Los quemados, los discrepantes y los hartos de la política

La Voz

ESPAÑA

26 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

De la foto de la era Aznar van cayendo uno a uno. Hay quien, como Francisco Álvarez Cascos, estrenaba el 2011 abandonando el partido del que fue «general secretario», en palabras de Aznar. Fue además vicepresidente en el primer Gobierno del PP y ministro de Fomento en el segundo. Su fracaso intentando encabezar las listas de Asturias y sus desacuerdos con la actual cúpula que preside Rajoy sobre el proyecto político le llevaron a coger la puerta.

También Josep Piqué, extitular de Industria, de Ciencia y Tecnología, y de Asuntos Exteriores, y una cabeza muy valorada por Aznar, renunció a liderar a los populares de Cataluña al percatarse de la retirada de confianza de la dirección nacional, recelosa del tibio sesgo catalanista que pretendía imprimir al partido.

Fuentes del PP rechazan la existencia de una estrategia elaborada para ir borrando a sus antiguos compañeros de gabinete. Recuerdan que continúan a su lado Ana Pastor y Miguel Arias Cañete, amigos personales suyos. Es más, aseguran que acusarle del diseño de una táctica sostenida durante años es algo demasiado alambicado para él.

Muchos en el partido ven esta situación como una evolución natural. Esta España ya no es la de 1996, los que nacieron aquel año pudieron votar por primera vez en las elecciones en 2014. El tiempo vuela para todos y entienden que a los exministros «se les va pasando el arroz». «También a Aznar, la política es así» y muchos de los que se fueron lo hicieron «quemados de una profesión que desgasta».

Lo que todos niegan es que el partido se esté desvinculando de su pasado por un interés electoral a menos de un año vista de la cita con las urnas. No hay excepción para mantener intacto el orgullo de cómo se gobernó con Aznar. Dicen que «una cosa es la gestión que hicieron desde la Moncloa y otra, los asuntos en los que cada uno se haya visto implicado después». Pero lo cierto es que el partido se resiente y mira con desconfianza hacia la Audiencia Nacional e incredulidad a los señalados. Todos reconocen que los casos de corrupción que afloran duelen. Y duelen porque surgen de dentro, porque los protagonistas son de los suyos. Si había «malos», decía Posada esta misma semana, «saldrán en los juicios». La factura política, sin embargo, ya está casi sumada y el precio electoral apunta a elevado.