Cáncer y corazón, rehenes del virus

El colapso causado por la pandemia ha afectado a patologías de todo tipo agravadas por el miedo al contagio, que alejó a los pacientes de los centros sanitarios, y por la falta de recursos hospitalarios

Durante el confinamiento, el covid monopolizó los servicios de Urgencias de los hospitales. El resto de pacientes tenían miedo al contagio.
Durante el confinamiento, el covid monopolizó los servicios de Urgencias de los hospitales. El resto de pacientes tenían miedo al contagio.

redacción / la voz

En marzo del año pasado, mientras casi todo el mundo intentaba asimilar el impacto del coronavirus y las consecuencias de un confinamiento insólito en nuestras vidas, los cardiólogos de toda España se preguntaban qué estaba pasando con los infartos. De repente, el flujo normal de arterias bloqueadas y corazones asfixiados dejó de acudir a los hospitales y los profesionales se quedaron, prácticamente, mano sobre mano. ¿Qué estaba pasando?

La inquietud de los cardiólogos pronto fue compartida por otros profesionales. En primer lugar, el miedo que se apoderó de la población frente a una amenaza tan desconocida como mortal provocó que todo el tráfico hacia las urgencias hospitalarias, con más motivo con menos, se redujera drásticamente. Un dolor en el pecho que unos meses antes podría haber sido visto y corregido en una sala de hemodinámica tras un viaje a Urgencias, fue convertido por el miedo al contagio en una molestia pasajera para el paciente, que se arriesgó a sufrir un infarto mucho más grave en su próxima crisis. La Sociedad Española de Cardiología constató que la mortalidad por insuficiencia cardíaca se duplicó durante los primeros meses de la pandemia. Y los especialistas declaraban en septiembre que hacía años que no veían complicaciones tan graves en sus pacientes: las que se larvaron durante los meses de confinamiento en los que el miedo al contagio pudo con el dolor cardiovascular.

No solo el miedo perturbó el funcionamiento normal de la sanidad pública. La enorme exigencia de recursos que generó el covid golpeó duramente a muchas otras patologías, singularmente al cáncer, el otro gran rehén de la pandemia. Los datos oficiales apuntan a que, durante la primera ola, la actividad quirúrgica programada para pacientes oncológicos se redujo en un 71 %. Un drama para los cientos de personas que hubieran podido ver como su enfermedad se veía corregida o directamente eliminada y tuvieron que esperar meses a ser intervenidos. Para la mayoría de ellos, cada día perdido supone una disminución de su esperanza de vida. Es un dato validado que con cada cuatro semanas de retraso en la intervención de un paciente oncológico, su esperanza de vida disminuye en un diez por ciento. «El covid mata, pero el cáncer mata más», se quejaban los oncólogos frente al desolador descuadre de las listas de espera.

La mayoría de estos profesionales iniciaron campañas de información para concienciar de que los itinerarios hospitalarios son seguros y el riesgo de contagio para los pacientes citados a consulta o intervenciones quirúrgicas, insignificante. Pero el mensaje tardó en calar y la normalización de ese flujo de pacientes todavía no se ha completado. De hecho, la llegada de la tercera ola, con el nuevo pico asistencial que provocó en los recursos sanitarios, volvió a incidir duramente en la dinámica de citas programadas: «En cuanto los medios empiezan a hablar de aumento en la incidencia, nos comienza a faltar gente en los hospitales», afirmaba hace unas semanas el presidente de la Sociedad Española de Anestesiología, Javier García Fernández. Rafael López, jefe de Oncología del Hospital Clínico de Santiago, llamaba también la atención sobre el impacto del covid en las citas programadas para consulta: «Hay estudios que apuntan a que la mortalidad por cáncer crecerá entre un 20 y un 30 %», advertía.

Aunque probablemente llevaron la peor parte, los pacientes oncológicos o con enfermedades cardiovasculares no fueron las únicas víctimas colaterales del covid. Los profesionales de la salud mental llamaron también la atención sobre el impacto que el confinamiento y las medidas restrictivas que se han ido adoptando han tenido sobre sus pacientes. El cierre de centros de día, por ejemplo, ha echado por tierra meses de rehabilitación: «Hubo gente que se valía por sí misma y ha regresado en silla de ruedas», recordaba la responsable de un centro en Santiago.

La suspensión de operaciones programadas, desde una prótesis de cadera a unas cataratas, ha añadido sufrimiento a miles de ciudadanos que han tenido que posponer intervenciones muy importantes para mejorar su calidad de vida. El impacto en la salud pública del coronavirus va mucho más allá de la infección.

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