
Echa de menos los grandes consensos y reclama políticos más preparados
22 jun 2025 . Actualizado a las 17:43 h.Mariano Rajoy utiliza el despacho del que dispone como expresidente para atender una agenda de compromisos amplísimo. «Intento atender todas las peticiones que me llegan. Soy un expresidente y soy de los que cree que hay que saber apartarse cuando ya no estás en la primera línea. Y ello no significa que no tenga opinión sobre las cosas que ocurren. Que la tengo. Y si alguien me pregunta, claro que voy a contestar siempre», comenta relajado en una sala en la que no falta un ejemplar de su libro de memorias políticas y una pared repleta de imágenes de su pasado como presidente del Gobierno en la que sobresalen las estampas con los estadounidenses Barack Obama y Donald Trump en la Casa Blanca, el francés François Hollande o el papa Francisco, además de otros momentos claves de su carrera política. En otra de las paredes de la sala, una orla en blanco y negro recoge las caras de los integrantes del Parlamento gallego en su primera legislatura, en la que Mariano Rajoy tuvo un papel destacado a pesar de su juventud.
En la distendida conversación mantenida a mediados de junio, Rajoy tuvo tiempo para reflexionar sobre el momento del periodismo con los participantes en el encuentro. «El periodismo está también en un momento de máximo peligro por la polarización que azota a la política y que traspasa todas las capas de la sociedad. El periodismo corre el muy serio peligro de que los periodistas sean sustituidos por activistas. Y eso sería muy malo para todos porque sería una quiebra más originada por los populismos y pondría en peligro un elemento clave para el control de los políticos», analiza el expresidente del Gobierno entre los años 2012 y 2018.
—Usted inició su exitosa carrera política en el Parlamento de Galicia. ¿Qué memoria guarda de sus inicios?
—La experiencia política que teníamos la mayoría de los que allí estábamos era muy pequeña y la mía era cero. Pero recuerdo la ilusión que yo tenía y los pasos iniciales que fuimos dando. Yo fui director general de Relaciones con el Parlamento, nombrado por el entonces vicepresidente Xosé Luís Barreiro Rivas (risas), y recuerdo que en los comienzos de la autonomía gallega pudimos consensuar los temas fundamentales entre todos los partidos. Echando la vista atrás, y sin ánimo de polemizar, podría decirle con orgullo que entre aquellos miembros del primer Parlamento gallego de la democracia había mucho más nivel global que entre los actuales miembros del Congreso. Hoy muchos debates se sustancian con un tuit o un vídeo en el que es imposible tratar en profundidad la entidad de los verdaderos problemas que afronta la sociedad española. Que son muchos además.
—En España se valora mucho la juventud de los políticos. ¿Qué piensa usted de eso?
—Creo en el escalafón, y no se debe ser presidente del Gobierno a los veinte años. Mi primer acto institucional fue formar parte de la mesa de edad que inició la andadura del Parlamento de Galicia. Era el diputado más joven, con 26 años, y acompañé a Iglesias Corral que, con sus 80 años, era el mayor de todos. Pero mi primer puesto político lo tuve en la propia Mesa del Parlamento y en la dirección general que he mencionado. Allí di mis primeros pasos e hice mis primeros debates, y lo que allí aprendí me quedó para el futuro. En suma, estuve en un sitio donde había un buen nivel, y donde había serias disputas sin salidas de tono.
«El votante gallego es moderado, no le exige milagros al político ni le pide que haga el pino. Quiere seriedad y credibilidad»
—¿Recuerda alguna anécdota personal?
—Durante el debate sobre la capitalidad, defendí en comisión la capitalidad de Santiago, y tuve como adversario, en defensa de A Coruña, a Iglesias Corral, que ya había tenido ese mismo debate, con mi abuelo, en 1934. Y al salir de una de las sesiones me cogió del brazo y me dijo: «Oiga, ustedes los Rajoy no tienen arreglo». Era un tipo inteligente y con sentido del humor.
—En una democracia poco experimentada, fue usted el primero en sustituir las invocaciones a los ciudadanos y los votantes por la directa apelación a «la gente». ¿Se trata de una deriva espontánea, o tiene algún sentido?
—Creo que la expresión «gente» es omnicomprensiva y más humana que la terminología política. Somos ciudadanos por vivir en una democracia, pero «la gente» precede a la democracia y está en todos los regímenes. Podemos ser ciudadanos y votantes, pero somos más cosas: padres o madres, políticos o ingenieros, jóvenes o mayores. Y todo eso entra en la amable categoría de «gente».
—¿Por qué Galicia sintoniza tanto con el Partido Popular?
—El gallego es —en mi opinión— moderado, sensato y razonable. No le exige milagros al político, ni le pide que haga el pino. Lo que más exige es seriedad, confianza y credibilidad. Los presidentes Albor, Fraga, Feijoo y Rueda fueron previsibles y se ocuparon de gobernar para todos. Y esa convergencia de caracteres debe explicar una sintonía que ya cumplió cuarenta años.
«Merkel fue la única que me dijo que hiciera todo lo posible por evitar el rescate»
Rajoy pide cautela ante el convulso momento geopolítico que se vive en el mundo.
—Volando ahora hacia Europa, ¿se acuerda mucho de Merkel?
—Sí, tengo de ella muy buena opinión. Era una mujer muy europeísta y respetada, y estudiaba todos los dosieres. En sus convicciones era muy rígida, y por eso mantuvo algunas políticas que —como el control del déficit y de la deuda pública— supusieron para España fuertes sacrificios y recortes, que, analizados a posteriori, creo que nos convinieron. A mí me escuchaba atentamente, y fue la única que me aconsejó hacer todo lo posible para evitar el rescate de España, mientras otros colegas propugnaban una intervención inmediata. Al final pudimos evitarlo, y conseguimos relanzar el crecimiento de España con excelentes resultados. Porque Merkel, sin presidir la Comisión Europea, lideró la cohesión de la UE en circunstancias muy difíciles.
—Hace diez años, y dejando a un lado la monótona gestión de la OTAN, nadie creía que la guerra pudiese regresar a Europa. ¿Por qué ahora nos estamos rearmando?
—La Unión Europea nació, stricto sensu, para evitar las guerras. Y su éxito fue tan grande que no solo pudimos ver el derrumbe del bloque oriental de la guerra fría, sino que tuvimos la sensación de haber iniciado el camino hacia la utopía de la paz perpetua. Pero el fracaso estrepitoso de la URSS debilitó tanto a Rusia que, al no poder competir en términos económicos y políticos, le hizo añorar el militarismo de la guerra fría. Por eso Rusia es una amenaza que nos obliga al rearme, al mantenimiento reforzado de la OTAN, y a reponer el tema de la guerra en la agenda de la UE.
—Con la misma extrañeza le pregunto: ¿Hay amenazas reales para la democracia europea?
—Europa es esencialmente democrática, hasta el punto de que, si tuviésemos una crisis democrática, desaparecería la UE y regresaríamos al belicismo estatalista de la primera mitad del siglo XX. Nuestras democracias no están directamente amenazadas por el autoritarismo, pero ya estamos anotando una seria disminución de nuestra calidad democrática. Y por eso deberíamos activar cuanto antes la defensa metódica de la democracia.