Mis manos, querido Pepe, siguen intactas

ESPAÑA

19 jul 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Los mismos que ahora dicen que los papeles y los pendrives de Bárcenas no pueden marcar el calendario político de los que figuran en ellos, quisieron hacer descarrilar a José Blanco por una acusación sin papeles ni pendrives que hizo otro gran procesado -Jorge Dorribo, que quiere zafarse del caso Campeón- contra un primo de la mujer de Blanco. Y los mismos que esquivan los hechos abrumadores diciendo que nada está probado judicialmente, y que hay que esperar a que hablen los jueces -como si la política no existiese, ni en este país hubiese ciudadanos libres y honrados-, eran los que, ante la falta evidente de hechos que acusasen a José Blanco, optaron por la cobarde y asquerosa teoría de la gasolinera, mediante la que se criminalizaba el simple hecho de quedar con alguien, y recogerlo a plena luz del día, en un área de servicio de la A-6. No era delito, decían, pero es una parada impropia de un ministro. ¡Vivir para ver!

Contra esa manera de emponzoñarlo todo y convertir la política en un erial donde solo progresan víboras y lagartos, tuve yo la sana inspiración de poner la mano en el fuego por el político de Palas de Rei, cuyos orígenes humildes y cuya inteligencia probada me hacían observar aquella investigación con una desesperante sensación de que tal película ya se había visto más veces, y como si los jueces se hubiesen prestado una vez más a atar de pies y manos a quien en aquel momento era la mejor esperanza para reactivar y darle contrastes a la ramplona y entumecida política de Galicia.

Por eso me alegró mucho saber -por Blanco y por mí- que la mano ni se me ha quemado ni se me va a quemar, aunque no debería hablar así quien en los últimos tiempos puso la mano por varios desconocidos, o casi desconocidos, que siguen condicionados por togas inquietas y procedimientos manoseados. Y también celebro mucho que, aunque un largo período de 22 meses de investigación de la nada o la casi nada reprodujo para Galicia la eterna y cíclica escena de la Ponte do Pasatempo, aún me queda la esperanza -la misma que animó al poeta Machado al ver las hojas verdes del «olmo seco, hendido por el rayo y en su mitad podrido»- de que Blanco vuelva al escenario político, aquí o donde sea, como otro milagro de la primavera.

Si yo fuese bueno y moderado, que para eso me educaron en mi familia y en el seminario, aprovecharía este acontecimiento para repetir esa estúpida jaculatoria a la que hoy tantos se acogen, y para decir, con voz de loro, que esto demuestra lo bien que funciona el Estado de derecho. Pero yo soy un retorcido, y diré exactamente lo contrario: que no se puede tener preñados a los montes durante dos años para parir al final algo menos que un ratón. ¡Felicidades, Pepe, porque eres el que mejor ha quedado en esta horrible tragedia!