Deep Impact tendrá que esperar

Raúl Romar García
R. Romar REDACCIÓN / LA VOZ

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NASA ESA

Salvar la Tierra del posible impacto de un asteroide no es una prioridad. Así lo decidió primero la Agencia Espacial Europea y ahora la NASA, que han cancelado su misión experimental para desviar la órbita de una roca celeste. Pero, aunque no se sabe cuándo un objeto de este tipo podría colisionar con el planeta, el riesgo real.

28 jun 2019 . Actualizado a las 18:39 h.

No es ciencia ficción. Que la Tierra pueda sufrir el impacto de un asteroide es un riesgo real. Pero, ¿existe la tecnología necesaria para poder desviarlo? En la ficción sí, pero la realidad no es una película y, a día de hoy, no se podría hacer nada para evitar la colisión. Las bases para poder conseguirlo y probar si es posible tal hazaña tecnológica tenían que llegar del proyecto AIDA, una colaboración entre la NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA), pero la cooperación que se venía fraguando desde hace años para materializarlo se ha ido al traste. Primero fue la agencia comunitaria la que frenó su participación, al no incluirla a principios de año en sus presupuestos, y ahora es la Administración Trump la que le ha dado la puntilla. Ha desaparecido de su propuesta económica para la NASA. No es una prioridad para ninguna de las dos agencias, lo que no significa que la amenaza haya desaparecido.

Miquel Serra-Ricart, que dirige el proyecto Cazadores de Asteroides en el Instituto de Canarias, lamenta esta estrategia, aunque confía en que la iniciativa se pueda retomar. «Ahora han acordado que no, lo que significa que no se da prioridad a aquellos peligros que no se consideran inminentes, pero espero que la decisión se pueda cambiar, porque el riesgo de impacto de un asteroide es real y existe. El peligro está ahí y es indudable», explica. En la misma línea se pronuncia Josep María-Trigo Durán, investigador del CSIC en el Instituto de Ciencias del Espacio de Cataluña y que ha coordinado un proyecto para entender cómo se pueden desviar estos objetos celestes a partir del estudio del meteorito que cayó en Cheliábinsk (Rusia) en febrero del 2013. «Ya ha pasado -dice- y podría volver a pasar. Más tarde o más temprano nos vamos a tener que enfrentar a un asteroide y, si no tenemos los deberes hechos, nos será mucho más difícil poder desarrollar los medios para desviarlo». Trigo entiende que una misión como la que se ha cancelado era fundamental para «comprender muchos de los procesos que nos permiten desviar asteroides. Nunca ha habido un proyecto como AIDA, que te podía permitir cuantificar el impacto cinético de un objeto contra la roca espacial» .

«La pregunta no es si un meteorito va impactar contra la Tierra, sino cuándo va a pasar», sostiene el astrofísico Borja Tosar. Pero para esta interrogante no hay respuesta. Y no lo hay porque también hacen falta muchos proyectos previos para la identificación de los escombros del universo y para conocer sus trayectorias. Del millón de asteroides que se cree que existen, en torno a 50.000 están considerados como NEOs, objetos cercanos a la órbita terrestre. «Son -apunta Serra- los que tienen una probabilidad de impacto, aunque no quiere decir que vayan a colisionar». Los cuerpos de más de un kilómetro de diámetro, cuyo impacto pondría en peligro la vida en el planeta, están bien identificados, aunque es necesario profundizar en sus órbitas, pero de los que tienen un tamaño de entre un kilómetro y cien metros de diámetro se sabe muy poco, y menos aún de los que tienen pocas decenas de metros. «Todavía desconocemos el 90 % de los asteroides con diámetros de decenas de metros», subraya Josep María-Trigo. Son pequeños, pero pueden ser muy peligrosos. Un ejemplo es el reciente de Cheliábinsk, de 18 metros de diámetro y que en su explosión, que liberó la energía de 30 bombas atómicas, creó miles de meteoritos que cayeron sobre la Tierra. Si se hubieran precipitado sobre una ciudad hubieran causado una tragedia.

Con el conocimiento actual tampoco se podría haber advertido la llegada de un asteroide de 30 metros como el que arrasó Siberia en 1908. «Si el meteorito de Tunguska hubiera caído en una ciudad, y no lo hizo en San Petesburgo por una diferencia de seis horas, sería una catástrofe inolvidable», advierte Trigo.

El Duende, un aviso

Un peligro mayor aún hubiera sido la colisión de Duende, el asteroide más grande que ha pasado cerca de la Tierra. Lo hizo en el 2012 a tan solo 27.000 kilómetros de nuestro planeta, por lo que la humanidad se libró por muy poco de lo que hubiera sido un desastre. Fue identificado en su aproximación por el Observatorio Astronómico de Mallorca. «Duende batió el récord absoluto de la astronomía. Tendremos que esperar otros cien años para que pase otro asteroide de este tamaño cerca de la Tierra, pero un impacto así podría provocar la destrucción de 2.000 kilómetros cuadrados», recuerda Salvador Sánchez, director del observatorio. Tenía un diámetro de 45 metros.

Pero esta y otras amenazas parecidas podrían controlarse. Primero con programas específicos para la detección de estos astros y, segundo, con iniciativas como la cancelada AIDA, dirigida a comprender a los asteroides para poder desviarlos. El proyecto preveía que la ESA lanzase en el 2020 una nave en dirección a un sistema binario de asteroides: uno grande, Didymos, y otro más pequeño, Didimoon, que orbita a su alrededor. Seis meses después, una nave de la NASA impactaría contra el objeto pequeño, un suceso que sería registrado y analizado por el satélite europeo.

La aportación española

El estudio del asteroide Cheliábink, que explotó en el 2013 sobre cielo ruso, ha dado pistas para el desvío de estos objetos celestes. El trabajo, una colaboración internacional dirigida por el CSIC, se centró en el estudio de la composición del meteorito, de su estructura interna, su densidad y de otras propiedades físicas fundamentales para determinar el éxito de una misión encargada de lanzar un proyectil cinético para desviar la órbita de un objeto celeste que amenace la Tierra. La investigación, coordinada por Josep María-Trigo (en la foto) , analizó de manera rigurosa y sistemática las propiedades de los materiales que forman el asteroide.