
Un cara a cara entre Juan Carlos I y Felipe VI puso fin a la convivencia entre los dos reyes: «Me voy para que estés tranquilo y para estarlo yo»
09 ago 2020 . Actualizado a las 12:05 h.Felipe VI y Juan Carlos de Borbón tuvieron un último cara a cara para poner fin a la convivencia de ambos en La Zarzuela. No fue una charla entre padre e hijo, sino entre el jefe del Estado y su antecesor, salpicada por un rosario de escándalos en forma de comisiones. Y, según diversas fuentes, con un único testigo, Jaime Alfonsín, secretario de la Casa Real.
La cita fue en el despacho de Felipe y, según explicó Carlos Herrera, fue Alfonsín el encargado de transmitir las instrucciones del epílogo del emérito en La Zarzuela. El Gobierno llevaba semanas exigiendo un gesto ejemplar a Felipe VI ante el aluvión de revelaciones sobre la relación entre Juan Carlos I y la empresaria alemana Corinna Larsen, así como sobre sus negocios con algunos países árabes, jalonados por la polémica donación de 65 millones de euros a través de una cuenta suiza y dos fundaciones dudosas. «Carmen Calvo nos ha dicho que debes dejar el palacio», cuentan que le dijo Alfonsín al emérito.
Juan Carlos de Borbón redactó una carta de adiós y se la entregó en mano a su hijo. «Me voy para estar tranquilo y para que estés tranquilo», le vino a decir en el último cara a cara entre ambos antes de poner rumbo a Sanxenxo y despedirse de sus amigos más próximos cara a un destino aún no revelado. Seis años, dos meses y un día después de la abdicación, el emérito se despidió de la que fue su casa desde que se casó con Sofía de Grecia.
EL INICIO DEL FIN
El accidente de Botsuana. Ese amargo adiós entre padre e hijo supone el penúltimo episodio de un relevo en la Casa Real española que empezó a fraguarse en abril del 2012. Un avión de emergencia médica tuvo que evacuar al entonces rey para ser operado de una fractura de cadera en un hospital de Madrid. Con el paso de los días se descubrió que la lesión se había producido en Botsuana, durante un safari valorado en 50.000 euros en el que estaba acompañado por Corinna Larsen y el hijo de esta empresaria. Años más tarde trascendió que la alemana llevaba años viviendo en una de las casas del complejo de La Zarzuela y que su relación personal con el emérito era mucho más estrecha.
El 18 de abril de aquel año, Juan Carlos de Borbón intentó suturar las primeras heridas en su prestigio: «Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir», dijo al salir del hospital apoyado en las muletas a modo de disculpa ante un país que ya sufría los embates de una grave crisis. El deterioro de la imagen de la monarquía se aceleraba con cada nueva revelación y las críticas se sucedían.
El primer adiós
La abdicación. El 2 de junio del 2014, poco más de dos años después del incidente de la cacería de elefantes, Juan Carlos I formalizaba su abdicación en un proceso tranquilo merced a la mayoría absoluta del PP y a la participación en la decisión del PSOE del ya difunto Alfredo Pérez Rubalcaba. El monarca saliente conservaba el título de emérito, perdía la inviolabilidad ante la Justicia y retenía un salario anual de apenas 190.000 euros a cambio de conservar un cierto grado de representación institucional. En el nuevo escenario, el rey Felipe VI convivía con su padre de forma natural. Pero la paz duró poco.
Los roces con el sucesor
El homenaje de los 40 años de las primeras elecciones. Esa aparente normalidad en la convivencia se vio truncada por un fuerte encontronazo a raíz de la sorprendente exclusión de Juan Carlos de Borbón de los actos conmemorativos de los 40 años de las primeras elecciones democráticas. La Zarzuela señaló al Congreso, como responsable del protocolo de aquella efeméride el 15 de junio de 2017, pero el rey emérito no ocultó su disgusto. «Se ha excluido a quien condujo el camión de la Transición. Hasta han invitado a las nietas de ‘La Pasionaria'», se quejó a través de anónimos portavoces de su entorno. El choque intentó ser reparado en la celebración de los 40 años de aprobación de la Constitución en diciembre del año siguiente, cuando ocupó, junto a la reina Sofía, un lugar preeminente en el Congreso para escuchar el discurso de su hijo.
Su actividad institucional, sin embargo, menguaba mes a mes. Eran más noticia los viajes privados con sus amigos a navegar o a sentarse en torno a una buena mesa que su presencia en actos oficiales. Hasta el 27 de mayo del 2019. Ese día, la Casa del Rey anunció que Juan Carlos de Borbón se retiraba a partir del 2 de junio de «la vida pública por completo». Se jubilaba cinco años después de la abdicación.
La salida forzada
Un año horrible. El emérito confiaba en un final de vida tranquilo, lejos de los focos. Pero unos meses después el fiscal suizo Yves Bertossa empezaba la toma de testimonios a Arturo Fassana y Dante Canonica, dos de los banqueros de confianza de Juan Carlos de Borbón por una denuncia sobre una millonaria transferencia del emérito.
Los abogados de Corinna Larsen utilizaron la denuncia en Suiza para intentar implicar a Felipe VI, que el 15 de marzo de este año, recién estrenado el estado de alarma, se desvinculó del legado oculto de su padre e intentó establecer un cortafuegos para la Casa Real.
La lluvia de revelaciones se hizo imparable. El origen saudí del dinero, los audios de la empresaria alemana con el comisario Villarejo y las presiones políticas obligaron a Juan Carlos de Borbón a salir definitivamente de su residencia en La Zarzuela y alejarse de España.
Un futuro entre amigos y sin asignación de la Casa Real
El destino del emérito es una incógnita. Este sábado, el portal Nius publicó una imagen de Juan Carlos de Borbón supuestamente en Emiratos Árabes, aunque ninguna fuente oficial confirmó esa ubicación. La Voz de Galicia pudo confirmar que el rey salió de España el pasado lunes a las diez de la mañana desde Vigo en un avión privado matriculado en Malta que, según algunos medios, se dirigía a Abu Dabi.
Ni Casa Real ni el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, han querido confirmar oficialmente el destino del emérito. Allegados a Juan Carlos de Borbón dan por hecho que no fijará ninguna residencia estable y que en los próximos meses se moverá cerca de algunos de sus amigos más cercanos. Mohammed bin Zayed Al Nahyan, príncipe heredero de Abu Dabi, es uno de esos benefactores que podría acoger la estancia de Juan Carlos de Borbón los próximos meses.
Pero también se barajan otras posibles residencias. La Casa de Campo de La Romana, una de las propiedades preferidas de los Fanjul. O el entorno de Lisboa, cerca de Estoril, donde pasó su infancia y donde sería muy bien recibido por la familia Brito, antiguos propietarios del Banco Espírito Santo, con los que también mantiene una relación de cercanía desde hace mucho tiempo.
El emérito viaja con un escueto servicio de seguridad formado por cuatro agentes. Será el único coste para la Casa Real, que el pasado mes de marzo le retiró la asignación de 194.000 euros tras estallar el escándalo de la Fundación Lucum. Ese era su único ingreso oficial, por lo que su manutención se sufragará a partir de ahora con los ahorros acumulados o las donaciones.
La tensión en el Gobierno de coalición, un daño colateral
El último escándalo de Juan Carlos de Borbón llegó en uno de los momentos más difíciles del Gobierno de coalición, una fórmula inédita en las casi cuatro décadas de reinado del emérito. Unidas Podemos, una de las patas del Ejecutivo, convirtió el caso en una de las piedras angulares de su discurso público. La caída del monarca era el primer paso para el fin de lo que la formación de Pablo Iglesias califica de forma muy despectiva «el régimen del 78». Con el país en la peor crisis económica desde la Guerra Civil por la pandemia, ese «proceso constituyente» se convirtió en un eslogan mil veces repetido e incluso secundado por un sector del PSOE.
A Iglesias, además, el problema de la Casa Real le servía para intentar atajar sus propios problemas internos. El caso Dina, al que el líder de Podemos se refería siempre como el paradigma de las cloacas del Estado, dio un giro inesperado que señala a su partido como posible autor de una denuncia falsa. Uno de sus empleados de confianza ha denunciado a su dirección por la existencia de una caja B, cobro de sobresueldos e irregularidades de todo tipo. Y su popularidad se encuentra bajo mínimos, con el chalé de Galapagar en el que reside como símbolo de las protestas de los ciudadanos disconformes con la gestión del Gobierno de Pedro Sánchez. Todo ello, sumado a las voces que piden su salida del Gobierno y a los que dudan de su capacidad para apoyar las reformas exigidas por la Unión Europea para percibir el fondo contra la pandemia.
Desoír al presidente
El propio presidente no informó de la salida de Juan Carlos I a su vicepresidente del Gobierno. Es cierto que tampoco lo hizo con buena parte de sus ministros. Y tampoco con el jefe de la oposición. Pero la reacción de Iglesias y su núcleo duro fue durísima, más alineada con las tesis de los partidos independentistas que con la petición de Sánchez de moderar el tono de los reproches y la sugerencia de, incluso, guardar silencio,
La rama catalana de Podemos ha salido en tromba contra el emérito y contra Felipe VI, al que exigen que comparezca en el Congreso para dar explicaciones de lo que Casa Real define como «un asunto privado». Ada Colau, uno de sus exponentes, declaró sentirse «avergonzada» tras oír las explicaciones de Pedro Sánchez. Y las críticas contra Carmen Calvo, uno de los enemigos más odiados por Iglesias y los suyos, también han sido durísimas.