«El principal enemigo del centroderecha en estos momentos es la ansiedad», avisa el expresidente del Gobierno
23 jun 2025 . Actualizado a las 16:43 h.En España es más fácil alcanzar la cima del poder, que es la presidencia del Gobierno, que regresar después —digna y limpiamente— al pueblo llano. Y en eso, Mariano Rajoy Brey (Santiago, 1955) no tiene rival. Claro que, para hacerlo así, es necesario haber entrado en el Cuerpo de Registradores de la Propiedad, Mercantiles y de Bienes Muebles a los 25 años, haber escalado uno a uno todos los niveles de responsabilidad política, y haber puesto fin al ejercicio del servicio público a una edad que le permitió regresar al Registro y vivir de su trabajo. Por eso mantiene una imagen y una popularidad envidiables, aunque, en una etapa rancia de la política, cuando el «tú más» se conjuga en pretérito pluscuamperfecto, sea invocado una y otra vez para usarlo como disolvente de la mugre cotidiana. Por eso habla con seguridad, sosiego y experiencia.
—Mientras usted ejercía la más alta política, siempre le tuvimos por un excelente administrador de los tiempos políticos. ¿Qué opina de la reciente convocatoria del congreso nacional del PP y del ritmo que puede imponerle a la estrategia opositora de Alberto Núñez Feijoo?
—Aunque puede parecer que el esprint empieza demasiado pronto, creo que la decisión de adelantar el congreso del PP es la correcta, porque, aunque Sánchez insiste en que no habrá elecciones hasta mediados del 2027, un partido de gobierno, como es el PP, tiene que estar preparado para competir con éxito en todo momento. También reconozco que el principal enemigo que tiene en este momento el centroderecha español es la ansiedad, porque las decisiones que se adoptan cuando uno tiene demasiadas ganas pueden ser equivocadas. Mucha gente cree —y desde hace diez días con mucha razón— que la era de Sánchez no se puede alargar mucho más. Pero cuando un gobernante no se da por aludido por la ausencia de Presupuestos, por los indicios de corrupción o porque las minorías independentistas controlan su mayoría, el único resorte seguro para desalojarlo es el voto de los ciudadanos.
—Entre los ingredientes que puede usar Núñez Feijoo para cocinar un éxito electoral, ¿cuáles son los más adecuados?
—Es verdad que la moderación no cotiza al alza en estos momentos, pero es el mejor camino para lograr la victoria. A un extremista no se le puede combatir con otro extremismo. Y ese es el motivo por el que Sánchez está apostando tan fuerte por la polarización y el populismo, con la esperanza de que el PP caiga en la trampa y haga un extremismo alternativo. Pero si vemos lo que ha ocurrido en España desde 1978, todo lo verdaderamente importante se hizo por consenso: la Constitución, el ingreso en Europa, la entrada en el euro y la política exterior. Ese consenso lo rompió el independentismo catalán, y a eso se arrimaron Zapatero y Sánchez para generar la fuerte confrontación que ahora padecemos.
—¿Cómo se explica que España fuese más dialogante en la Transición y que se haya polarizado ahora, cuando los caminos parecen más llanos?
—La polarización es un drama que, aunque puede tener causas y dinámicas específicas, se potencia con los populismos que están de moda en muchos otros países. El populismo tiene sus propias características, entre las que destacan el adanismo, la promesa de un mundo feliz, la crítica de la casta y, sobre todo, la búsqueda de un enemigo al que imputarle todos los males. Esto es lo que estamos viviendo en España, donde se están liquidando los consensos básicos que permitían gestionar los temas fundamentales.
—En España nos quejamos mucho de que los recortes de la crisis financiera y su mala traducción hacia la realidad social fragmentaron mucho el sistema de partidos. ¿Es este un problema esencial?
—Esa fragmentación es cierta, pero no es esencial, ya que nuestro electorado sigue definiendo en cada elección un amplio espacio de centro que en este momento suma 258 escaños de PP y PSOE, y algunos otros alojados en partidos nacionalistas o independentistas, que supera ampliamente los tres quintos del Congreso. Es decir, tenemos materia para formar cualquier consenso mayoritario o reforzado que se pudiese necesitar. Pero hemos perdido el principio que funcionó como un reloj entre 1977 y 2015, que orientaba la investidura hacia el partido más votado. El consenso político dejó paso a la pura suma de escaños, y, buscando caminos para llegar al poder, se encontró la fórmula Frankenstein, que mata el centralismo, polariza la sociedad, alimenta el populismo y reduce la dialéctica política a un choque entre buenos y malos.
—¿Qué se puede hacer para recuperar una política más leal a las urnas?
—La solución está inventada, funciona con éxito en Alemania y se llama gran coalición. Yo la propuse en el año 2015, cuando el PP, que había perdido muchos votos respecto al 2011, volvió a ganar las elecciones, y el PSOE era la segunda fuerza política. Pero no fue posible. Hubo que repetir las elecciones en el 2016, y el PP volvió a ganar con más votos que en el 15. Volví a proponer la gran coalición, pero los dirigentes del PSOE, tras descabalgar a Sánchez de la secretaría general, optaron por abstenerse, y dar paso a la mayoría de 170 votos de PP y Ciudadanos que armó aquella investidura. Pero es evidente que el virus Frankenstein ya estaba haciendo su trabajo, que culminó en la moción de censura del 2018, que dio lugar a un Gobierno absolutamente populista, coaligado con extremistas de toda condición.

«Después de lo de Ábalos y Cerdán, el PSOE no se regenerará sin ir a la oposición»
—Sánchez entrilló al PP entre la Frankenstein y Vox para hacerle muy difícil una mayoría de gobierno. ¿Qué consecuencias puede tener esa jugada?
—La reconducción del multipartidismo parlamentario a tres bloques —Frankenstein, PP y Vox— hizo que el Partido Popular disfrute en exclusiva del centroderecha moderado, y que sea la única alternativa posible a la crisis total del sanchismo. Eso quiere decir que el PP tendrá que gobernar solo —cosa que ahora ya es posible—, o con apoyos de Vox o de otras derechas minoritarias que se presten a pactar un programa constitucionalista y regenerador. Pero ese debate no se puede hacer sin tener sobre la mesa los resultados electorales, que es muy posible que despejen la incógnita antes de terminar el recuento de las próximas elecciones generales.
—¿Qué línea estratégica elegirá el congreso nacional del PP para llegar de nuevo a la Moncloa?
—La situación del centroderecha español es muy curiosa. Es el primer partido en las preferencias de la gente, según todos los sondeos que se publican, ganó recientemente las tres elecciones que dirigió Feijoo —europeas, municipales y generales—, y recibe ataques desde los dos extremos del mapa político, la Frankenstein y Vox. Pero yo soy de los partidarios de mantener una posición de centroderecha, que es lo que hemos sido desde hace 40 años, no programar carambolas complicadas, y esperar a ver qué dicen los españoles con su voto. Yo no soy partidario de debatir ahora con quién vamos a pactar. Primero pactamos con la gente, y después sacamos las conclusiones. Porque ya hay mucha gente que cree que la mayor urgencia que tiene España es desalojar a Sánchez del palacio de la Moncloa.
—¿Qué utilidad tienen los cordones sanitarios contra las extremas derechas para la defensa de la democracia?
—Lo primero que me extraña es que esos cordones se apliquen solo a la extrema derecha, pero no a la extrema izquierda y a los separatismos radicales o violentos. Pero lo que es muy importante es saber y entender que las llamadas extremas derechas no son iguales entre sí. Por ejemplo, mientras la AfD, que es la extrema derecha alemana, rechaza la actual constitución alemana, es antieuropeísta, y aspira a modificar radicalmente la realidad política alemana, la derecha española de Vox acepta la Constitución, defiende la legalidad democrática, y enmarca todos los cambios a los que aspira dentro de los procedimientos y la legalidad existente. Y eso significa que, mientras los alemanes utilizan a fondo el mecanismo de la gran coalición para defender Alemania, en España no nos planteamos pactar con la Frankenstein para frenar a Vox. Porque aquí no hay riesgo de perder el dominio de la moderación centrista, y en Alemania sí.
—¿Qué futuro le ve al PSOE a partir de la grave crisis que le afecta?
—Después de lo que estamos viendo de Ábalos y Cerdán, el PSOE no podrá regenerarse sin recalar en la oposición. Porque para llegar al Gobierno pactó con los mayores enemigos de España, y para mantenerse en el poder está inventando una realidad que es muy difícil de discutir, porque, tras la colonización del Tribunal Constitucional, han dejado de velar por la adecuación de las leyes a la Constitución, y se han embarcado en un proceso de interpretaciones del texto fundamental que suponen un cambio factual de la propia Constitución. Y todo eso será —si pudiese hacerse— muy difícil de revertir.
«España es una democracia plena, pero estamos ante el peor Gobierno desde la Transición en 1978»
El expresidente del Gobierno intenta dar unas pinceladas de optimismo al clima de frustración que le genera la incapacidad del PSOE para anteponer los intereses de los ciudadanos a su supervivencia en el poder. «Lo urgente es que se vaya Sánchez», insiste cuando se le cuestiona por el rechazo que en algunos sectores del electorado puede generar la posibilidad de tener que pactar con Vox para alcanzar la Moncloa.
—¿Qué opina usted de quienes insisten en que España tiene carencias democráticas por el abuso de las posiciones de poder que un sector del PSOE está promoviendo?
—Lo de la colonización de las instituciones es evidente. Lo que acabamos de ver con el Tribunal Constitucional con la sentencia de los ERE es indignante. Y lo que están a punto de hacer con la ley de amnistía no tiene un pase, aunque esperemos que la Unión Europea acabe frenándolo. Pero es precisamente esa pertenencia a la UE la que garantiza unos estándares de calidad de la democracia. Y España es una democracia plena, pero eso no quita para que muchos pensemos que este es el peor Gobierno desde la Transición, desde 1978.
—El comodín del PSOE es echarle la culpa de todo al PP.
—Esa es otra. A mí me echan la culpa de cosas que desconozco, pero se han instalado en la verdad alternativa. Con un PSOE normal en el poder, nadie hablaría ahora de lo que ocurrió hace quince años. O hace 80. Lo que olvida Sánchez es que ser el presidente no te faculta para hacer lo que te dé la gana, sino para trabajar y gestionar en beneficio de todos los ciudadanos, no solo de unos pocos.
«El origen de todos los males está en la constitución del Frankenstein»
Rajoy tiene muy claro el origen de los problemas actuales de la política española.
—¿Qué siente cuando oye decir que la coalición Frankenstein normalizó la política catalana?
—El origen de todos los males podría situarse en la constitución del Gobierno Frankenstein, porque ha roto todos los puentes de consenso y diálogo, para poner en su lugar un populismo que ha olvidado la primacía de la ley, la separación de poderes y la unidad de la España constitucional. Lo que hoy se vende como una Cataluña normalizada es en realidad una Cataluña desespañolizada, a la que se le hacen cesiones continuas que van agrietando la unidad solidaria e igualitaria del Estado. Por eso puede decirse que se ha asumido una anormalidad de muy preocupante pronóstico.
Cuando yo gobernaba, aplicamos el artículo 155 de la Constitución para frenar la secesión de Cataluña. Pero antes tuvimos que presentar mucha normativa en las Cortes, previa revisión de los organismos consultivos. Esa normativa fue recurrida por la Generalitat en diversas ocasiones, y ganamos todos los recursos por unanimidad en el Tribunal Constitucional. Pero el pasado día 10 de junio tuvimos noticia de que la Comisión Europea se ha dirigido al Tribunal de Justicia de la UE para dejar constancia de que la Ley de Amnistía, aquí aprobada, viola todos los tratados de la UE, sin que ello paralice necesariamente la validación de dicha ley en la que está trabajando el Tribunal Constitucional. Por eso me entristece mucho que la opinión pública y publicada conviva con estas irracionalidades sin medir su problemático alcance.

«En el primer Parlamento gallego había más nivel que en este Congreso»
Mariano Rajoy utiliza el despacho del que dispone como expresidente para atender una agenda de compromisos amplísimo. «Intento atender todas las peticiones que me llegan. Soy un expresidente y soy de los que cree que hay que saber apartarse cuando ya no estás en la primera línea. Y ello no significa que no tenga opinión sobre las cosas que ocurren. Que la tengo. Y si alguien me pregunta, claro que voy a contestar siempre», comenta relajado en una sala en la que no falta un ejemplar de su libro de memorias políticas y una pared repleta de imágenes de su pasado como presidente del Gobierno en la que sobresalen las estampas con los estadounidenses Barack Obama y Donald Trump en la Casa Blanca, el francés François Hollande o el papa Francisco, además de otros momentos claves de su carrera política. En otra de las paredes de la sala, una orla en blanco y negro recoge las caras de los integrantes del Parlamento gallego en su primera legislatura, en la que Mariano Rajoy tuvo un papel destacado a pesar de su juventud.
En la distendida conversación mantenida a mediados de junio, Rajoy tuvo tiempo para reflexionar sobre el momento del periodismo con los participantes en el encuentro. «El periodismo está también en un momento de máximo peligro por la polarización que azota a la política y que traspasa todas las capas de la sociedad. El periodismo corre el muy serio peligro de que los periodistas sean sustituidos por activistas. Y eso sería muy malo para todos porque sería una quiebra más originada por los populismos y pondría en peligro un elemento clave para el control de los políticos», analiza el expresidente del Gobierno entre los años 2012 y 2018.
—Usted inició su exitosa carrera política en el Parlamento de Galicia. ¿Qué memoria guarda de sus inicios?
—La experiencia política que teníamos la mayoría de los que allí estábamos era muy pequeña y la mía era cero. Pero recuerdo la ilusión que yo tenía y los pasos iniciales que fuimos dando. Yo fui director general de Relaciones con el Parlamento, nombrado por el entonces vicepresidente Xosé Luís Barreiro Rivas (risas), y recuerdo que en los comienzos de la autonomía gallega pudimos consensuar los temas fundamentales entre todos los partidos. Echando la vista atrás, y sin ánimo de polemizar, podría decirle con orgullo que entre aquellos miembros del primer Parlamento gallego de la democracia había mucho más nivel global que entre los actuales miembros del Congreso. Hoy muchos debates se sustancian con un tuit o un vídeo en el que es imposible tratar en profundidad la entidad de los verdaderos problemas que afronta la sociedad española. Que son muchos además.
—En España se valora mucho la juventud de los políticos. ¿Qué piensa usted de eso?
—Creo en el escalafón, y no se debe ser presidente del Gobierno a los veinte años. Mi primer acto institucional fue formar parte de la mesa de edad que inició la andadura del Parlamento de Galicia. Era el diputado más joven, con 26 años, y acompañé a Iglesias Corral que, con sus 80 años, era el mayor de todos. Pero mi primer puesto político lo tuve en la propia Mesa del Parlamento y en la dirección general que he mencionado. Allí di mis primeros pasos e hice mis primeros debates, y lo que allí aprendí me quedó para el futuro. En suma, estuve en un sitio donde había un buen nivel, y donde había serias disputas sin salidas de tono.
—¿Recuerda alguna anécdota personal?
—Durante el debate sobre la capitalidad, defendí en comisión la capitalidad de Santiago, y tuve como adversario, en defensa de A Coruña, a Iglesias Corral, que ya había tenido ese mismo debate, con mi abuelo, en 1934. Y al salir de una de las sesiones me cogió del brazo y me dijo: «Oiga, ustedes los Rajoy no tienen arreglo». Era un tipo inteligente y con sentido del humor.
—En una democracia poco experimentada, fue usted el primero en sustituir las invocaciones a los ciudadanos y los votantes por la directa apelación a «la gente». ¿Se trata de una deriva espontánea, o tiene algún sentido?
—Creo que la expresión «gente» es omnicomprensiva y más humana que la terminología política. Somos ciudadanos por vivir en una democracia, pero «la gente» precede a la democracia y está en todos los regímenes. Podemos ser ciudadanos y votantes, pero somos más cosas: padres o madres, políticos o ingenieros, jóvenes o mayores. Y todo eso entra en la amable categoría de «gente».
—¿Por qué Galicia sintoniza tanto con el Partido Popular?
—El gallego es —en mi opinión— moderado, sensato y razonable. No le exige milagros al político, ni le pide que haga el pino. Lo que más exige es seriedad, confianza y credibilidad. Los presidentes Albor, Fraga, Feijoo y Rueda fueron previsibles y se ocuparon de gobernar para todos. Y esa convergencia de caracteres debe explicar una sintonía que ya cumplió cuarenta años.
«Merkel fue la única que me dijo que hiciera todo lo posible por evitar el rescate»
Rajoy pide cautela ante el convulso momento geopolítico que se vive en el mundo.
—Volando ahora hacia Europa, ¿se acuerda mucho de Merkel?
—Sí, tengo de ella muy buena opinión. Era una mujer muy europeísta y respetada, y estudiaba todos los dosieres. En sus convicciones era muy rígida, y por eso mantuvo algunas políticas que —como el control del déficit y de la deuda pública— supusieron para España fuertes sacrificios y recortes, que, analizados a posteriori, creo que nos convinieron. A mí me escuchaba atentamente, y fue la única que me aconsejó hacer todo lo posible para evitar el rescate de España, mientras otros colegas propugnaban una intervención inmediata. Al final pudimos evitarlo, y conseguimos relanzar el crecimiento de España con excelentes resultados. Porque Merkel, sin presidir la Comisión Europea, lideró la cohesión de la UE en circunstancias muy difíciles.
—Hace diez años, y dejando a un lado la monótona gestión de la OTAN, nadie creía que la guerra pudiese regresar a Europa. ¿Por qué ahora nos estamos rearmando?
—La Unión Europea nació, stricto sensu, para evitar las guerras. Y su éxito fue tan grande que no solo pudimos ver el derrumbe del bloque oriental de la guerra fría, sino que tuvimos la sensación de haber iniciado el camino hacia la utopía de la paz perpetua. Pero el fracaso estrepitoso de la URSS debilitó tanto a Rusia que, al no poder competir en términos económicos y políticos, le hizo añorar el militarismo de la guerra fría. Por eso Rusia es una amenaza que nos obliga al rearme, al mantenimiento reforzado de la OTAN, y a reponer el tema de la guerra en la agenda de la UE.
—Con la misma extrañeza le pregunto: ¿Hay amenazas reales para la democracia europea?
—Europa es esencialmente democrática, hasta el punto de que, si tuviésemos una crisis democrática, desaparecería la UE y regresaríamos al belicismo estatalista de la primera mitad del siglo XX. Nuestras democracias no están directamente amenazadas por el autoritarismo, pero ya estamos anotando una seria disminución de nuestra calidad democrática. Y por eso deberíamos activar cuanto antes la defensa metódica de la democracia.