Felipe VI ha conseguido detener el deterioro de la imagen de la Casa Real, pero aún tiene tarea por delante
28 dic 2014 . Actualizado a las 05:00 h.El expresidente Felipe González no lo ocultaba en conversaciones privadas ya hace dos años: «La crisis económica es muy grave, pero la institucional es aún peor». Y en su enumeración de puntos frágiles advertía sobre Cataluña y sobre la tentación jacobina del PP. Pero no se callaba su opinión sobre el estado de la Casa Real. A aquella altura ya se veía bajar, amenazante, la bola de nieve de Urdangarin -de nieve por no decir de otra cosa- y era comentado el desgaste del rey Juan Carlos, con sus enfermedades, cacerías varias y sus frecuentes desapariciones de la Zarzuela.
Hace seis meses estábamos aún peor que ahora, con los políticos y las instituciones, junto a los banqueros, a la cabeza de cualquier clasificación sobre el desprestigio. Y con la infanta Cristina al borde del banquillo, al menos por delito fiscal. Entonces, don Juan Carlos, por sorpresa, abdicó, el príncipe Felipe fue proclamado rey, y a pesar de la velocidad con la que se hizo el cambio, en España se intensificó el debate sobre si monarquía o república, con algunas manifestaciones en diversas ciudades.
Parece que ha pasado medio siglo, y no medio año, de aquel caliente mes de junio. Hoy ya no se habla de eso, aunque volverá, ni preocupa tanto. Felipe VI se puso a los mandos de la nave, calculó sus viajes nacionales- Gerona, Santiago de Compostela, el entierro de un militar amigo en Murcia y poco más- sus viajes internacionales -Portugal, Marruecos, Francia, el Vaticano, América- e intensificó lo que venía haciendo desde hacía años pero con menos repercusión: escuchar. Escuchar a ciudadanos de toda edad y condición. Y se puso a trabajar como si pusiera en práctica la cita de Cervantes en su discurso de junio ante las Cortes: «No es un hombre más que otro, sino hace más que otro».
El mensaje navideño y la infanta Cristina
Admitamos que la familia, con la ayuda de algún juez, no se lo ha puesto fácil: dos días antes de su esperado primer mensaje de Navidad, la todavía infanta Cristina -y lo será mientras quiera porque nadie puede arrebatarle esa condición- recibía la noticia de que se sentaría en el banquillo. Y vendrán días difíciles porque su marido, Iñaki Urdangarin, difícilmente evitará entrar en prisión. Otra cosa es que pedirle dieciocho años de cárcel por su delitos trafico de influencias, delito fiscal y lavado de dinero, petición equivalente en años a la de un asesinato, parezca excesivo. Pero esa es otra conversación.
Desde la Zarzuela ya se procedió a una cirugía argumental -porque no podía ser de otro tipo- separando a algunos personajes de la denominada familia real. Se decretó que la familia real se limita a don Felipe, doña Letizia, sus descendientes, más don Juan Carlos y doña Sofía. El resto son solo «familiares del rey». Y ya se sabe que en casi todas las familias hay un bala perdida.
El año 2014 termina mejor de como empezó en la superación de la crisis que sigue azotando la economía, con algunos progresos, débiles pero innegables, y con una crisis institucional que sigue abierta pero que, al menos, en el frente de la Casa Real, ha sido contenida. Si alguien dijo que el caso Urdangarin vendría a ser como «el 23-F de don Felipe», de momento hay que decir que el rey controla bien la situación por más desagradable y delicada que resulte.
No obstante, a Felipe VI se le piden más cosas, al tiempo que se valoran sus acertadas referencias a la crisis catalana en el mensaje navideño. Ya era hora de que algún político institucional hablará a los catalanes desde el afecto y los sentimientos y no solo desde la racionalidad y la intransigencia legal. A don Felipe se le pide que reúna a los principales partidos y que inste a un entendimiento en cuestiones de Estado, como la salida de la crisis o la educación. La incógnita es si en el 2015 don Felipe proseguirá en el ejercicio de ese liderazgo para la contención de la crisis institucional. Falta nos hace.