La cadena de la pesca, un año contra viento y pandemia

Las muescas entre el mar y el plato


redacción / la voz

Todos y cada uno de los eslabones de esa larga cadena que conforma el sector pesquero han dado sobradas muestras de resiliencia en una pandemia mundial en la que desde el primer momento se les asignó uno de los papeles esenciales: proveer de materia prima a una población recluida en sus hogares que necesitaba alimentos saludables. Y cumplió sobradamente su misión, por más que en ocasiones el consumidor no fuese a buscar el producto que tanto se esforzó en conseguir o que el virus y las normas de prevención se empeñasen en ponérselo difícil.

Pero supieron salir adelante, no en vano la actividad pesquera está curtida a base de temporales y galernas. Eso sí, ha tenido que adaptarse a un nuevo entorno lleno de geles, guantes y mascarillas que han venido a alterar una rutina ancestral.

Un año después, todo parece un mal sueño. Aunque no ha acabado de despertar del todo, al menos ya no se está en mitad de aquella pesadilla que para los marineros de altura era verse condenados a encadenar mareas y mareas por la imposibilidad de hacer relevos, dadas las restricciones a la movilidad; para los de bajura, no ser capaces por esas mismas limitaciones de llegar a tiempo a la embarcación; para los subastadores, que desapareciera el enjambre de mayoristas y minoristas que solían tener delante y tener que recibir las pujas por teléfono; para el placero, no tener una mascarilla para atender a los pocos clientes que se atrevían a desafiar al covid y llegar hasta su puesto, y para el conservero, que se metiera el bicho en la fábrica y hubiese que paralizar la producción justo cuando todo el mundo se lanzó en masa al lineal de estos productos.

Con todo esto, la pesca no es la misma. Se ha hecho más fuerte, sí, pero continúan los problemas. Los que forman cada eslabón del sector lo cuentan.

Eduardo Carreño: «Fun quen de pagar a quen lle debo, abonar ao banco as letras do barco e ir vivindo»

 Armador de cerco

Lo de «ir vivindo» ya es bastante. En lo económico y en lo vital. Porque Eduardo Carreño pasó el covid (asintomático). Y se lo pasó a su mujer (que no corrió la misma suerte). Por fortuna, no se contagiaron sus hijos. Y eso que el pequeño -que celebró los cuatro años cuando la familia guardaba cuarentena-, no se separaba de su padre. Superada la enfermedad, Carreño vuelve la vista un año atrás y todavía no acierta a comprender cómo ha sido capaz de «pagar a quen lle debo, abonar ao banco a letra do barco e ir vivindo máis ou menos».

Sorprendentemente, ganó más en el 2020 con pandemia que en el 2019. «Tivemos máis xarda, a sardiña valeu algo máis e houbo un pouco máis de campaña...» Pero eso no se lo imaginaba en marzo, cuando se decretó el estado de alarma. Andaban «á xarda en Ondárroa» y el Gobierno vasco cerró el caladero. «Houbo quen deixou o barco alá. Nós trouxémolo para Portosín e amarramos», pero no obtuvo el cese de actividad. «Demostrar unhas perdas do 75 % non era fácil» y hubo que volver al mar. A una costera de la anchoa de precios irrisorios porque las fábricas cerraron y no compraban.

A eso se sumaron los problemas para viajar. «Non nos deixaban ir xuntos en furgonetas e había que contratar autobuses, carísimos». Trabas que este año espera no tener.

Julio Riobó: «Hubo gente que llevaba 4 meses en el barco y tuvo que hacer tres más sin descanso»

 Patrón de un pesquero de altura

 

Julio Riobó, cuando se decretó el estado de alarma, aún no llevaba dos meses en el caladero mauritano. Pero hubo marineros que llevaban ya cuatro. «Estaban a punto de marchar y tuvieron que estar tres meses más de marea», recuerda el patrón del Fuente de Macenlle. Con el espacio aéreo cerrado y las limitaciones a la movilidad, los cambios de tripulación eran imposibles. Hasta que la insistencia de las armadoras consiguieron que el Ministerio de Interior implicase a la Guardia Civil y les ayudase con los relevos, llevando en sus patrulleras a los marineros desde Las Palmas a Mauritania, para que otros tripulantes regresasen.

Riobó aguantó el tirón. Regresó a Galicia en junio pilotando el Fuente de Macenlle, pero estaba anímicamente preparado para aguantar más tiempo. Solo le reconcomía la posibilidad de que le ocurriese algo a alguien de su familia y no tuviese forma de abandonar el país africano. Ahora es distinto. Ya hay vuelos, a pesar de que la movilidad está restringida dentro del país.

En Nuadibú, donde opera el barco, apenas ha habido casos de covid. «Hace ya tiempo que aquí andan como si nada. Algún chino lleva mascarilla, pero el resto nada». Ellos tampoco. Tienen medidas de protección, pero se han relajado. De hecho, «tengo yo más mascarillas en el barco de las que hay en el hospital de Nuadibú».

Lola Gondar: «Consideráronnos esenciais, pero o marisco non é como o pan, o leite ou o peixe»

 Mariscadora de O Grove

 

Lola Gondar recuerda los primeros meses del estado de alarma como un caos. Esa impotencia de «ir á seca porque non estaba cerrado o marisqueo e o bivalvo quedaba sin vender». Como proveedoras de alimentos que son, su actividad fue considerada esencial y sí, «é esencial, pero o marisco non é como o pan e o leite, non é un produto necesario». Y, sin embargo, día tras día la falta de compradores iba minando la moral del colectivo, que decidió parar por su cuenta y riesgo, por más que después Europa, en una decisión tan insólita como celebrada, las incluyese entre los beneficiarios de las ayudas por la pandemia.

Mes y medio duró su inactividad. El mercado empezó a recuperarse y las mariscadoras corrían el riesgo de que se asentasen los canales que cubrían la falta de bivalvo gallego con almejas portuguesas y otras procedencias y así, «pouco a pouco, fomos volvendo ao traballo» y, para su sorpresa, «vendendo ben». Con la hostelería limitada, «os mercados municipais e a venta online absorberon o produto e tivemos bos prezos». Espectaculares en Navidad y muy buenos en enero y febrero». Lo que peor llevan es «o engorro da mascarilla». De las varias que tienen que usar al día. «Cambiámola dúas ou tres veces». Y el distanciamiento, que alarga las tareas de pesaje. Han tenido bajas por coronavirus, pero «ningunha se contaxiou na praia».

Israel Martínez: «Porque el mar está vedando, que si llega a haber mucho pescado, no valdría nada»

 Subastador de la lonja del Muro

 

Israel Martínez, de la casa de subastas Paco Moinelo, que opera en la lonja del Muro, en A Coruña, se tiene por optimista. Y positivo. «Tarde o temprano esto acabará». Y todo volverá a ser como antes. Adaptarse a todo esto «fue difícil». No quiere ni acordarse de cuando se suspendió la subasta, apenas llegaba pescado, los mariscadores ni siquiera iban a faenar, las ventas se hacían por teléfono, con la hostelería cerrada venían cuatro personas para vender en la plaza y, por encima, a la hora de vender, y a pesar de que no había mucho más que abadejo, lubina y congrio, el pescado «no iba regalado, pero casi».

Martínez, que es el que más percebe subasta en la lonja del Muro, recuerda que no pasó uno en dos meses. Camarón, tampoco. Es cierto que en verano se animó la cosa, pero los precios, señala el subastador, no fueron ni por asomo los de otros años. Según sus cálculos, las ventas de su casa han caído entre un 30 y un 40 % con respecto a otros años. Lo de Navidad fue un espejismo. Si el marisco y las especies típicas de esas fechas alcanzaron precios desorbitados fue porque hubo poco. Los temporales aguantaron el precio, pero «el desastre fue el mismo». Ni siquiera ahora está normalizado el mercado. El pescado no alcanza precio a pesar de que no hay. «Porque el mar está vedando, que si llega a haber mucho pescado, no valdría nada».

Mónica Luna: «Ahora mismo, o te buscas la vida y te mueves, o te mueres de hambre»

 Placera en Ribeira y panadera en Negreira

 

Mónica Luna fue la primera pescantina de la plaza de abastos de Ribeira que se hizo con un TPV para cobrar con tarjeta. Eso, en un mercado tan tradicional como el de Santa Uxía, fue un revulsivo. Porque a Mónica siempre le gustó innovar. Y el coronavirus también la obligó a cambiar la fórmula de venta. El teléfono y el WhatsApp se convirtieron en imprescindibles en unos tiempos en los que muy pocos frecuentaban la plaza. «Iban al supermercado, pero aquí no, y compraban para varios días», recuerda. Pero esa ausencia de clientes no arredró a esta pescantina que también es panadera. De los 11 puestos de pescado que hay en ese mercado, hubo tres que nunca cerraron desde marzo pasado. Uno es el de Luna. «Tengo una empleada, ¿cómo la iba a mandar a un ERTE?» Y aunque se vendía «mal, muy mal», con el servicio a domicilio fue saliendo adelante. «Ahora mismo, o te buscas la vida o te mueres de hambre». Y eso era lo que no quería Mónica Luna, a pesar de que, admite, «fueron tiempos duros». En lonja se compraba por teléfono y, a veces, «por un precio que el pescado no lo valía». No había forma de controlar la calidad y hubo «barcos que se aprovecharon para meter el pescado molido o mordido». Eso, y el cierre hostelero, hicieron mella en el negocio. Hasta que llegó la desescalada, un San Juan maravilloso y un verano «buenísimo», y compensó el roto en la economía. «Subsistimos».

«A venda ‘‘online’’ deunos a vida, pero a nivel organizativo non houbo nada de bo»

 

 

Es cierto que al principio del confinamiento la gente se lanzó en masa a por conservas. Pero se atrincheró con las de batalla. No se le ocurrió ir a la sección gourmet. Por eso que la pandemia no impactó por igual en todo este sector. Conservas de Cambados vivió esa dicotomía. Porque vio aumentar la producción de latas de marca blanca para la gran distribución, pero las referencias delicatessen que tenían como último destino la restauración se frenaron. Alguna por completo: el potón del Pacífico, que la compañía enviaba en gran formato a restaurantes de Huesca y Zaragoza, lleva un año sin pasarse por la línea.

Con todo, «non nos fixemos de ouro, pero o ano foi bastante ben», explica Xesús Alfonso, director de la compañía. Y lo fue gracias a la exportación y a la venta online, «á que parece que se lle está perdendo o medo». Pero si a nivel económico Xesús es capaz de poner una nota positiva, en el plano organizativo, del que se encarga Maite Alfonso, «non tivo nada de bo». Imponer el uso de mascarilla fue lo de menos. Escalonar los turnos de trabajo, tratar de organizar grupos burbuja, repartir los descansos, dejar vacío algún puesto para crear más separación... Puzles imposibles en los que las piezas de productividad no encajaban bien con burbujas, entradas y salidas. Todo un esfuerzo que tuvo su recompensa: solo un caso de covid y una dinámica ya interiorizada.

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