La coruñesa que, tras la dana, cambió los apuntes por el rastrillo: «De día la gente llora, pero el verdadero miedo llega por la noche»
![Laura García del Valle](https://img.lavdg.com/sc/CWGnqeN6Qcq9Rb-18jC4bQOD_hA=/75x75/perfiles/1516989901047/1622543686348_thumb.jpg)
ESPAÑA
![Claudia Pousada, sujetando una bolsa de basura con sus amigos ayudando en pueblos afectados por la dana](https://img.lavdg.com/sc/iwVc_cwHCfMQN7hZj2veVWHRioI=/480x/2024/11/05/00121730817662232427728/Foto/dana_claudia.jpg)
Claudia Pousada lleva varios días ayudando a familias de Alfafar y Catarroja que lo han perdido todo. Junto a sus amigos, ahora se organiza para dar de comer caliente y pasar tiempo con los niños de la zona cero
08 nov 2024 . Actualizado a las 23:08 h.La mente es traicionera y a veces resulta inevitable hacer analogías. Por eso los pensamientos invasivos la llevan hasta A Coruña. «Me dio un bajón muy grande ayer. Supongo que porque estoy lejos de casa y porque visualizaba cómo sería esto en mi ciudad... Es que te derrumbas al caminar por esas calles destruidas pensando: ''Aquí vive este, aquí vive aquella''». Y eso que vivir hace días que se ha convertido en un verbo inexacto e incluso utópico en Paiporta, Chiva, Requena, Utiel, Alfafar y Catarroja.
Es el segundo año que Claudia Pousada pasa en Valencia su etapa universitaria, aunque desde hace una semana los apuntes y subrayadores han dejado paso al rastrillo y la escoba. A ella la dana la pilló igual que a una vasca, una leonesa o una sevillana: mirando la pantalla del móvil y sin dar crédito. La noche del martes todo le pareció una «exageración». «Soy coruñesa y claro, llovía tan poco que no podía entender que cancelaran las clases, pero conforme iba viendo todo en redes sociales alucinaba, no me lo podía creer. ¡Todos esos sitios están a diez minutos de Valencia!».
Junto a varios amigos, el viernes se dispuso a ayudar en esos pueblos de la zona cero que, entendían, podían necesitar más manos. Se dirigieron a Alfafar y a Masanasa. «Teníamos previsto ir en bus, pero unos señores se dieron cuenta por nuestra ropa y por nuestro cargamento de que íbamos hacia los pueblos afectados, y se ofrecieron a llevarnos en coche. Tuvieron que hacer tres viajes para que pudiésemos ir todo el grupo, y una vez allí nos tocó caminar durante dos horas, hasta llegar a esa gente que estaba ya sin nada». Explica esta estudiante de Diseño Industrial que la escena era propia de un «país tercermundista». «Lo que veías era imposible de imaginar en España». Tiene sentido. Aunque la sobreinformación provoque que hasta el ojo parezca acostumbrarse al color arcilla que ha teñido parte del Levante, es imposible reponerse de ciertas situaciones.
La primera dosis de realidad se la llevó Claudia al cruzar una de las pasarelas de la solidaridad que ensalzan la dignidad del pueblo. «Nos encontramos a un señor de Alfafar que había ido andando hasta Valencia para coger comida para su familia; nos lo contó tiritando tras decirnos que la noche de la riada se había pasado doce horas con sus dos hijas pequeñas, con el agua al cuello, cada una cogida de una mano». El segundo golpe de efecto llegó cuando este mismo hombre, ya en Alfafar, le pidió al grupo de Claudia que buscaran personas que pudieran necesitar auxilio. «Acabamos con un hombre de unos sesenta años que vivía solo. Estaba intentando barrer, pero cuando nos vio nos cedió el rastrillo y se colocó un cabestrillo porque tenía el brazo roto. Vivía solo, no tenía comida ni electricidad, y aunque estuvimos cinco horas limpiando su casa, sacar el agua era imposible».
Dice Claudia que de día el panorama es desolador, triste, devastador. Que la gente llora y se queja, y que también algunos llegan a sacar una cara amable por los voluntarios. «Pero los vecinos a lo que tienen miedo es a la noche, porque es el momento de los saqueos y porque toca buscar donde dormir. La mayoría se refugian en las plantas de arriba de sus edificios, o en casas de familiares en colchones hinchables».
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Tras varios días de tareas de fuerza, Claudia ha decidido arrimar el hombro ahora desde otro flanco. «Al principio estaba bien la ayuda humana, pero ahora sobre el terreno es mejor que actúen los que saben. Por un lado, porque el lodo está seco, puede ser contaminante y es imposible de sacar sin el material adecuado; por otro, porque hay otras tareas que también son importantes. Yo ayer ayudé a preparar comida para 400 personas para que la gente pueda comer caliente, y no solo bocadillos; y también está bien una iniciativa de la universidad en la que podemos estar con niños de la zona cero por las mañanas. Además, también se puede ir a Mestalla a ordenar todos los productos que están llegando para repartir».