?

En plena digestión -o mejor indigestión- de las burbujas inmobiliaria y bancaria, una profunda revisión de lo sucedido en estos años de bonanza económica y dislate político nos llevaría a detectar otras burbujas importantes, como, por ejemplo, la universitaria. El empeño de dotar de universidad a cada capital de provincia sin reparar en la calidad de la enseñanza y en la empleabilidad futura de sus graduados condujo a lo que ha definido acertadamente como «burbuja universitaria» el presidente de la Federación de Asociaciones de Ingenieros Industriales, Luis Manuel Tomas. En una carta pública al ministro de Educación, este destacado representante de la ingeniería española le apoya en su decisión de exigir una calificación mínima de 6,5 a los alumnos que opten a becas. «Hay que recuperar la cultura del esfuerzo», defiende.

Probablemente a Wert le haya sorprendido este inesperado apoyo de estos profesionales, por cierto injustamente maltratados en los planes de reforma universitaria. Acaso la tradicional discreción de los ingenieros, que siempre prefirieron eficacia a notoriedad, haya jugado en su contra. Pero ¿a dónde va un país sin participación de los ingenieros cuando debe reindustrializarse para encontrar un nuevo modelo productivo? No contar con este colectivo es un error. Por eso, que alcen su voz es tan relevante.