Josu Ternera, desarbolado, deja al desnudo su miseria moral

JOSÉ LUIS LOSA SAN SEBASTIÁN

ESPAÑA

BERRIA | EUROPAPRESS

La entrevista de Jordi Évole pone en flagrante evidencia lo que fueron más de 30 años de violencia fatalmente desneuronada

22 sep 2023 . Actualizado a las 18:59 h.

El pase en primicia de No me llame Ternera lució alguna medida singular que recordaba la controversia generada por una minoría ante el material que iba a ser proyectado. Una discreta presencia de la Ertaintza en el Cubo 2 del Kursaal. Por lo demás, la sala repleta para el pase de prensa asistió en silencio al encuentro del ex número uno de ETA con Jordi Évole. Solo algunos momentos muy puntuales —especialmente cuando Ternera se atrevió a comparar una redada de presos de ETA en Francia tras el atentado de Hipercor nada menos que con la detención de judíos en el Velódromo de Invierno de París bajo el régimen de Vichy— alcanzaron tal nivel de delirio que se escuchó algún comprensible murmullo de incomodidad. Y un silencio final exento de tensiones en las butacas porque no tendría quizás sentido aplaudir una puesta al descubierto de la más ramplona banalidad del mal, por muy sólida que fuese la forma en la cual Évole desarbola al entrevistado.

Creo que el único realmente incómodo, sometido a un desafío tan inabarcable como el de mirar hacia atrás y encontrar justificaciones éticas o ideológicas a su carrera como matarife o como boss de la banda criminal, es Josu Urruticoetxea. Es muy duro ponerte frente al retrovisor de tu trayectoria vital y encontrarte con el asesinato de Yoyes, de quien Ternera fue amigo y visitó en su exilio en México pero luego es capaz de justificar su ejecución al regresar a Euskadi «por aceptar su reinserción». Pero Josu Ternera ha aceptado poner ese rewind sobre su paso por ETA y no terminas de entender por qué lo ha hecho. No hay el menor atisbo de remordimiento al hablar de la matanza de Hipercor y continúa descargando culpas sobre las autoridades que no desalojaron el centro comercial barcelonés. Igual que a la hora de recordar la bomba que causó 11 muertes —de ellas cinco niñas— en la casa cuartel de Zaragoza continúa con la panoplia miserable de echar en cara a la Guardia Civil que no hubiese desalojado a sus familias, «tal y como ETA había recomendado».

Josu Ternera vive encapsulado en ese pasmoso monolitismo de la autoexculpación. Y por eso su retrato fílmico es hoy tan valioso como daguerrotipo del terror. Escúchese —para la batalla del relato— a este hombre y ese pulso tan relevante de los vencedores y los vencidos, de las víctimas y los verdugos, estará ganado de modo instantáneo por nuestra democracia. Más allá de su lastimera pobreza argumental, de sus contradicciones flagrantes, de sus titubeos, lo que queda es la tristeza infinita —y la rabia— ante tanta sangre, tanta muerte, provocadas por una cúpula tan desneuronada como las extremidades o comandos del grupo armado.

En la descripción de su vida como combatiente por Euskal Herria, Josu Ternera parece querer marcar un punto de inflexión en el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Ahí admite que hizo llegar de manera interna —desde la cárcel— su pensamiento de que aquello era «un error estratégico y también humano». Y recuerda su papel en las negociaciones para el alto el fuego con el gobierno de Zapatero en Oslo o en Zúrich, algo fehaciente hasta que llegó Thierry y mandó parar.

El atentado en Galdácano

La entrevista tiene prólogo y epílogo con una confesión: el killer asume el asesinato del alcalde de Galdácano en 1976, atentado en el cual dejó también 11 balas en el cuerpo de un guardia urbano que sobrevivió. Y la última palabra —después de esa hora y media de entrecortado y macabro cinismo— la tiene esa víctima, que tuvo que huir entonces del Pais Vasco y vive en Ciudad Real. Admite —conmocionado— que si Josu Ternera le pidiese perdón ahora que sabe que participó en su fallida ejecución él lo aceptaría. Y tal vez le daría la mano. En esa dialéctica demoledora del contraste entre la miseria moral y la generosidad por encima de la sangre y el fuego escribe esta película sus líneas de fuga hacia un punto final —hoy por hoy muy lejano, con mas de 300 atentados sin autoría reconocida— de una pesadilla cuyos monstruos aún balbucean burdos argumentarios de los tiempos de la bala en la nuca.