José Luis Domínguez, un guerrillero contra la droga

Juan Cano / Álvaro Frías MÁLAGA / COLPISA

ESPAÑA

José Luis Dominguez, en el centro de la imagen
José Luis Dominguez, en el centro de la imagen Twitter

Líder en intervención de hachís en sus 42 años de servicio en la Agencia Tributaria y uno de los personajes de la novela de Pérez-Reverte «La reina del sur»

18 jul 2021 . Actualizado a las 12:47 h.

José Luis andaba pendiente del móvil. No sabía si tenía que volar esa noche. «Si no salgo, me voy con los niños al cine», le dijo a Vanessa, su mujer. El teléfono sonó y frustró el plan. Despegaban a las doce de la noche del pasado sábado. José Luis Domínguez Iborra, al que sus compañeros del Servicio de Vigilancia Aduanera (SVA) conocían como el Iborra, le dio un beso a su pareja y otro a la hija de esta. «Cuidaos», les dijo y se fue a la base aérea.

La patrullera Águila IV llevaba un rato detrás de una lancha a la altura de Estepona (Málaga). El Argos I, un helicóptero de Vigilancia Aduanera, acudió en su apoyo. La tripulación estaba compuesta por piloto, copiloto y un observador aéreo, Iborra, el único de los tres funcionario de la Agencia Tributaria.

Su misión, la que tantas veces había efectuado, era controlar la cámara térmica de la aeronave. «Nosotros, desde el helicóptero -comenta Antonio, hermano de José Luis, también funcionario del SVA y observador aéreo durante tres décadas- podemos verle una muela picada a un tío que está cargando fardos en Marruecos».

Iborra tenía que interpretar los ecos en la cámara térmica y distinguir el tráfico de los contrabandistas, adivinar su rumbo y calcular la maniobra de aproximación del helicóptero para seguir, a oscuras, la estela de la goma en el mar. «Dudo que haya alguien con más avistamientos y que haya participado en más incautaciones que él», dice el jefe del SVA en Algeciras, Lisardo Capote.

Desde la patrullera vieron cómo el Argos I se aproximaba a la lancha y descendía. Pero, de pronto, cayó al mar. El Águila IV abandonó la persecución y fue en busca del helicóptero, que estaba panza arriba. Salieron el piloto y el copiloto. Faltaba Iborra. Dos marineros se lanzaron al agua. Sacaron al observador. Pusieron rumbo a toda máquina a Sotogrande (Cádiz), pero a cinco millas del puerto entró en parada cardíaca. 

«¿Y mi marido?»

A las 6.40 llamaron a la puerta de Vanessa. «Vanessa, ábreme», le dijo el piloto del helicóptero accidentado. «¿Y mi marido?», preguntó ella. Él negó con la cabeza. «Ese fue el día que me arrancaron el corazón», expresa Vanessa, la tercera mujer de Iborra, 17 años más joven. «Él vivía por y para su trabajo, pero cuando estaba en casa, estaba en casa. Era un padrazo», asegura. Mientras se seca las lágrimas, bromea con que no le ha dejado nada más que hijos: tres de sus dos primeros matrimonios, la que ella tuvo antes de casarse y uno en común.

El domingo pasado, saltó la noticia de un aduanero fallecido. El escritor Arturo Pérez-Reverte lo sacó del anonimato en Twitter. Iborra es uno de sus personajes en su novela La reina del sur 2002). El otro es el legendario piloto Javier Collado. Ese binomio, José Luis y Javier, ha aprehendido más hachís que nadie en España.

«Era el mejor en lo suyo. Pero además era humilde. Si él detectaba una goma [narcolancha], que los narcos se diesen por jodidos», dice Collado. «También era muy operativo -añade-, lo veías saltar desde el helicóptero a una playa llena de narcos y pensabas: ‘Pero este tío, que es funcionario...'».

José Luis era el mayor de tres hermanos (el martes habría cumplido 63). Le sigue Antonio (60), prejubilado desde marzo. «Me decía: ‘Hermano, esto es la guerra y nosotros estamos en la trinchera'. Era un guerrillero», cuenta Antonio. «Vi que las cosas iban degenerando, nos jugábamos demasiado la vida y cada vez primaba más pillar la droga que otra cosa. Intenté que él también se jubilase después de 42 años de servicio, pero no lo conseguí», lamenta. «Él ha hecho de todo. Ha saltado desde el patín del helicóptero a una embarcación a 40 nudos para abordarla y detener a los malos. También ha sacado a mucha gente del mar. En algunas persecuciones, los narcos tiran al agua a uno de los suyos para obligarnos a parar a socorrerlo. Yo le decía siempre: ‘Te estás jugando el tipo por un tío que entra por una puerta del juzgado y sale por la otra'. Y él me respondía: ‘Sí, pero por lo menos mis hijos no se encuentran esto [el hachís] en la calle».